llevamos varias temporadas guiados por el buen hacer de un puñado grande de cocineros, que nos descubren procesos culinarios, menús fantásticos y terminologías varias utilizadas en la cocina. No hay cadena de tele que se precie que no tenga fichado a un destacado profesional de este quehacer tan humano como es el comer, el alimentarse, el jalar cotidiano.

El fenómeno mediático de la gastronomía, es un gozoso descubrimiento de cocinas, cocineros y platos habituales, veganos o vegetarianos. El personal se va habituando a las recetas de menús caseros, a los trucos de manipulación de alimentos, al trajín de sartenes, cazuelas y otros elementos manejados por estrellas como los hermanos Torres, que acaban de abandonar la tele, o la simpatía comunicativa de Argiñano con buen hacer empático y educador.

Los actuales escaparates de la familiar pantalla consagran la cultura de cocina y alimentos como elementos de nuestra época, que han hecho del buen yantar tarea diaria explicada en programas de teles, espacios de radio, páginas de prensa con sus habituales recetas, que en ocasiones puesto el personal a repetirlas, muchas veces no encuentran el camino de su correcta preparación, como si algún paso se hubiera quedado en el camino y la preparación no cuajara.

Todos somos cocineros, todos nos ponemos el delantal, y todos hemos comprado alguna vez un recetario de famosos maestros de fogones y planchas, de cocidos tradicionales y preparaciones esferificadas de cocina molecular, que ilustran el buen hacer de los personajes de blanco delantal y planchada chaquetilla. Lo de Masterchef junior supera los límites de la invasiva moda de este producto televisivo. Poner a críos/as de ocho o nueve años a cocinar imitando a los grandes maestros, es rizar el rizo de la explotación de un producto televisivo, a punto de saturación.