pamplona - Después de Nosotros como esperanza, Ignacio Lloret (Barcelona, 1968) vuelve con El puente de Potsdam (Eunate), una ficción histórica en la que confluyen dos tramas: la que narra los meses en una prisión de la República Democrática Alemana del poeta Jürgen Fuchs, que aquí aparece Anton Grund, en 1976 y 1977, y la investigación que un periodista realiza en 1999 de esa peripecia. Con personajes reales e inventados, el escritor se adentra por primera vez en la recreación psicológica de un personaje y juega con la parodia y el tono naif en algunos capítulos. La presentación, el 8 de junio en Civican.
Con esta historia se ha ido a Alemania, país que conoce bien.
-Lo conozco por mi trabajo, pero también porque me gusta mucho Berlín, donde he vivido varias temporadas. Es una ciudad que a primera vista parece fea porque está muy suturada, pero tiene un encanto especial; por un lado puedes ver toda la temática nazi y, por otro, tienes toda la temática del muro y demás. Eso hace que sea una ciudad muy interesante para escribir historias, para rodar películas...
¿Quién es Anton Grund?
-En realidad, es Jürgen Fuchs, un escritor real al que conocí casualmente hace unos años cuando leí un artículo en Der Spiegel. En ese texto se contaba que era un autor de la República Democrática Alemana, me interesó, busqué libros sobre él y libros escritos por él y lo que más me llamó la atención fue el tiempo que pasó en la cárcel, que es ese período de nueve meses entre 1976 y 1977 que recreo en la novela y que finalizó cuando él y otras dos personas fueron vendidos a la República Federal.
Hacían negocio con los disidentes.
-Y muy lucrativo. Como no los podían reeducar, se les ponía un precio, a veces en dinero, otras en maquinaria, alimentos... Y la RFA los compraba.
En muchas de estas ventas había un intermediario, el enigmático abogado Vogel, que ya aparece en la película El puente de los espías.
-Wolfang Vogel es una figura muy siniestra. Era un abogado que trabajaba para la RDA, no pertenecía a la Stasi ni al Gobierno, tenía cierta independencia y hacía de mediador en el intercambio de espías, como sucede en la película, pero también en intercambio de disidentes, que es el de Fuchs/Grund. Yo he ficcionado el intercambio del escritor y sus compañeros y pongo que tuvo lugar en el puente Glienicke, cuando ese sitio solo estaba destinado a los espías; a los disidentes se les dejaba en la frontera interalemana o en una frontera en Berlín.
¿Por qué le cambia el nombre a Fuchs?
-El libro ha tenido varias fases. Al principio iba a mantener su nombre, pero en un momento dado me puse en contacto con la familia de Fuchs, les pregunté qué les parecía y la viuda me dijo que ella no quería aparecer en la novela y que no le gustaba cómo aparecía su marido, así que por razones éticas, para no molestarles más de lo necesario, decidí cambiar los nombres.Ha querido presentarnos al poeta en su faceta instrospectiva durante sus meses en la cárcel.
-Al salir de la cárcel, él escribió un libro en el que contó esa experiencia, pero se centró en el aspecto jurídico político y a mí me interesaba el literario, de ahí que en los nueve capítulos que le dedico recree su psicología, planteando una serie de elucubraciones literarias y algunas también políticas. Esa es la parte más seria del libro.
Es interesante cómo nos muestra a un hombre al que, según su recreación, la literatura le sirve de refugio.
-Él tenía formación como psicólogo y una gran memoria. De hecho, en su libro posterior plasmó varios de los primeros interrogatorios que le hicieron al principio. A mí esta parte no me interesa tanto, prefería imaginarme qué podía pensar un escritor en la cárcel sobre su carrera, su obra...
La otra parte de la novela es la que protagoniza Alex Renft, este periodista vago y bastante indolente.
-Sí, a este personaje su periódico le encarga un reportaje sobre Grund y en su parte seguimos sus investigaciones y vemos lo que va averiguando.
Es un joven alemán que no conoce la historia reciente de su país.
