pamplona - Como si de un océano se tratase, Nach navega el alma humana en su último disco, Almanauta. Y desde la sinceridad que respira y emana, regala una colección de temas para enfrentarse a las tormentas, pero también para saborear la calma.

Cada rima encierra parte del alma de su creador, pero si el Almanauta es quien viaja o se encuentra en el alma, ¿qué ha encontrado Nach en este ejercicio introspectivo?

-Algo muy importante y que me sirve en el día a día: que el océano del alma muchas veces puede estar en calma, otras puede haber una tormenta difícil de gestionar... Pero hay que saber cómo navegar por ese océano en cada momento: todas las tormentas pasan, te van haciendo más fuerte y hábil, y luego esa calma hay que disfrutarla. Consiste en intentar aceptar las cosas si no son buenas, disfrutarlas si lo son, pero aprender con ellas y que te sirvan de alimento, tanto vital como artístico, para poder seguir sintiéndote humano. Tenemos que valorar que algo que se llama alma, que está en un punto bastante inconcreto dentro nuestro, al mismo tiempo es un océano inmenso.

Y cuando uno mira a su alrededor, hacia el mundo, se da cuenta de que son tiempos en los que vivimos, amamos, hablamos, cantamos y luchamos sin alma. ¿Por qué?

-Lo intentamos, pero muchas cosas dadas desde fuera intentan que nos dirijamos hacia un lugar concreto o que nos movamos de una manera concreta. Y ya con la tecnología? Es difícil reposar cualquier pensamiento, cualquier sensación y cualquier emoción y darle su tiempo. Hoy día todo es tan inmediato que enseguida nos convertimos en robots, pero, al mismo tiempo, eso también nos hace ir dándonos cuenta de dónde estamos y de quiénes somos. Los tiempos pasan muy rápido y necesitamos darnos cuenta en qué momento y qué está pasando para poder utilizarlo de la mejor manera a nivel humano.

En Los dos lados del telón encontramos las luces y sombras de la vida de un artista, en la que conviven un “tipo normal a un lado, al otro la leyenda”. ¿Cuánto de su libertad personal ha tenido que sacrificar para desarrollar su faceta artística?

-Uno quiere dedicarse a lo que se dedica pero hasta que no sucede, no se da cuenta de lo que va perdiendo por el camino. En el balance uno saca mucho más y al final uno aprende a gestionar esas cosas que son más incontrolables como la pérdida del anonimato, la lucha con la creatividad, o intentar tirar para delante sobre la presión que se pone uno mismo y la que le pone el resto. Mi secreto ha sido tranquilizarme y decir: “Hago lo que me gusta, lo hago para que otra gente se identifique con ello? Y eso es maravilloso”. Si un concierto me sale peor, si en una canción no doy en el clavo o si la gente me juzga sin conocerme... son cosas que no puedo controlar, así que me voy a reír más de ellas que intentar sufrirlas. Si no, no tendría sentido dedicarme a esto.

Musicalmente, ritmos de trap, de hip hop de los 90 o de soul navegan por Almanauta, donde además rapea sobre diferentes tempos. ¿Salir de la zona de confort es un motor para continuar ahí, 20 años después, y todavía con hambre?

-Soy una persona muy abierta en cuanto a música. Hay ritmos de trap que me molan, también cosas que van al soul, al jazz? Eso sale reflejado en el disco, ya que quería mantener mi esencia y que también se vieran todas las cosas que escucho. Si un día en el coche me pongo un tema con un ritmo o un tempo diferente, y me mola, me planteo cómo sonaría yo sobre ello. También está la compañía de un productor como Pablo Cebrián, que ha sabido entenderme, escucharme y que es una persona muy hábil y muy amplia de registros.

Menciona el trap, actual diana de críticas -al igual que las recibió el rap en su día- y un género al que dispara en Rap bruto: “Mi escuela no necesita efectos para adornar lo que habla”. Como todo en la vida, ¿hay trap bueno y trap malo?

