pamplona - Que dos hermanos publiquen prácticamente a la vez, con la misma editorial, Pamiela, ¿es alevosía y premeditación, casualidad...?
-Casualidad sin ningún tipo de intención, estudio o razón de ser. Alguien nos habló de Pamiela, quizá Patxi Irurzun, o alguno del círculo de escritores navarros... De hecho, no sé si es bueno o malo, si es una idea de bombero, si queda incluso raro o si hay precedentes. En cualquier caso, a mí me parece bonito, porque los dos tenemos nuestra propia trayectoria, distinta pero parecida en su interés por lo autobiográfico. Su libro es ágil, moderno, actual... y yo quizá intento ser un poco más intenso.
Intenso e incisivo, ya que, por ejemplo, ahora mismo habrá varios escritores y editores escarbando en los libros de los que ejerció como presentador entre 2015 y 2016, ya que hace referencia a uno en concreto, sin decir nombre ni editorial, que acumulaba varios huido con tilde. En su momento se mordió la lengua pero ahora, sibilinamente, lo ha dejado caer...
-Se enterarán, porque siempre que escribes algo en tercera persona hay una fuerza magnética que hace que le llegue al destinatario. Si pasa, pues pasa... Este diario tiene que tener algún elemento polémico, algún dardo que pueda escocer, no tiene que ser como unos masajes en las espaldas de los lectores; ese mordiente le da un poco de pimienta al asunto. Sí es cierto que uno escribe este tipo de libros con algo de reparo, como decía Manuel Vicent, el miedo al folio escrito.
Ese miedo al folio escrito no deja de ser sino una forma de admitir su grafomanía.
-Sí, porque más que una virtud es un defecto que me ha hecho perder muchas horas y muchos folios. Como decía el anuncio de Pirelli, la potencia sin control no sirve de nada, y yo, a veces, he sido un poco despotenciado. En este libro, lo bueno es que he ido con los grilletes puestos, filtrando lo que quieres poner, no escribiendo a tontas y a locas. Como dice el refrán, por hablar mucho, no te conviertes en un orador, y por escribir, tampoco. Al final, hay que escribir poco y bien, mejor que mucho y regular. Sucedió, además, que escribí este libro mientras afrontaba otros proyectos a la vez, lo que me permitía llegar al diario despojado de la verborrea. Como decía José Luis Cancho, hay que “escribir desde la perspectiva de un muerto”, como si te salieran unos regurgitos porque hay mucha cosa publicada, mucho libro, mucho ruido, y yo creo que hay que ir a lo esencial.
Tómeselo con ironía, pero este es uno de esos libros en los que el nombre del autor aparece mucho más visible en la portada que el propio título...
-El ego... Es una provocación, sin duda. No lo había pensado. La verdad es que un poco más pequeño no habría estado mal. Pero tengo excusa, a José Castiella (autor de la portada) le di total libertad y me lo enseñó cuando estaba terminado. Queríamos hacer algo distinto que tuviera fuerza artística; en las portadas se tira de diseñadores pero no de un pintor, como es el caso. Yo le pasé el texto y salió esto.
Apunta en el diario que no le gusta ni la palabra diastema ni su significado, por lo preciso. Pero, haciendo una analogía, este libro está plagado de diastemas, ya que hay incontables espacios entre las frases, descripciones, relatos o momentos narrados, eso puede ser bueno, porque deja opción a la reflexión, pero también malo, porque permite la entrada al silencio e incluso a cierto aire frío...
-Como esto está escrito sin un ritmo, la cohesión es muy difícil de lograr, y se consigue corrigiendo. Entre lo que escribes primero a lo que sale después, hay mucha trampa. Que nadie crea que esto es una escritura espontánea, de corrido, sino que hay mucha manipulación, en el buen sentido, mucho trabajo de cocina. Lo que intento buscar es cerrar esos diastemas, para conseguir algo empastado, por seguir con el lenguaje bucal, y que dé una sensación de unidad, pero eso no se logra siempre. Puede aparecer una idea que no tiene que ver con otra, y de ahí paso a un libro que he leído o un paisaje que he visto, la verdad es que no tienen nada que ver que entre sí, pero esa es la gracia y la debilidad del diario, que es un poco cajón desastre.
No estamos ante un cajón desastre, pero sí es cierto que uno se puede encontrar casi de todo, desde referencias a series como Black Mirror o Los Simpsons, pasando por reflexiones muy serias.
-Un diario trata de definir, como buenamente pueda, al autor, y como dice Ostiz, uno se pone en escena tal y como sea uno. Y yo soy un poco a sí, un tío que puede estar leyendo a Baroja y, a la vez, comentando la gilipollez de turno en Twitter sobre las recetas de José Andrés. No veo un desdoro hablar de esas series, que, por otro lado, no veo, porque no caben en mi vida. He intentado no ser solemne, como nos enseñaron los maestros Baroja o Pla, y creo que con eso me defino un poco. Al final se trata de hacer un retrato de uno mismo más o menos atinado, no porque uno sea importante... Quizá hay algo de vanidad y exhibicionismo, pero lo mejor de los diarios, para mí, es que te estudias a ti mismo para ver si puedes aportar al otro; tú lees sobre otro pero te puedes sentir identificado. Espero humildemente haber aportado algo de eso.
