- Hace más de dos millones de años, nuestros antepasados los australopitecos quedaron recluidos en las secas sabanas del este de África, lejos de los recursos de la selva húmeda. Allí, nuestros hábitos alimenticios cambiaron y, por imitación a los grandes depredadores, nos entregamos por primera vez a la actividad de la caza, con el resultado de hacernos en gran medida carnívoros. Así lo expone Germán Delibes de Castro, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Valladolid.

Aquellos primeros cazadores, Homo habilis, no tenían colmillos ni garras, y esta debilidad despertó el ingenio para confeccionar armas, lo que requirió que se potenciara la capacidad intelectual, ya que la venatoria necesita ingenio para planificar, comunicar y conocer las especies, así como analizar el territorio. Estos argumentos justifican que la caza hizo al hombre y que la actividad cinegética ahormó nuestra conducta.

No en vano, ser un avezado cazador convirtió al Homo habilis en carnívoro y ello provocó importantes cambios corporales y cognitivos. Los científicos destacan que el volumen encefálico de este homínido, con 600 centímetros cúbicos, creció un tercio en medio millón de años, llegando al cerebro del Homo ergaster y multiplicándose por tres en apenas dos millones de años. Además, no fue casualidad que este homo fuera el primate de menor intestino que comenzó a configurarse como humano inteligente.

En el Neolítico, este primer homínido pasó a ser sedentario, al introducirse la ganadería y la agricultura. A partir de esas dos nuevas actividades, ya no fue imprescindible cazar para comer carne. Estos datos indican, como aclara Delibes, que más del 99,5% del tiempo en el que los humanos hemos estado sobre la Tierra, el homo ha tenido que subsistir y evolucionar como cazador obligado.

Heidelbergenses y neandertales, dos especies que, entre sí, podrían considerarse abuelos y nietos genéticos, ocuparon Europa entre medio millón y 50.000 años atrás, y se desenvolvieron entre hielos, por lo que las exigencias energéticas solamente podían alcanzarse comiendo carne de caza, como se ha documentado en dos yacimientos del valle soriano de Ambrona, paso natural entre las mesetas castellanas para la fauna, formada entonces por elefantes, rinocerontes, uros y caballos.

Sobresale en estos cazadores el desarrollo de las armas, como las jabalinas de madera y puntas de piedra, de dos metros de largo y arrojadizas, empleadas para cazar las piezas que proporcionaban mayor rendimiento energético: bisonte, uro, cabra montés, ciervo, reno e incluso animales más peligrosos, como mamuts, rinocerontes y osos. En la sierra de Atapuerca, los protoneardentales cazaban hasta el poderoso león de las cavernas. "Esto rebela que, en la cúspide de la cadena trófica, siempre estuvo el hombre cazador", apunta Delibes.

Continuando la línea evolutiva, en el Paleolítico Superior -hace 25.000 años-, al Homo sapiens se le atribuye la renovación que propició instrumentos de caza con proyectiles de pedernal y hueso, que derivaron en la creación del arco y las flechas, que permitían abatir una pieza a más 50 metros. Al término de esta era, a partir de 18.000 años atrás, la caza menor adquirió más protagonismo, al aumentar la población humana y darse una tecnología cinegética efectiva para la caza del conejo.

Sin embargo, al iniciarse el Neolítico, el hombre, que durante millones de años había sido cazador nómada, hubo de convertirse en ganadero y agricultor sedentario. Esto sucedió por primera vez hace 11.000 años. La ganadería y la agricultura fueron introducidas en la Península hace 7.500 años. La dieta de carnívoro disminuyó y los productos agrícolas fueron la base de la alimentación, complementada con la carne de la ganadería incipiente: cabras, ovejas, vacas y cerdos.

La caza ya no era imprescindible, sino que empezó a ser placentera, y eso hizo que comenzara a ser sostenible, al cazarse, selectivamente, los individuos viejos de ciervos, la especie cinegética seleccionada en España. Sin embargo, la caza ya estaba adherida genéticamente a nuestra condición humana, al ser, según Delibes, "la actividad más trascendente de los humanos durante el 99% del proceso histórico y, sin duda alguna, la que ha hecho que hoy estemos aquí".

En la actualidad, es objeto de debate el derecho a cazar, pero no puede impedirse hacerlo sin amputar algo de nuestra naturaleza. Evidentemente, hoy resulta injustificable la práctica de la cinegética sin un compromiso firme y previo con la conservación de la biodiversidad y el medio ambiente en general. Un compromiso fácil de arrancar a los buenos cazadores y que con tanta maestría defendió Miguel Delibes, padre de Germán y que legó a las generaciones actuales de Homo venator sentencias que, con el tiempo, se han consolidado como pilares de los principios y ética del cazador. Tal y como Delibes definió, la caza es el sentimiento puramente atávico de "un hombre libre, en tierra libre, sobre caza libre".