Fecha: 08/12/2020. Lugar: Escuela Navarra de Teatro. Incidencias: Concierto de Alberto Rodríguez Purroy celebrado en la Escuela Navarra de Teatro. Le acompañó el músico y productor Fredi Peláez en el piano.

e terminaba el puente foral, acueducto lo llaman algunos, y qué mejor manera de despedirlo que disfrutando de una actuación en vivo. Parece que, crucemos los dedos, algo se va moviendo; después de varias semanas de sequía y desierto, con algunos espejismos en forma de actuaciones en streaming, llegó por fin el momento de volver a celebrar el viejo ritual. El maestro de ceremonias de la velada era Alberto Rodríguez Purroy, toda una garantía de que el espectáculo discurriría por los cauces de la emoción y la exquisitez. También era una fecha importante para él, pues se trataba de la presentación oficial de su disco, el brillante Instantánea, en su querida Pamplona.

Con elogiosa puntualidad apareció el autor sobre el escenario en medio de un respetuoso silencio. Le acompañaba Fredi Peláez, su productor y arreglista, que en la noche del martes se ocupó del piano. A la parroquia rockera le sonará su nombre, pues ha colaborado varias veces con Marea (así como con muchos otros artistas). Y con ese formato de piano club fueron desgranando el repertorio; musicalmente, el sonido fue brillante, aportando lo mejor de la desnudez instrumental gracias a la solvencia de Fredi con las teclas y, por otro lado, gracias a la precisa interpretación vocal de Alberto. En A medias se notó la influencia de Aute, tótem supremo de la canción de autor en general e influencia muy directa para Alberto en particular. Llegó a compartir escenario con él en una ocasión (Benalmádena, julio de 2015). De aquella experiencia surgió una amistad sincera y epistolar que quedó inmortalizada en la canción Encuentro fugaz, que dedicó a la memoria del añorado maestro.

Las canciones iban precedidas por una breve introducción a cargo del autor, que contaba con el apoyo visual de unas proyecciones a su espalda. Eso reforzaba el mensaje de cada una de las composiciones, ya fuera la envidia de la que nos invita a huir en , a seguir cabalgando o esa mirada nostálgica hacia la infancia que envuelve la bella Piratas, una de las más aplaudidas. Además, las imágenes daban empaque estético al espectáculo. Las emociones fluían libremente por la Escuela Navarra de Teatro; Alberto reconoció que tenía hambre de escenario y se le notó que disfrutaba como un niño jugando sobre las tablas. Supo contagiar su entusiasmo al público, que se dejó atrapar por su poética de halo nostálgico y también disfrutó de su veta más irónica (en ocasiones, ácido y afilado sarcasmo, caso de Tecnoestrés).

Hubo también variedad estilística: aunque la mayor parte del concierto se desarrolló a base de piano y voz, en algunas canciones Alberto tocó su guitarra. Fue el caso de la hermosísima El último baile, en la que teclas y cuerdas construyeron un armazón perfecto para que las palabras viajasen hasta lo más profundo del corazón de cada uno de los asistentes. En opinión de quien esto escribe, ese fue uno de los puntos álgidos de una actuación en la que no hubo bajones. En el último tramo también brillaron Altas y bajas, Tu infracuerpo o Ay, París. El tema que da título a su disco, Instantánea, uno de los más longevos de su repertorio, según él mismo reconoció, atestiguó la talla que siempre ha tenido como compositor. El disfrute por parte del público estaba siendo total, y al final se pudo derribar definitivamente la cuarta pared cuando todo el patio de butacas cantó y dio palmas en la animada No quiero más café, primero, y cuando Alberto se sentó en las escaleras del escenario para tocar con el ukelele y sin micro el último estribillo que ha compuesto, todavía inédito, después. La despedida llegó con Las cuatro y diez, de Aute, coreada a modo de fin de fiesta. Bravo.