asier polo e iñaki alberdi con la osn

Intérpretes: Asier Polo, violonchelo. Iñaki Alberdi, acordeón. Orquesta Sinfónica de Navarra -cuerda-. Dirección: José Luis López-Antón. Programa: Sonata para viola de gamba y clave, (1.027) de J.S.Bach, en transcripción para chelo y acordeón. In Croce de Sofía Gubaildulina. Le grand Tango de Piazzolla. Transfiguración de Jesús Torres (1965). Programación: ciclo Baluarte cámara. Lugar: sala de cámara. Fecha: 20 de febrero de 2019. Público: casi media entrada (12 euros).

Hay una extraordinaria complicidad entre los dos intérpretes protagonistas de la velada que nos ocupa. El violonchelo de Polo y el acordeón de Alberdi son dos instrumentos que, en principio, nos parecen un tanto alejados de los dúos convencionales del repertorio clásico. Pero ellos los funden con autoridad, respeto, y un plus de cariño de cada uno por el contrario. Sobre todo en las obras compuestas para ese orgánico tan personal. Para mí, -y sin quitar mérito al estreno-, la cumbre de la velada fue la obra In Croce de Sofía Gubaidulina: una partitura que, escrita en 1979, descubre mundos sonoros nuevos, inventados para elevar al máximo la expresividad y profundidad de la obra. Es la gran aportación de la compositora tártara: sus sonidos podrían ser bellos de por sí, en un plano meramente abstracto, como una exhibición de recursos; pero, lo grandioso es que todos tienen sentido. El acordeón se instala, junto con la orquesta, en ese minimalismo místico tan propio de la compositora, con unos agudos etéreos donde se incrusta el poderoso violonchelo. Hay una interacción entre lo humano y lo divino representado por ambos instrumentos. Una atmósfera distinta -como de misticismo- a la que se llega con sonidos sacados del pizzicato, del cum legno, de los glissandos, etc; todo al servicio de lo que se cuenta. Es impresionante la grandeza sonora que obtienen solo dos instrumentos; su compenetración tímbrica, tanto por semejanza -violonchelo agudo-, como por contraste. Y es estremecedora la escala ascendente de ambos, al final, que nos elevan irremediablemente hacia lo alto, para deshacerse en trinos, descender la mirada, y morir. Comenzó el concierto con ambos intérpretes sentando cátedra con Bach: transcripción de la sonata BWV 1027. Bien. Al principio la sonoridad se nos hace un poco extraña; el acordeón se nos va, casi, a órgano positivo, con una rotunda invasión del chelo. Bach lo aguanta todo. Fue una delicia escuchar los tramos, claros y de limpia digitación, del acordeón solo, con su específico bajo continuo, y la tensión lograda en el andante por ambos solistas. Impecable resultó el Gran Tango de Piazzolla: rienda suelta al sonido arrastrao, predominio de los esfonzandos en esos golpes de fuelle y arco, acatamiento rotundo al implacable ritmo por parte de ambos, sonoridad orquestal. La otra gran cita de la tarde era el estreno de Transfiguración de Jesús Torres, una obra dedicada a ambos intérpretes -(seguimos con las amistades, nada peligrosas)-. Al fondo de la partitura subyace el espíritu agitado de la abadesa Hildegard von Bingen, sobre cuyos versos se inspira el compositor. En una primera audición, y sobre todo al principio de la partitura, sale ganando el chelo, como solista; el acordeón aporta, sobre todo, su timbre al sonido agudo de violines. Al violonchelo, un tanto enfurecido, se le va a exigir un virtuosismo rabioso y obstinado, y, también tramos muy líricos. La orquesta, con fragmentos arrolladores y otros de remanso en sus extremos agudos y graves, permanece, sin embargo, atenta a los solistas. Ciertamente, la dirección de López Antón, estuvo bien calibrada en el volumen, y la orquesta siempre respondió con respeto. Es una obra que se escucha sin problemas; tonal para el oído del oyente primerizo, y con una variedad de estados de ánimo que nunca la hacen aburrida, lo cual no es poco. Aunque, quizás, uno esperaba más resonancias arcaicas, por la inspiración de la santa abadesa, ese espíritu, lleno de contrastes, nos invade; eso sí, con una estética más bartokina. Programa muy interesante, ecléctico y novedoso, el ofrecido por nuestro querido artista residente, con el que cierra su extraordinario ciclo.