los ministriles eran unos músicos al servicio de la Iglesia y de reyes y nobles, que daban solemnidad a la liturgia o a eventos civiles importantes. María Gembero, en su libro Música en Navarra, ya nos ofrece una amplia nómina de ministriles al servicio de Carlos II de Navarra (1350-1387). Los que hoy tenemos, en el concierto que nos ocupa, son los descendientes de aquellos Ministriles de Granada que, en 1492, acompañaron a los Reyes Católicos en el fastuoso ceremonial -según las crónicas de Ginés Pérez de Hita- de la toma de Granada, donde se interpretó un Te Deum, sonando mil instrumentos de música de bélicas trompetas. El Ensemble La Danserye, nos propone un recorrido por los diversos estamentos donde solían actuar estos músicos: la esfera sacra, donde cada vez tomaron más importancia, entre otras razones por la ampliación de las catedrales y la necesidad de nuevas sonoridades; el ámbito de la universidad y el doméstico; y el universo callejero, más festivo. Sobre el escenario, en reposo, pero hermosos instrumentos ya para la vista: sacabuches, precursores del trombón de varas; orlo; chirimías; y un verdadero cañaveral de flautas dulces, de todos los tamaños. Los cinco intérpretes -número bastante estándar de estas agrupaciones en el siglo XVI, cuya música escucharemos- aparecen ataviados al estilo de la época -(como el Juan de Pareja de Velázquez)-, y durante todo el concierto, se van a comportar, más o menos, como los organistas: cambiando de instrumentos -o sea, de registros tímbricos y sonoros-, según la atmósfera, más o menos litúrgica, recogida o festiva, que quieren transmitir. En este sentido, el Ensemble -todos y cada uno- maneja todos los instrumentos.

En realidad, el concierto comienza en la espléndida sala de cultura Fray Diego de Estella, desde donde los ministriles acompañan hasta Santa Clara, a los asistentes a la presentación del libro Stella Splendens, sobre los cincuenta años de la semana estellesa. Un recorrido de música solemne que enlaza con la primera obra del concierto propiamente dicho, que también es procesional, desde el fondo de la iglesia, al escenario: un Francisco Guerrero brillante en Christe Potens, y con timbres más graves, en O quam super. A partir de aquí, el programa incide, sobre todo, en obras del archivo de la catedral de Granada -con una obra de M. Navarrus, de la catedral de Pamplona-; y son partituras, casi todas, vocales, que los ministriles pasan a sus instrumentos. El resultado es una calidad sonora indiscutible, muy cuidada, muy equilibrada entre los diversos instrumentos, sin que se tapen en volumen; todo bien perfilado y de un acabado perfecto: colorido nasal de la lengüetería, todas las gamas de sonoridad en las flautas -incluido el agradable soplido al estilo de los órganos positivos, en algún momento-; y los metales comedidos. Quizás por toda esa correctísima uniformidad, me quedo con el sonido de calle final: más descarado, más abierto y luminoso.