el llamado juicio al procés catalán está ya en marcha y la tele se ha apoderado por primera vez de los acontecimientos y sesiones que día a día van construyendo el relato de lo que pasó con infinidad de pruebas, testigos , fiscales, abogados defensores, imputados y demás elementos de este monumental circo retransmitido desde la corte suprema de justicia que se puede seguir tranquilamente desde las caseras pantallas. El personal está acostumbrado a ver en películas y series el ir y venir de los protagonistas de un juicio en EEUU y por ello estamos habituados a los manejos en una sala de justicia; por ello lo que el Supremo de estos lares nos presenta es algo parecido pero más rígido, con menos juego dialéctico y más parafernalia de togas, puñetas y rostros cariacontecidos cejijuntos. La narración que nos ofrece la tele institucional es seca, repetitiva y amuermante, con un presidente de sala repitiendo lo mismo una y mil veces, imponiéndose a tirios y troyanos. El realizador de semejante paquete informativo se las ve y desea para darnos una ración de justicia con escasez de recursos diferentes y sin ningún primer plano en una narración seca y rígida. La experiencia de contemplar las sesiones de la vista de la causa desde la sede del Tribunal Supremo con el juez Marchena al frente y sus colegas de poltrona, tiene a pesar de todo su aquel, aunque echamos de menos un comentarista para hacer más digeribles las declaraciones de los testigos, más de quinientos, sometidos al fuego graneado de fiscalía, abogacía del estado y abogados de la defensa que pelean duramente con un presidente que no se sale del guion, consciente de que Europa le está mirando y no se puede meter la pata. La velocidad narrativa, la frescura de las secuencias de la tele exigen otra realización, otro formato más pedagógico; el modo contemporáneo de consumir imágenes no casa con lo que dicta la magistratura para darle publicidad al juicio. En cualquier caso, silencio, se rueda.