El viernes 19 de febrero, en la oficina de la Filmoteca ubicada en el confín oeste de Pamplona, recibo la llamada de Alberto Zozaya, antiguo jefe y amigo, quien me comunica lacónicamente que el 3 de marzo (el 3 del 3, cumpleaños de Alfredo Landa, pienso) se cierra el cine Carlos III. No es una noticia cualquiera, ni un cine más; es el Último. Con él cae el telón del negocio de la exhibición cinematográfica de la legendaria SAIDE. Al colgar, repaso rápidamente la crónica de la empresa que nació para ofrecer al público pamplonés el mejor espectáculo del mundo: el cinematógrafo.
En el mes de mayo de 1942 nace SAIDE (Sociedad Anónima Inmobiliaria de Espectáculos), una criatura concebida por progenitores constructores (Erroz y San Martín) y con tutores del show business (Serapio y su hijo Félix Zozaya). Crece vigorosa, se desarrolla con esplendor en el centro y extrarradio de la ciudad, padece los largos años de la crisis y languidece hasta que, finalmente, abandona el flujo vital que dio sentido a su nacimiento, la exhibición cinematográfica. Por fin, la genética paterna - la I de su nombre- ha vencido a la ilusión del arte para la que fue concebida -la letra E final de su denominación-; y con ello, todos los que nos beneficiamos de su existencia, perdemos. Algunos más que otros, tanto más cuanto más cerca hemos vivido de ella (la SAIDE, nombre femenino), y tanto más, cuanto más la hemos conocido. Esto es parte de lo que sé de ella. Esta es la necrológica que uno nunca quisiera tener que escribir.
La SAIDE se constituye con el objetivo principal de dedicarse a la exhibición cinematográfica. Sin embargo, los fundadores de esta empresa no comienzan de la nada en ese momento. En realidad, esta denominación societaria responde a un cambio de gestión en otra compañía industrial (Construcciones Erroz y San Martín), que ya dirigía dos locales cinematográficos -Novedades (1935) y Príncipe de Viana (1940)- y dos de dedicación mixta (Olimpia y Gayarre). Los tres primeros eran de su propiedad, mientras que el Teatro Gayarre era de titularidad municipal. La idea era constituir una sociedad, al margen de la constructora, que se dedicara a gestionar específicamente los cines y teatros de la compañía.
El 11 de abril de 1942 se eleva escritura pública por la cual queda constituida esta sociedad, cuya vida social dará comienzo el 1 de mayo siguiente. Según se lee en este escrito fundacional, el objeto de esta sociedad es “la compra y venta, explotación, arrendamiento y permuta de edificios y locales destinados a espectáculos públicos, celebrar contratos y pactos de todas clases para la edición y explotación de películas, constitución de compañías teatrales y de variedades, y contratar como estime conveniente con cuantas empresas o particulares se dediquen a negocios análogos”. Quedaba por tanto clara la doble línea de negocio de la entidad: la inmobiliaria y la gestión de espectáculos escénicos y cinematográficos. El futuro ya se podía leer?
La actividad de SAIDE se concentró en el cinematógrafo, pues los locales que edificó a partir de entonces se dedicaron en exclusiva a proyectar películas. La programación escénica quedó reservada para el Olimpia -hasta que cerró sus puertas en 1963-, y para el Teatro Gayarre, cuya titularidad municipal comprometía por contrato a programar funciones dramáticas.
Tras la inauguración del cine Avenida (julio, 1943), la SAIDE deja pasar unos años antes de su definitiva expansión en la década siguiente. A lo largo de los años 40 del siglo pasado, se va constatando un aumento paulatino en la asistencia a los espectáculos cinematográficos.
En 1950, la SAIDE alcanza un acuerdo con los propietarios del Cinema Alcázar -el único local de la competencia- para explotar este local. Al año siguiente, se inaugura el primer cine de barrio, dando comienzo a la expansión física de la actividad: el 1 de abril de 1951 se abren las puertas del Cine Amaya, en la Rochapea. El 18 de julio de 1956, tiene lugar la primera sesión del Cine Chantrea, y apenas un año más tarde, hace lo propio el Cine Rex, en la calle Paulino Caballero de la capital, local que no conoció Serapio Zozaya, ya que había fallecido el año anterior.