-Renft es de Baviera y a muchos bávaros no les importa lo que sucede fuera de su región. De hecho, algunos viajan más a España o a Italia que a otras ciudades de Alemania. Este hombre no conoce la historia de la RDA, pero es que tampoco le importa. Me interesaba que no supiera nada porque va con su carácter diletante, frívolo y con un modo de trabajar poco profesional.
A veces resulta cómico.
-Dado que la parte de Grund era bastante profunda, me di cuenta de que tenía que contraponerla a otra más ligera para que el libro fuera legible. Por eso la de Renft tiene diálogos más graciosos, frívolos... Además, también he aprovechado esa parte para hacer parodia de las clásicas investigaciones periodísticas o de espías. Por ejemplo, el periodista se encuentra con una mujer en la instalación de los pelícanos en el zoo... Me apetecía reírme de tópicos del género.
Así es como empieza Renft, pero se va transformando.
-Al principio, el que parece que tiene problemas serios es Grund en la cárcel, pero resulta que también veremos que no es tan puro y que tiene sus luces y sus sombras, algunas basadas en hechos reales y otras inventadas por mí. Y Renft, en cambio, parece un idiota, pero se irá volviendo más consciente, más maduro en relación con este tema, en su relación con Kirstin... Quería que al final las dos tramas y los personajes confluyeran.
¿Y qué me dice de ese final feliz?
-Pues que igual que la parte de Renft tiene un componente paródico, también me apetecía darle un toque naif, con todo lo del bookcrossing, el encuentro en el puente... Está totalmente buscado. Me gusta mucho ese momento de las obras de teatro en el que, por muy trágica que haya sido la historia, todos los actores salen a saludar cogidos de la mano. Yo quería un final así para esta historia; aunque tiene sus elementos dramáticos y oscuros, quería no solo un final feliz, sino casi infantil.
Vamos, que se ha divertido.
-Imagínate una casa en la que están la filosofía, la historia, la psicología... Pues en esa casa común, hay una niña pequeña que es la literatura, que puede permitirse el lujo de ser frívola y simplificadora. La filosofía y la psicología tienen que ser profundas y rigurosas, pero la literatura juega. Por ejemplo, en mi libro Fuchs coge trozos de papel y de cemento y hace una pelota para jugar al baloncesto en su celda. ¡Si lo lee la familia se escandaliza seguro! Pero para que el lector de cualquier sitio del mundo pueda entender esas vivencias, la literatura traduce la realidad y la simplifica.
Uno de los episodios más tristes es cuando, tras ser vendido a la RFA, allí parece que tampoco quieren a Grund, que se siente sin un lugar en el mundo.
-En cierto sentido, es un apátrida. Por dos motivos. Uno, porque la RDA, a pesar de compartir cultura e idioma con la RFA, se había convertido en un país totalmente distinto. Y no me refiero a las tiendas o cosas así, sino al carácter de la gente. Hoy todavía se nota quién viene del Este y quién del Oeste. Por otro lado, porque al llegar a la República Federal se encontró con algo lamentable, y es que los escritores de izquierdas que vivían allí, tipo Günter Grass, dieron la espalda a Fuchs porque ellos querían entenderse bien con la RDA, pero viviendo en la RFA, a la que criticaban. Algo parecido le sucedió a Solzhenitsyn cuando llegó a Francia. Después de pasarse diez años picando piedra resulta que los intelectuales europeos no querían saber nada de un tipo que venía a denunciar los crímenes de Stalin. A Fuchs le pasó lo mismo, le empezaron a acusar de escribir libros de protesta, de ser un fundamentalista moral... Le marginaron literariamente.
¿Qué papel juega esta novela en su trayectoria?
-Esta novela ha pasado por varias fases y ha supuesto una enseñanza. Cualquier novela es una gran susurradora, susurra al autor lo que quiere, y este tiene que estar atento a escuchar lo que le pide. A veces te pide otro personaje, otra voz narradora, otro punto de vista... En este caso, además, he vuelto a la novela convencional después de esa mezcla de géneros que fue Nosotros como esperanza. Me interesa ir alternando libros de carácter más intimista con otros registros como el diario personal, la ficción... Me gusta cambiar para aprender.