-La diferencia es que el hip hop venía de un porqué, tenía que ver con una actitud, con ser alguien, con luchar contra el sistema? Había una cultura muy poderosa por debajo que nos identificaba y eso no lo veo tanto en el trap, que lo comparo con el punk que había antes, que era “carpe diem, me da igual y tiro”. Y me parece bien, aunque no me identifico con ese mensaje. Supongo que hay trap bueno y trap malo, pero lo que más escucho es hip hop, que sigue muy vigente y que no ha muerto, aunque haya gente que diga está pasado de moda? Todo el mundo que hable de que algo está pasado de moda es porque sigue las modas, con lo cual su opinión no me interesa. Sigo promoviendo la palabra hip hop porque vengo de esa cultura y sé lo que me aportó a mí como persona para poder enfocar mi vida con una dirección y con una actitud determinadas. Y eso para mí fue valiosísimo. El hip hop sigue vigente, aunque lo más mainstream tenga que ver con nuevos rollos como el trap o algo más digitalizado. Pero si te fijas, en cualquier país del mundo se sigue haciendo rap y hip hop y tiene un montón de público. Eso es así.

Precisamente el público nacional, que ha celebrado la colaboración con Kase.O en Todo o Nada. ¿Era casi ya una deuda pendiente?

-Sí, la teníamos ahí y en el pasado había sido difícil: cada vez que quería sacar un disco, era imposible juntarnos. En estos últimos tiempos nos hemos conocido más profundamente, algo que nos vino muy bien a los dos, y salió de manera natural: todo surge cuando tiene que surgir. A lo mejor éste es el primer paso para hacer más cosas en el futuro...

Parafraseándole: si solo soy creíble cuando digo lo que pienso, cuando pienso pero no lo digo, ¿pierdo mi credibilidad?

-Siempre digo lo que pienso. Ha sido una norma que ha ido siempre conmigo y es la única manera de que la gente reconozca que soy auténtico y que no hago esto por ninguna otra razón que la pura expresión. También hay veces que piensas ciertas cosas pero tienes que tener cuidado con cómo las dices hasta que realmente calen y tengan más efecto que el insulto fácil, por ejemplo.

En ese cómo decir las cosas, ¿quién protege a Nach del propio Nach cuando se planta a escribir?

-Nadie. Yo tengo que hacer esa labor, aunque a veces no sea sencilla. Supongo que es donde tengo más batalla conmigo mismo, no solo cuando me pongo a escribir, sino también cuando dialogo conmigo mismo. Todo ser humano, en el fondo, es así porque en nuestro diálogo interno nos conocemos al 100%: nos boicoteamos a nosotros mismos, nos decimos cosas muy feas, nos queremos cuando nos tenemos que querer... Y en ese diálogo interno, cuando tienes que mirar muy hacia dentro para crear y para plasmarlo, al final piensas, piensas, piensas, conversas contigo mismo... y veces acabo un poco harto de mí. Pero ese es mi trabajo y en el fondo me ha hecho observarme y conocerme a mí mismo de una manera muy especial, y es algo que valoro. No lo sé hacer de otra manera tampoco.

Como cierre, un principio, el de su disco: “Grande, quería ser grande” son las palabras que abren Almanauta. Ahora, en este momento, ¿es quién quería ser?

-Hace un tiempo hice una terapia psicológica y me dijeron que me imaginara en un parque, sentado al lado del Nacho de 10 años. Y el Nacho de 10 años me miró, flipó y dijo: “¿Eres lo que voy a ser dentro de 25 años?” Él pensó que iba a hacer algo increíble, porque cuando lo analizas, ves que ese niño de 10 años, que era un soñador y un poquito especial, al final con su vida ha hecho cosas que valen la pena. Eso no me lo va a quitar nadie y lo llevo conmigo porque sé que he luchado y trabajado mucho. Y pretendo seguir haciéndolo, porque esto me llena al 200% y es lo que le ha dado sentido a mi vida. No sé qué sería si no hubiera dedicado mi vida a la música, a lo mejor hubiera sido feliz de otra manera... Pero vivir intensamente, el haber viajado a tantos sitios, el haber conocido a tantísima gente, haberme comunicado con tantas personas a través de canciones... Cada día pienso en el valor que tiene.