CONCIERTO de el drogas Fecha: 07/12/2019. Lugar: Zentral. Incidencias: Todo lleno, entradas agotadas con varios meses de antelación. El día anterior había tocado en la sala Tótem y nos cuentan que también llenaron.

El sábado llegó la segunda de las paradas que El Drogas y su banda realizaron en Pamplona el pasado fin de semana; el viernes habían actuado en la sala Tótem y un día después se disponían a hacer lo propio en Zentral. El ambiente era de máxima expectación, más teniendo en cuenta que acaban de lanzar un disco quíntuple, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, un trabajo de altísima calidad que abarca cinco ambientaciones musicales diferentes. A la hora de plantear los directos, El Drogas ha ideado una primera tanda de conciertos en la que incluirá canciones de los tres primeros discos, así como algunos clásicos ineludibles. Posteriormente se embarcarán en una nueva turné en la que se ocuparán de los dos últimos discos, pero eso será en 2020. Ahora desmenucemos lo que actualmente tienen entre manos, que es mucho y muy bueno.

En estas actuaciones iniciales, como se ha dicho, toman como base los tres primeros discos, que, por otra parte, son bastante heterogéneos. No parece sencillo dar uniformidad a un conjunto en el que caben canciones acústicas, rockeras y de rythm’n’blues, pero ellos lo hicieron con la mayor naturalidad. Y como la materia prima era extensa, ofrecieron un concierto que en realidad fueron dos, tanto por la duración (tres horas) como por la disposición del repertorio, que alcanzó un primer clímax más o menos por la mitad y otro al final. Entre medio, muchas novedades, algunos himnos, un par de largos crescendos y muchísima entrega y disfrute encima y debajo del escenario.

Arrancaron muy tranquilos con Tienes dos manos, y ojo a la formación: El Drogas al piano, el Flako al contrabajo, Txus acariciando con mucha sutileza, casi con sensualidad su guitarra y Brigi tocando muy suavemente la batería (sé que cuesta creerlo, pero puedo jurar que así fue). Continuaron en la misma línea con otros dos cortes acústicos que el público recibió con palmas y cantando los estribillos. Subieron entonces un punto la intensidad con otra terna, en este caso extraída del Timbre Canalla y de Bullanga (¡qué bien sonó La mala suerte!), que contribuyó a ir caldeando el ambiente antes de la auténtica explosión de decibelios que originaron los siguientes tres temas, pertenecientes al Timbre oxidado, dedicado al drama de la inmigración y a los sonidos más contundentes. Llevábamos nueve canciones nuevas (la mayor parte de los grupos no incluye tantas novedades en sus repertorios), y fue entonces cuando llegó la primera ración de clásicos. En ese grupo incluimos ya algunas de su anterior trabajo (Peineta y mantilla, Cordones de mimbre), que no desentonaron al lado de incunables como La silla eléctrica o No hay tregua. Ahí podrían haber terminado, con dos decenas de canciones y hora y media de actuación. Sin ir más lejos, eso es lo que duró el de Tarque de la noche anterior, que ofreció un señor concierto de noventa minutos y diecisiete canciones.

Pero El Drogas se rige por sus propios parámetros y, tras esa primera apoteosis, no hicieron ningún amago de parar, sino que siguieron, bajando primero el pistón con medios tiempos, tangos electrificados y orfebrería acústica, manejando a su antojo los tempos para volver a acelerar hasta el delirio en el tramo final, coronado, cómo no, con En blanco y negro. Pocas bandas, por no decir ninguna, son capaces de tocar durante tanto tiempo y con tanta intensidad, sin perder ni por un segundo la atención del público e introduciendo además veintitrés canciones nuevas (¡veintitrés!) en un repertorio de cuarenta y dos. Cuesta decirlo en un artista que lleva cuatro fructíferas décadas de carrera, pero El Drogas (y por extensión, su banda) está en su mejor momento. Disfrutémoslo.