pamplona - ¿Dónde hunde sus raíces este libro?

-El libro surge porque me interesa escribir sobre una serie de etapas de la vida, pero cogiendo únicamente lo esencial de ellas, sobre todo aquellas vivencias y recuerdos que tenían un potencial literario en sí mismo y que pudieran convertirse en conjunto de capítulos con emoción en cada uno.

¿Qué hay del título, ‘Nosotros como esperanza’?

-Era el título de uno de los capítulos, me gustaba como sonaba y, además, recogía dos elementos que son importantes en el libro. Por una parte, nosotros. A la hora de volver sobre la propia vida uno se da cuenta de que no le basta la primera persona del singular, sino que tiene que tocar distintos palos, distintas personas. En este caso, han sido la primera del singular y la primera del plural. Cada vez que volvía sobre una de estas vivencias y las iba desarrollando, me daba cuenta de que en muchos casos me salía naturalmente el nosotros y, en otros, optaba por una combinación de ambas. Hay libros autobiográficos como Diario de invierno o Informe de interior, de Paul Auster, en los que el autor recurre a la segunda persona del singular para volver sobre capítulos de su vida, cosa que ya habían hecho antes Juan Goytisolo y otros, pero a él le sirve porque esa persona es muy crítica. Otros autores que son una referencia para mí, como Coetzee, hacen lo mismo, pero con la tercera persona del singular. Por ejemplo, en Juventud, Infancia y Verano.

¿Y por qué habla de esperanza?

-Me interesan dos cosas de este término. Por un lado, su acepción positiva, en el sentido de que, en algún momento de nuestra vida, todos nosotros constituimos una esperanza, aunque luego se diluya. También tiene algo de promesa; todos esperamos días mejores cuando las cosas nos van mal. Pero también me interesa el aspecto negativo. En Archipiélago Gulag, Solzhenitsyn decía que, muchas veces, los presos soviéticos, con la esperanza de ser liberados, renunciaban a un acto de rebeldía que en un momento dado podía haberles salvado. Aplicado a nuestro entorno, que es mucho menos dramático y trágico, se traduce en que en ocasiones esperamos demasiado la recompensa, el premio, hipotecamos los días actuales en función de aquellos mejores que vendrán... En ese sentido, la esperanza es una especie de lastre que sería bueno quitarnos de encima.

Es inevitable preguntar por el componente autobiográfico del texto.

-Es evidente, pero con dos matices. Por un lado, hay un gran componente de novela de aprendizaje. Es un texto en el que el narrador/protagonista sufre una evolución formativa. Pasa por distintas etapas, que, en mi caso y en el de este libro, tienen mucho que ver con el descubrimiento de la vocación de escritor. Yo tengo claro que es algo que llevaba dentro, en los genes, y que en un momento salió a la luz. En cuanto al resto, y teniendo en cuenta que el libro solo tiene 140 páginas y abarca de los 2 hasta los cuarenta y pocos años, está claro que no me interesan la anécdota y la batallita, sino aquellos hitos de mi vida que son comunes a la vida de cualquier persona de nuestro entorno sociocultural, pero tomando solo aquellos que he podido desarrollar en cada uno de los 20 capítulos de una manera estética y lírica.

¿Por qué decide exponerse e invitarnos a asomarnos a esta caja de recuerdos ahora?

-Normalmente, la autobiografía la escribe o alguien muy mayor o alguien muy famoso y, precisamente, lo que yo quiero transmitir es que detrás de este intento hay una ambición claramente literaria y formal. No me interesa el recuerdo en sí mismo, sino que hay una finalidad estética; he tratado de crear textos emocionantes.

¿Esa intención está presente también en la elección de la estructura, en relatos breves?

-Efectivamente. Mi intención es que el libro se lea de principio a fin, porque hay una cronología, pero también me interesa que se relea, que el lector tenga la necesidad de volver sobre alguno de los capítulos. Cada uno tiene una autonomía formal y lingüística; he querido que cada uno sea un compuesto conmovedor y emocionante a través de cuatro elementos principales. Por un lado está la vivencia, que es lo menos importante, y esta se presenta mezclada con un contrapunto, que es una cosa mal entendida, sobre todo asuntos de aspecto científico técnico o burocrático administrativo. Además, hay una referencia cultural -un libro, una película o un disco-, y el cuarto elemento: la reflexión, que es el valor añadido por mi parte como escritor, y expresada de la manera mas poética posible. Esos cuatro elementos se repiten en cada capítulo y los hace autónomos.

