parece y escribo solamente parece, que la ola furibunda contra los toros se ha estancado, a la espera de renovados ataques contra una fiesta que encaja con dificultad en la filosofía animalista que recorre la sociedad en su conjunto.

En nuestros lares, la tauromaquia es objeto de controversia, y hasta algún osado personaje público ha insinuado un plan para acabar con los encierros sanfermineros por maltrato animal, y sin saberlo se ha metido en un charco de proporciones considerables. La defensa de los derechos de los animales se está asentando en capas cada vez más amplias de nuestra sociedad, que en nuestro caso, atenta contra la pervivencia de las ferias taurinas, desperdigadas a cientos por estos lares. La actividad periodística sobre estos espectáculos está reducida significativamente, y en el caso de las retransmisiones taurinas han quedado relegadas a la cadena de pago Movistar, que en canal Toros, abastece la demanda de los aficionados, que se mantienen a la defensiva, pasando por taquilla.

La gran audiencia no echa en falta este producto de entretenimiento y sestean a lo largo de la primavera y verano con las estrellitas aduladoras de la comunicación taurina, arropadas por Emilio Muñoz, Maxi y Cristina. Los toros en la pequeña pantalla se salvan con el pago de la cuota correspondiente, y las masas consumidoras de tele tienen olvidado el despliegue mediático que antaño generaban las corridas. Ni las teles públicas, estatales o autonómicas, se atreven con esta programación, salvo el caso de Canal Sur, que para algo emiten en tierra de toros y toreros. La ausencia en pantalla es el olvido del consumo televidente, que se deja arrumbar por la corriente antitaurina, creciente y poderosa, calando en el ánimo de los telespectadores cada día más alejados de una fiesta que nació en la edad media, y que se aleja de la Opinión Pública por sensibilidad ecologista y animalista. Esto tiene mala pinta.