‘el mesías’

Gabrieli Consort and Players: coro y orquesta de cámara. Mhairi Lawson, soprano. Tim Mead, contratenor. Stuart Jackson, tenor. George Humphreys, bajo. Paul McCreesh, dirección. Programa: El Mesías de Haendel. Programación: ciclo de la Fundación Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 23 de diciembre de 2016. Público: lleno (44, 38, 28 euros).

No ha decepcionado el paso de uno de los grandes de la música antigua -P. McCreesh- por Baluarte. Tuvimos una versión propia muy interesante, bien construida sobre todos los elementos de una altísima calidad técnica; con un planteamiento de sobriedad sonora pero brillante, que sólo se permitió algún extenso calderón en el conclusivo Amen; con tempos muy lentos, o fugaces, asociados al texto, y una narración del oratorio desde cierta visión teatral, operística -ópera de Haendel, claro, no romántica-, lo cual fue un acierto, porque estas versiones tan pulcras -en determinados pasajes, y en grupos ingleses- corren el riesgo de ser un poco frías. No fue el caso. Incluso a los solistas -el excelente tenor, por ejemplo- McCreesh les dio una extravertida libertad, tanto en los recitativos -llegando casi al parlato-, como en las arias -con adornos ad libitum- que otorgó, así mimo, a la versión un plus de representación y credibilidad admirables. Todo cimentado en un nutrido bajo continuo: cuatro chelos, dos contrabajos, fagot, órgano y clave: fundamentales para el criterio rítmico de tactus más que de compás.

El coro: 23 voces bien conjuntadas, definidas en su timbre, maleables y ajustadas al estilo, con un colorido especial en altos al estar compuesta esta cuerda por mitades de mujeres y contratenores. Muy lleno -pero siempre retenido por la dirección- en los tramos más asamblearios; exactos pero muy cantados los rizos de las agilidades (For unto us); con rotundas entradas, como cuchillos (Les us break: rasgamos las ligaduras); y plenitud en lo más suplicante y recogido. Ovación apoteósica al final.

M. Lawson, soprano: voz luminosa y blanca, pero con cuerpo, nunca endeble en los pianísimos. Dominio perfecto de su parte; aunque tiene un poco actitud de diva. Su Rejoice es cristalino como una vidriera.

Tim Mead, alto (contratenor): aunque hay mucha gente que prefiere mujer en este rol, Mead tiene una calidez excepcional para su cuerda. Homogéneo colorido en el recorrido del agudo al grave; grandes dotes interpretativas y de fraseo, con un fiato extensivo y volumen sobrado que es muy de agradecer. Sus agilidades son precisas, claro, pero, a la vez tupidas. S. Jackson, tenor: maravilloso timbre de oratorio, y perfecta compenetración con su rol. Pasa de la violencia de algún recitativo (Thou schalt), a la ternura (magnífico dúo con el cotratenor, O death). G. Humphreys, bajo: buen narrador en pasajes como la misteriosa descripción de las tinieblas, y su bien equilibrada elevación posterior (The people ?in darkness). Quizás en algún momento golpeó algún agudo. P. McCreesh -que dirigió de memoria una partitura que, sin duda, impregna su vida- trata el Mesías con el propósito de convencer en su mensaje. Con protagonismo del texto. Con una orquesta de sonido precioso, presente siempre, con sus momentos fogosos (¡qué cuerda!), pero muy respetuosa (la primera intervención de las trompetas es desde la tramoya). Un éxito rotundo.