el pasado domingo una muchedumbre, entre cincuenta y doscientos mil individuos, se manifestaron en Madrid contra el Gobierno de Pedro Sánchez, en una acción cuyo manifiesto ideológico fue leído por la opinadora María Claver, acompañada por dos subalternos, los periodistas Albert Castillón y Carlos Cuesta, en un ejercicio que nada tenía que ver con el periodismo y mucho con agitación y propaganda. No es la primera vez, ni será la última, en la que un periodista lee un manifiesto al finalizar una manifa; todos recordamos a Iñaki Gabilondo, Rosa María Mateo y otros dignos representantes de la profesión, en esta protocolaria función. Lo que ha sobrepasado los límites de la dignidad profesional han sido los modos manifestados y las mentiras vertidas en el texto, escrito por no sabemos qué oscura mano, tergiversadora y manipuladora. Las maneras agresivas, gritonas y barriobajeras de los tres monaguillos del poder atacan la dignidad debida por un periodista en el ejercicio de su profesión. Cada uno elige las tareas que desea hacer en esta azacaneada profesión pero no puede obviar el desdoro y el mal hacer de quienes se dicen profesionales subjetivos, independientes y solventes, con actuaciones semejantes. Ese empeño sostenido de atacar al Gobierno, lanzar diatribas a troche y moche, señalar con el dedo a quienes, según ellos y sus partidos, ponen en peligro la unidad de la patria, convierte a este trío de marionetas en justicieros inquisitoriales en estos agitados momentos de tensión y trifulca política. Como diría un castizo ante semejante circunstancia, que se les ha visto el pelo ideológico de la dehesa en un episodio de exaltación extremista, falsaria y mentirosa. Retratados para el futuro, aspirantes a altos cargos si el PP vuelve al poder de la mano de Vox y Ciudadanos. Ellos son el modelo de muñeco periodístico que quieren las formaciones políticas citadas.