Supongo que es consciente que esto de los diarios es un veneno, porque uno empieza y luego no para, especialmente si tiene asumida su grafomanía.
-La idea es no parar, y de hecho ya estoy con el de 2017-2018... Salen solos, aunque corregirlos si es un tostón. Lo que me gusta es que no vivo obsesionado por escribirlos. Lo que te marca, te gusta o te resulta curioso, no se te olvida. Se trata de ir con los ojos en modo diario, de fotografiar con palabras.
Siguiendo las huellas de Sánchez-Ostiz...
-Hay un autor, Julien Green, al que no he leído mucho, la verdad, pero que tiene el diario más extenso de los escritores, ya que empezó con 25 y terminó con 80 años. Yo admiro a Sánchez-Ostiz desde siempre, pero él cultiva tantos géneros y temas, es tan prolífico, que el diario no es su fuerte. Trapiello, por ejemplo, tiene 13 volúmenes de El salón de los pasos perdidos, y se ha entregado al diario de una manera torrencial, todo lo vuelca ahí. A mí me gusta ir a lo mínimo, de hecho, cuando vi el libro impreso dije: ¡Pero qué es esta birria!, sobre todo al compararlo con el de mi hermano, que era más gordo. Me llevé un poco de chasco pero me da igual, no es tanto la cantidad sino la calidad... Aunque suene un poco frívolo decir esto, Poeta en Nueva York eran doce folios. Pero sí que me gusta la idea de proyecto vitalicio, es como coleccionar momentos. Si algo me llama la atención, lo apunto en el móvil y me lo mando al correo. Escribir es complicado, pero si vas acumulando, de repente te encuentras con que tienes material.
¿Por qué escribir un diario, impreso en papel, es decir, un libro, en la época actual en al que todo se puede contar al momento y, además, recibir el feedback directo del lector?
-Precisamente es para escapar de esa vorágine, de esa jaula de grillos que son las redes sociales; se trata de encontrar un momento de intimidad para el lector y para el escritor. Además, lo que busco, precisamente, es no tener el feedback, porque uno se cansa de que todo se comente, que te puedan afear algo o aplaudir demasiado. Lo bueno es escribir sin me gusta y sin retuits. Por otra parte, un mensaje que tú has compartido con cierta intención poética puede llegar a adulterarse cuando viene tu primo Perico y te responde: “¡Qué intenso te has levantado hoy! ¿Qué has desayunado?”. Y eso le quita mucha magia. De hecho pensé en titular este diario de una manera muy provocadora y pedante, Margaritas a los cerdos... porque a veces las redes sociales te da un poco esa sensación: tú compartes un trocito de tu alma y alguien te pone un icono de los Cazafantasmas. Esa es otra de las razones, y luego, en el prólogo, Miguel Ángel Hernández habla muy bien de la oscuridad que se necesita para escribir y leer, de meterte en un clima de intimidad, silencio y paz que las redes sociales no te dan. Por eso creo que los libros van a sobrevivir, porque te ofrecen algo distinto.
Este diario que ahora ve la luz, ¿tiene un objetivo, un fin en si mismo o, como describe en un pasaje, es un making of literario del que nacen otros proyectos?
-Algunos diarios son un mero contenedor de los restos que sobran, un reciclaje, pero yo quería intentar que el diario sea un libro en sí, hacer un producto literario que tenga cohesión interna y, a la vez, una trama. Como decía Pavese, que se vean los filones de tu vida, los grandes bloques que te pueden obsesionar, que no sea un mero dietario de hechos.
Sucede en sus diarios, al igual que en los de Sánchez-Ostiz (y otros muchos), que están plagados de citas y referencias a otros autores, ¿siente la necesidad de apuntalar reflexiones propias con otros nombres digamos que más conocidos?
-Sería divertido que te respondiera citando a alguien... Pues como dice Vila-Matas, a mí me gustaría hacer un libro de citas, una tras otra, y que tuviera un sentido, como el gran orgasmo de citas. El caso es que quedan bien, y uno se siente como más autor de diarios poniendo citas. Y luego sucede que te vienen a la cabeza y te da pena no usarlas. Creo que las influencias son como pilares en los que tú te apoyas para no dar palos de ciego. Al final un lector que ha leído mucho es un lector más seguro, como un árbol genealógico que le indica a donde quiere llegar. En cualquier caso, yo me mojo, en lo que quiero, eso sí. En estos dos años hubo mucha tralla política y he decidido que esa no era mi guerra, en este momento. Creo que este tipo de libros son diario de lecturas, material de letraheridos.