el 31 de mayo falleció Juan Ignacio en su Azkoitia natal, en el precioso paraje del Convento de Santa Cruz, Madres Brígidas, escenario de memorables reuniones y eventos de la Bascongada, antes de la recuperación del Palacio de Insausti. Allí se retiró, a la casa cural, con su hermano sacerdote José Antonio, ya fallecido, y su fiel hermana María Pilar, además de hermana, su bastón, su secretaria, el camino más fácil para llegar a él, al morir su esposa María Isabel, dejando el hermoso caserón de la calle Mayor de Azkoitia, verdadero museo y valiosa biblioteca de temas del siglo XVIII.

Inconfundible Juan Ignacio, casi siempre con su chaqueta azul cruzada, camisa blanca o azul, corbata, negra, pantalón gris y zapatos negros, como debe ser en un caballero, que lo era en su porte y en sus maneras. Pelo negro, con cuidada melena, frente amplia, nariz afilada, mirada al frente, atento, ceremonioso, cortés... Encandilaba al auditorio, y en las reuniones de la Bascongada somos testigos, siempre de pie para hablar, nunca con papeles, apoyando las manos en el atril o en la mesa, tenía una hermosa oratoria. Sus primeras palabras eran en euskera, luego se disculpaba por no seguir en la lengua que amaba con pasión, y por la que trabajó y luchó, y por cortesía con los que no pudieran entenderle, volvía a un castellano cuidado, algo barroco, con términos cultos, e iba desgranando sus ideas, sus amplias lecturas, con palabras francesas, modelo de la Ilustración. Sorprendía por el caudal y densidad de conocimientos acerca de la historia en general, del mundo vasco, y su discurso, que pudiera parecer deslavazado, no lo era, ya que había un hilo conductor con múltiples ramificaciones, eruditas y pertinentes.

No nos ha dejado obra escrita, salvo un libro muy interesante, Herri lagunak, dirigido a los jóvenes y con dibujos de su mano y una historia de la Bascongada, en inglés y castellano, con alarde tipográfico, en una edición costeada por Coimpasa, Salcedo y Europa de los Pueblos. Sí, en cambio, deja una gran tradición oral, algunas bellas cartas, a mano, con su letra inconfundible, ilegible a veces, llenas de poesía, papel con membrete de abogado, pues fue licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo.

Uría ha representado a la Bascongada en una época que oscila entre 1955 hasta el presente. Figura emblemática, heredó un gusto por “los papeles” de su padre Trino, vivió el mundo romántico del Balneario de San Juan de Azkoitia, al lado del gran Álvaro del Valle Lersundi, las festividades de San Juan, en Azkotia e Insausti, y tras suceder a Juan Ramón de Urquijo, en la dirección, en 1977, se volcó con José María Aycart en marcar una nueva etapa. Uría y Aycart, con Tellechea y Juan Antonio Garmendia, y algunos más, fueron motores de la sociedad en el periodo de la Transición hasta los inicios del siglo XXI. No cabe duda que propició empresas culturales vascas en Azkoitia, Loyola, el Museo Zuloaga de Zumaia, con su entonces directora Rosa Suárez Zuloaga, la Academia Errante, sin olvidar el apoyo al euskera.

Pero hay un Uría político, o si se quiere, servidor público, como primer alcalde de Azkoitia en democracia, elegido por su pueblo, y un Uría senador real y por el Parlamento Vasco en la etapa de la Transición política. Es interesante recordar ahora su labor a favor del Estatuto de Autonomía, la famosa enmienda foralista que el PNV logró aprobar en la Comisión Constitucional y rechazó el Senado. Los senadores vascos, Uría entre ellos, pelearon con ardor y hay una foto en las hemerotecas de la época, (6 de octubre de 1978) en la que se ve a un encendido Uría discutiendo con el vicepresidente Abril Martorell (El Espartero de entonces) y diciéndole: “Tú eres el responsable de lo que pueda ocurrir”. En julio de 1979, gracias a las dotes de Garaikoetxea y Suárez, se aprobó el Estatuto de Gernika. Su vinculación con el rey Juan Carlos fue también de interés, propiciando acercamientos a Euskadi, visitas a Insausti, recepciones en Zarzuela a la Bascongada y otras entidades culturales.

Acierta Joxe Agustín Arrieta al destacar la bondad y caballerosidad de Uría, además de su esmerada educación. Sabía recibir como nadie, agasajar, con una enorme generosidad. No era difícil entenderse con él, incluso desde la discrepancia o el desaire, sabía reconocer el mérito en los demás y buscaba que también a él se le reconociera lo suyo, mejor se le quisiese, pues en el fondo Juan Ignacio era hombre sentimental y de corazón, dispuesto al perdón y al abrazo, el mismo que le envío, bihotzez, junto a estas líneas.