Es curioso lo del malentendido como herramienta de aprendizaje.

-Sí, a pesar de que muchas veces entendamos las cosas mal y puede que eso nos cree problemas, también eso nos abre un camino imaginativo que casi siempre es más interesante que el camino de la razón. Es como si te echaran de la carretera principal a una secundaria. Al principio te quejas porque caminas entre piedras y baches, pero de pronto se abre ante ti un paisaje que no está en la autopista y que es mucho más hermoso que el que suele ver todo el mundo. Claro, para que eso funcione hace falta imaginación. Es mucho más importante sentir que entender, o, dicho de otro modo, sentir algo y emocionarse es una forma de entendimiento mucho más completa que la que surge de la pura razón.

En el libro asistimos también a la forja del escritor.

-Como decía, es una novela de aprendizaje en la línea de Retrato del artista adolescente, de Joyce. Aquí se refleja el descubrimiento de la propia vocación; un descubrimiento que también es traumático. La vocación aflora en un momento dado a través de la imaginación, pero a la vez eso crea ciertos problemas al principio porque es mal entendida por la gente que hay alrededor, incluso dificultada, pero sin mala intención. En ese sentido, es un camino complicado, lleno de obstáculos, que uno debe recorrer para desarrollarlo y para que esta sea aceptado por los demás. Pero no hay más remedio, lo erróneo sería mantenerse en una pistada marcada por los otros. Es un acto de la voluntad haciéndose mayor.

A lo largo de este viaje se va reencontrando con distintos personajes y a algunos les dedica capítulos.

-También hay en el libro un componente de tributo a personas que han sido importantes en mi vida: mi abuela, mis padres, mis hermanos, una niñera, amigos... Insisto en que uno no va solo por la vida, sino acompañado de una serie de personas y siempre se les debe algo. Gracias al apoyo de los demás podemos desarrollarnos como personas.

¿Le interesa la novela de la memoria, los diarios?

-Muchísimo, casi leo más ese tipo de literatura que novela. Como autor y como lector me interesan sobre todo los textos que son un híbrido entre diario personal, libro de viajes y ficción. De hecho, mi terreno favorito a la hora de escribir es una reflexión expresada poéticamente e ilustrada en un momento dado con un hilo narrativo que puede ser verídico o inventado. Me gustan los libros intimistas y personales que, sin embargo, no renuncian a una cierta narración.

¿Es la forma de mantener a los lectores pendientes de esa historia?

-La búsqueda de la pepita literaria es muy azarosa y complicada. Es como El Dorado, al que nunca vamos a llegar, aunque tengo la sospecha de que es un punto equidistante entre la poesía y la prosa más aséptica y entre la ficción y la realidad. Muchas veces, el lector no se conforma con un verso o una estrofa perfectos, sino que necesita un cierto hilo narrativo, y, al mismo tiempo, no quiere solo una historia técnica que le da muchos detalles, sino que precisa de un vínculo personal con lo que le están contando. Eso es lo busco yo al escribir, un punto intermedio entre la pura ficción y la pura autobiografía. Voy en esa búsqueda, es emocionante e intento avanzar en esas dos coordenadas.

Muchas veces, la memoria miente y es más un relato que la verdad.

-Así es. Hay autores que dicen que todo es autobiográfico y yo digo que todo es ficción. La memoria es distorsionadora por sí misma; de hecho, el recuerdo es, afortunadamente, una especie de mecanismo que tenemos todos de ficcionar. Además, en el acto de recordar, sobre todo si es por escrito, hay un mecanismo transformador que se dedica a destilar para extraer algo que nada tiene que ver con la realidad, que crea un artificio, pero en el sentido positivo, porque lo que surge no está relacionado con lo vivido, sino que es algo diferente y mucho mejor.

¿Qué lugar ocupa este libro en su trayectoria, en qué lugar diría que se encuentra como escritor?

-Estoy en esa búsqueda de El Dorado que he comentado antes (sonríe). Hasta ahora he escrito novelas más convencionales como El hombre selvático o Juguetes sin recoger; también tengo libros de tipo intimista, como Tu alma en la orilla, y de relatos de ficción como Monocotiledóneas, con un componente formal muy interesante... Y acabo de terminar una novela histórica sobre el puente de Postdam, en Alemania. Y en todos los casos la búsqueda es la misma; una exploración que emprendo desde distintos frentes para intentar alcanzar a ese punto emocionante. A veces lo ataco desde la prosa más pura, otras desde la prosa poética; en ocasiones desde la ficción, desde la vertiente biográfica...