Luter, rock para tocar y escuchar
concierto de luter
Fecha: Viernes 20 de enero de 2017. Lugar: Sala Subsuelo: Incidencias: Entrada discreta.
Segunda visita de Luter a la vieja Iruña en el transcurso de no más de dos meses. La primera fue el pasado 25 de noviembre invitado por su amigo Kutxi Romero, con el que compartió escenario en la sala Zentral. La segunda tuvo lugar el viernes pasado, pero con las tornas cambiadas. Fue Luter quien invitó al de Berriozar a subirse con él al entarimado del Subsuelo.
Para quien no lo conozca, detrás del nombre artístico de Luter se esconde el músico, cantante y compositor madrileño Eduardo García Martín. Ha grabado cuatro discos de estudio, el primero en 2008 y el último el año pasado. Suele trabajar con Kolibrí (guitarrista de Marea y productor de los estudios R-5), y como observamos el viernes por la noche, tiene muchos amigos por estos lares.
Luter regresaba a Pamplona para presentar su último álbum titulado 333, del que tocó algo más de media docena de temas, pero no quedó ahí, ya que ofreció un amplio repertorio conformado por canciones extraídas de toda su discografía.
Y si aquella vez en la sala Zentral salió casi en pelotas, es decir, armado tan sólo con su voz y una guitarra acústica, al Subsuelo se trajo un pelotón electrificado compuesto por Mirko Vidoz (bajo), Eduardo Martínez (guitarra) y Robero Aracil (batería), o lo que es lo mismo, una banda de rock hecha y derecha, sólida como las arcadas de la sala de la Plaza del Castillo. Y así, con un volumen bien alto de su lado y el respaldo de una base rítmica compacta, arrancó la velada ante una audiencia no demasiado numerosa y con un sonido un tanto deficiente, que el técnico fue arreglando hasta hacernos olvidar esos primeros compases del concierto que coincidieron con el tema Veterano de Vietnam. Y aunque Luter reconoció que estaba un poco nervioso, “aquí tengo todo y a uno le tiemblan las canillas”, acabó echando un “rato de rock and roll guapo y en familia”, como vaticinó nada más empezar. Ya lo hemos dicho, el músico del barrio de Lacoma estuvo respaldado en todo momento por una audiencia compuesta por músicos y amigos, entre los que vimos a Alén Ayerdi, Rafael Duque, Javier Erro y al ya citado Kutxi Romero.
Luter y los suyos ofrecieron su rock cantado en castellano, urbano y sensible, con debilidad por la metáfora, gusto por la melodía y dominado por el sonido Fender de las guitarras Strato y Telecaster. Y aunque la banda sonó compacta y fuerte, echamos en falta el órgano Hammond de sus grabaciones, que tan bien sienta a sus canciones. Sin ir más lejos, a la titulada Ceros y unos, que Luter interpretó con sentimiento. Precisamente, el madrileño suple la ausencia de ése y otros instrumentos con la intensidad que imprime a la interpretación de sus canciones, que se refleja en cada músculo de su cara, que se tensa y contrae, o cuando cierra ojos al llegar al clímax del estribillo
Se acabó la tontería Doble Nelson es una de nuestras favoritas, con esas hechuras soul, ese punto de desgarro contenido y esa guitarra de Eduardo Martínez, tan chula. Luego vino Perseguir estrellas, canción que resume “los avatares de los tres últimos años” de su vida, escrita por Kutxi Romero, quien además subió al escenario para cantar junto a Luter Paseo en bicicleta y Misión a Marte.
Y continuó el rock parido de las entrañas de la vida, del tiempo, del amor o de donde sea, y llegó otro de los hits del madrileño, La orquesta de la libertad, cuya letra dice que “no habrá más realidades que las que podamos tocar...”. El citado tema fue acompañado de las voces del público, sobre todo el de las chicas allí presentes, que poco a poco fueron ocupando las primeras filas. El concierto subió de temperatura cuando sonó El pan del superhéroe, un blues eléctrico y sentido, que sonó bien empastado.
No podemos dejar de citar el resto de las colaboraciones: la de Rafael Duque a la guitarra de doce cuerdas y la de Javier Erro, con el que cantó mano a mano. A esas alturas, huelga decirlo, a Luter se le veía en su salsa, pero todo tiene un final y éste vino con el acelerador pisado y la enérgica Esperpento, rock urbano de manual que cerró una noche para tocar... y escuchar.
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