El esperado estreno de la gira de Amaia Romero tuvo lugar en su ciudad natal, Pamplona, con dos noches reventando el Baluarte. Una semana antes había salido a la venta su debut discográfico, Pero no pasa nada, un compendio de pop rock clásico con cierto regusto nostálgico. Independientemente de los gustos de cada uno, incluso antes de escuchar una sola canción, es un hecho objetivo que Amaia ha arrancado su carrera post Operación Triunfo con las riendas bien tomadas. Ha marcado los tiempos a su antojo, dejando que se desinflase el fenómeno popular y mediático que se originó en torno a ella durante su paso por el programa. Y ha grabado el disco que ha querido, con las personas que ha elegido y con el repertorio que ella misma ha ido componiendo. El resultado es un trabajo que, como ella admite, le representa fielmente.

En Baluarte había público de todas las edades (de niños a ancianos, aunque predominaban los muy jóvenes). Cuando se apagaron las luces, la ovación fue ensordecedora. En consonancia con el estilo de pop clásico que tiene el disco, Amaia salió con una banda de guitarra, bajo, sintetizadores y batería. Ella comenzó sentada al piano, instrumento que fue combinando con la guitarra acústica. El escenario estaba lleno de margaritas artificiales, como si los músicos estuviesen tocando en medio de un bucólico jardín. Arrancaron con Un día perdido y Amaia alto hierática, quizás nerviosa por estar en casa. El sonido y la voz, eso sí, perfectos desde el comienzo. Antes de la cuarta canción saludó, se levantó y se pasó a la guitarra. Se le veía más suelta al cantar Quedará en nuestra mente y La verdad del universo, con ciertos toques electrónicos. Con la versión de Medio drogados, de Los Fresones Rebeldes, se terminó de desatar: dejó la guitarra, cantó, bailó y saltó al borde del escenario.

Llegó después la parte más íntima del concierto, con Amaia sola frente al piano, interpretando la irónica Última vez, más larga que en el disco y con pequeños aullidos sustituyendo los silbidos finales. Tras ella, una pieza de Albéniz en la que demostró su destreza con las teclas (la tocó recientemente en su examen de piano, según confesó con su habitual naturalidad). Y entonces, la sorpresa más agradable de la velada, al menos para quien escribe: una preciosa versión a piano y voz del Qué nos va a pasar de La Buena Vida, delicioso grupo que abanderó, allá por los noventa, la segunda oleada del Donosti Sound con su pop orquestal. Muchos de los allí presentes no conocían la canción, pero la interpretación fue tan emocionante que conquistó a la audiencia.

Para que no todo sea jabón: el momento más desafortunado fue (a mi juicio, no al del público, que aplaudió a rabiar) el “alé Osasuna, alé” que incluyó repetidamente en el final de Cuando estés triste y arruinó toda la épica de una grandísima canción. Y desconcertante fue, al menos para los que ya tenemos cierta edad, la discotequera versión de Vas a volverme loca, de Natalia. Hace no muchos años, si te gustaba La Buena Vida no te gustaba La Oreja de Van Gogh, y si te gustaban Los Fresones Rebeldes no te gustaba Natalia. Esa falta de prejuicios que aporta Amaia (y toda la gente de su generación) es altamente saludable, y muchos deberíamos, en mayor o menor medida, tomar ejemplo.

El tramo final fue, y aquí no hubo dudas, incontestable. En Quiero que vengas la banda ofreció lo mejor de sí misma. Y en los bises, una acertada versión del Desde que tú te has ido y Nuevo verano con los músicos en torno a un único micro y el público en pie. Era solo el primer concierto, pero Amaia demostró tener un proyecto muy sólido entre manos. Veremos cómo evoluciona.