Concierto de Isabel Rey y Nauzet mederos
Soprano: Isabel Rey. Piano: Nauzet Mederos. Programa: Canciones de Miquel Ortega (1963): Romance de la luna, Mi corazón, Memento, Primer aniversario, Aire de Nocturno, Canción del jinete. Vicente Asencio (1908 1979): Desespero, Albada, Cançó. A. G. Abril (1933): Agua me daban a mí, A pie van mis suspiros, No por amor. Granados: Colección de tonadillas sobre la Maja. Turina: Poemas en forma de canciones. Programación: ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Gayarre. Fecha: 10 de abril de 2018. Público: algo menos de media entrada.
Isabel Rey y Nauzet Mederos pergeñaron un programa muy coherente en torno a la canción culta española. Junto a los archiconocidos Granados y Turina -los otros dos grande suelen ser, en estos recitales, Falla y Rodrigo-, sus satélites, menos interpretados, incluso desconocidos en esta faceta, Ortega, Asencio y G. Abril. Y digo satélites porque, aun con claras diferencias, admiten la influencia de los maestros, se mueven en la tonalidad, cantan los textos de grandes poetas españoles, y siguen, en el siglo XXI, la rica tradición de lied Ibérico que tuvo gran auge en el XX; eso sí, con influencias foráneas, como el impresionismo, etc. Los intérpretes de estas músicas, aparentemente no muy complicadas, que se mueven en zonas medias del pentagrama para la voz, y que no suelen tener gran lucimiento para ellos; deben, sin embargo, hacer gala de sutileza extrema, tanto en la voz, como en el acompañamiento pianístico; tienen que enriquecer musicalmente unos textos ya de por sí muy bellos, y transmitir, con teatralidad no exagerada ni abrupta, la intención del autor; máxime en las canciones que encierran dobles intenciones o especial picardía. Es cierto que, a veces, las propias inflexiones de la voz, no permiten la claridad del recitado, pero, tratándose de la lengua materna, y, en esta ocasión, al no haber sobretítulos, se agradece la claridad. Isabel Rey, que aparece muy elegante, altiva y luminosa en escena, demostró, como principal virtud, la experiencia, el buen fraseo y la transmisión de la intención de los textos; en algunos tramos, no tan claros de pronunciación. Su voz mantiene poderío en los matices fuertes, pero ha perdido maleabilidad, y los diminuendos y matices en piano son un tanto planos, no con la vida que tenían antes. Asoma algo de vibrato, al principio, pero esto se corrige con el paso del recital. A mi juicio, su voz es más plena en los fuertes dramáticos, que son grandes, redondos, rotundos, y que vienen, y son resultado, de unos reguladores intensos y de un fraseo hermoso. Comenzó con unas canciones de Miquel Ortega, de quien, aquí, tenemos muy buen recuerdo como director de la orquesta, tanto sobre el escenario como en el foso. Ortega, muy ligado a la ópera, conoce las voces, y las cinco canciones programadas dan oportunidad a los intérpretes de mostrar dramatismo, serenidad, miedo -con pasajes un tanto graves para la voz-, y un acompañamiento pianístico austero, pero fundamental, muy bien realizado, por Mederos que, desde luego, se va a lucir, también, en la Dedicatoria de Turina, y en las coloristas y punzantes imitaciones del galope del caballo o de la guitarra, con el teclado. La soprano cargó el dramatismo a partir de El mirar de la Maja y la Maja dolorosa de Granados; ciertamente lo tienen, pero quizás, la excesiva visceralidad, perjudicaba la dicción. El público respondió con corrección, pero un tanto fríamente.