El ímpetu de la empresa se manifiesta con la inauguración del Cine Olite, en el nº 40 de la calle homónima, el 21 de diciembre de 1961. En estas fechas se estudia y se proyecta el derribo del coliseo Olimpia para levantar en su lugar un edificio de oficinas a cuyos pies tendrá la entrada un nuevo salón cinematográfico. El cierre del teatro se verifica en marzo de 1963, cuarenta años después de su inauguración, y la sesión de apertura de su sustituto, el Cine Carlos III el Noble, el 27 de noviembre de 1964. Pero antes ha tenido SAIDE que ocuparse de ultimar los detalles de un nuevo local de cine que dará cobertura a los habitantes del barrio de la Milagrosa: el Cine Guelbenzu, abierto al público desde octubre de 1963. Y este fue el último local que SAIDE estrenó. Posteriormente se reformaría el cine Novedades, que fue rebautizado con el nombre de Cine Arrieta (junio 1968), y se alcanzaría la década de 1970, con el cierre del cine Amaya.
A mediados de los años sesenta empiezan a percibirse los certeros síntomas del crepúsculo del gran negocio que había sido la exhibición cinematográfica. La progresiva e imparable implantación de la televisión, la mejora del nivel de vida que permite otras alternativas de ocio, la jornada laboral que posibilita un fin de semana para salir de la ciudad en los vehículos que cada vez posee más gente, y, en definitiva, la sustitución del principal recurso de ocio -el cine-, por otra variedad de opciones hace que el comercio cinematográfico se empiece a tambalear. En los años siguientes, las ventas de televisores se disparan y las salas de cine se van encontrando cada vez con más competidores entre una sociedad que eleva su nivel de vida y sus posibilidades de ocupar el tiempo libre.
Las consecuencias del descenso de espectadores que se inicia en la década de 1960 son en el caso de SAIDE implacables. Al cierre del cine Amaya en julio de 1970 le sigue el Alcázar en 1978. En 1980, en un intento por hacer frente a la crisis de espectadores, el Cine Olite se transforma en un multicine con 4 salas (primero de Navarra, que se cerró en febrero de 2014), a lo que seguirá el cierre de los cines Arrieta y Guelbenzu en el primer trimestre del año siguiente. El cine de la calle San Agustín sería ocupado por la Escuela Navarra de Teatro. A lo largo de la década de los ochenta, se ejecutarían los cierres de los cines Avenida (1985), Rex (1987) y Chantrea (1988). En 1998 SAIDE devolvía la gestión del Teatro Gayarre al Ayuntamiento y mantendría abiertos el resto de sus locales, previa transformación en 3 salas (1982) del Cine Príncipe de Viana (cerrados en julio de 2005), y en 5 salas (2000) el Cine Carlos III, último bastión de la empresa, que hoy despedimos.
Hasta la apertura, ya en los años ochenta, de los cines Iturrama y Golem, los cines de la SAIDE fueron - con el complemento del Aitor y Mikael de la empresa Echavarren y el cine Juventud- los que suministraron entretenimiento cinematográfico diario a los pamploneses. En ellos se soñó, se lloró, se rió e incluso se caviló en torno a ciertos melodramas o filmes de pensamiento. Se aprendió a besar, a seducir o a cantar. Se aprendió en ellos la melodía del NO-DO o el sistemático orden de proyección de las placas de cristal que anunciaban sastrerías, boutiques, tiendas de muebles, tintorerías, bebidas alcohólicas o modernos vehículos, culminando con la invitación a visitar el ambigú del cine o la prohibición de fumar en la sala.
Por las salas de los cines de SAIDE en sus casi 75 años de existencia han pasado millones de espectadores (en el año 1963, por ejemplo, se alcanza el récord con 3 millones de entradas), billones de metros de celuloide, miles de títulos de películas y un sinfín de anécdotas que han marcado la vida de muchas personas. En la retina de muchos de esos ojos aún permanecen las hazañas de los héroes de la pantalla, los besos, los duelos, las pesquisas, las aventuras, los viajes, los dramas y las tragedias que otros prepararon para ser deleitadas en un salón de cine. El telón ha caído definitivamente. Pensemos en lo que nos llevamos de aquellos momentos de cine y olvidemos los inútiles lamentos. Aunque no podemos evitar pensar que aquello que a veces deseamos ver en la pantalla como remate a un extraordinario pasatiempo, jamás lo quisimos para el propio albergue que lo cobijaba: The End.
El autor es programador de la Filmoteca de Navarra