Espectáculo: ‘Signos’, concierto coreografiado. Intérpretes: Isabel Villanueva, viola; Antonio Ruz, bailarín y coreógrafo. Iluminación: Olga García. Programa: Música de György Kurtag, Signos, juegos y mensajes; y J. S. Bach, Partita n. 2 para violín solo, versión para viola. Programación: Museo Universidad de Navarra. Lugar: auditorio del museo. Público: Lleno. lo permitido (16, 12 euros).

esde aquí hemos seguido con gran interés la carrera de Isabel Villanueva (desde 2013 hasta julio del pasado año). Una carrera, con su viola, intensa y valiente. Digo lo de valiente porque, precisamente, lanzarse al mundo de los intérpretes de concierto con un instrumento de poca literatura solista es todo un reto. Además, tuvo la osadía de montar un festival nuevo, al aire libre, en Pamplona, reinaugurando la vida musical después del confinamiento; saliendo francamente airosa. Todos, intérpretes y público, le agradecimos en el alma, aquel festival de la Ciudadela (DIARIO DE NOTICIAS Noticias 30 julio- 8 de agosto de 2020). No olvidaré, tampoco, la soberbia versión de las suites de Bach para violonchelo, trascritas a viola, en San Saturnino. Así que a la pregunta de ¿qué necesidad tiene esta violista, que toca como los ángeles que pueblan cualquiera de nuestros magníficos retablos de meterse en berenjenales dancísticos? La respuesta es clara: Villanueva es una mujer inquieta, abierta, que explora y que se lanza a la piscina, casi sin importarle si tiene agua; es igual, caerá de pie.

Por otra parte, también recordamos el magnífico espectáculo, en este mismo auditorio, del bailarín y coreógrafo Antonio Ruz: Presente, otra propuesta rompedora, (DIARIO DE NOTICIAS 9-11-19). Así que, la propuesta de fusión del mundo respectivo de estos dos creadores, es cuando menos, interesante. Lo llaman Signos, porque parte de la partitura de miniaturas para viola de Kurtág, Signos, juegos y mensajes; aunque el espectáculo esté más impregnado de Bach, sobre todo, por la impresionante versión que hace Villanueva de la chacona final de la partita 2 para violín solo, aquí con viola.

A mi juicio, en este caso, Ruz queda muy en segundo plano. Parece que se trata de que la violista, acostumbrada, como todo solista, al hieratismo -con leves movimientos de compás- que impone la dificultad del instrumento, quiere liberarse de ese eje opresor de la postura clásica, y moverse y abarcar más espacio, tanto vertical como horizontal, y que la viola le acompañe, pero que sea la intérprete la que siembre su música por espacios, ambientes y luces nuevas. Por supuesto la dificultad aumenta; ya no es sólo de digitación, sino de coordinación de pasos con el compás, de cierta danza que subraya el tempo, de incorporación de otro bailarín al eterno dúo de intérprete y viola; ahora ya hecho trío, en algunos tramos. Un trío que se acaricia, y que, también, a veces, parece estorbarse. Pero, la música, al final, se acaba imponiendo, y, quizás, toda esa superación de la dificultad añadida, le dé otra dimensión. La chacona final, sin ir más lejos, con Villanueva vestida con un camisón austero, e iluminada muy íntimamente, revela toda una estética de soledad, tristeza, cierta melancolía, que la sucesión de variaciones de la obra, con su prodigiosa matemática, transforma en luminosidad. No deja la música de ser protagonista, toque Villanueva de pie, de rodillas, de espaldas, o subida sobre su partenaire. Hay pasos de danza bien asimilados, y cierta soltura en las elevaciones. Y otras situaciones, -especulares, gritos…- más crípticos, que se prestan a diversas interpretaciones, y que le sirven, sobre todo, a la violista. Detalles de la biografía de Kurtag y su crisis creativa; visualización de la música barroca en los movimientos de brazos de Ruz; sorpresas sonoras de Kurtag, que se entremezcla muy bien con Bach, etc. Pero, fundamentalmente, sobresale la simbiosis contrastada y muy bella, del poderío musical de la viola, y la fragilidad del cuerpo de la intérprete. Ambos salen ganando.