Con más de 2.000 visitas en su exposición pasada en la Ciudadela, la artífice catalana Diana Iniesta presenta ahora Argia, una muestra que abarca dibujos, relatos, desnudos, paisajes urbanos y bodegones de flores. En concreto, la exposición se ha programado en su propio taller de pintura en Erratzu (Valle del Baztan), desde el pasado lunes 26 de julio hasta el próximo martes 31 de agosto.

El conjunto de las piezas queda agrupado en cuatro series en función de la temática que persigue la artista: Confined, At home: de Erratzu a Nueva York, La piel de las flores y Argia. La catalana asegura que trata múltiples temas dado el registro tan amplio que la acompaña. “Cuando se es creador, lo que haces es alimentarte constantemente del entorno”, sostiene.

La pieza 'Raquel' / Cedida

EN BUSCA DE LA LUZ IDÓNEA El estudio de la luz es una de las pasiones que mueve a Iniesta. La protagonista asegura que la luz se encuentra “desde pintando al natural hasta en pleno invierno poniéndote motivos sobre el lienzo”.

En la exposición de la artista, todas las obras parten de un mismo material: el óleo. El motivo lo tiene muy claro: “Un pintor dibuja con pintura. En mi obra, no hay líneas y tampoco uso lápiz ni carboncillo”. Su técnica consiste en “empezar desde las sombras y descubrir la luz”, explica la pintora.

Y es que resulta que el ojo humano, lejos de ver líneas, ve manchas. La luz se degrada y va de más a menos desde las sombras, por lo que su interés se inclina más por moldear y menos por delinear. “Un pintor no está para aclarar las cosas, está para iluminarlas. Me interesa sugerir, más que definir de forma absoluta y cuadriculada”, reafirma.

LA MUESTRA Confined reúne una selección de retratos abocetados pintados a través de Zoom con modelos al natural, a raíz de la imposibilidad de desplazamiento físico. Parte del encanto de estas obras se debe a que cada modelo posa en directo ante la cámara desde cualquier parte del mundo. “Tu quieres vivir la vida, pero es la vida la que te vive a ti”, fue el lema que se planteó en aquel momento tan crítico por el Covid-19.

Fue entonces cuando las flores le sirvieron “de excusa” para estudiar la piel humana. Iniesta detalla que “las flores, con la luz, son translúcidas y tienen formas orgánicas, algo que sucede exactamente con la piel humana”.

NUEVA YORK EN SU CORAZÓN Los orígenes de esta emprendedora se retrotraen dieciséis años atrás. “Abandoné mi trabajo en el diario La Vanguardia para transladarme a Baztan y volcarme en la pintura”, puntualiza esta. Durante los primeros años en el territorio navarro, la influencia paisajista le condujo a pintar “bosques de árboles a lo largo de las cuatro estaciones del año”, asiente.

Fue en el año 2012 cuando la joven sintió “la necesidad de ir un paso más allá y perfeccionar la técnica”, declara. Esta sensación le llevó a incorporarse a la academia The Art Students League en Nueva York, a base de vender sus veinte cuadros por 150 euros cada unidad. Es entonces cuando Diana Iniesta quedó atrapada “por el nivel humano y artístico de la escuela” y descubre su “pasión por profundizar en el relato y la figura”, detalla.

Su flechazo por la ciudad neoyorquina es tal que la catalana repite la experiencia en 2017 al vender casi “4.000 euros de pintura pura”, remarca enorgullecida. Sin duda, gran parte de su fuente de inspiración se ve influenciada por aquella etapa.

RELACIÓN AMOR-ODIO Su despegue artístico no es ningún secreto. “Los viajes los he hecho a base de pasar frío y comer bocadillos”, matiza Diana Iniesta. Y lo que es más, la pintura es su profesión y lo ha dejado todo por ella “como si fuera un amante”, constata. De todas formas, no es oro todo lo que reluce porque cuando se está delante del lienzo, “una tiene que aprender a enfrentarse a su mayor miedo: tú misma”, recalcó.

APRENDIENDO A VER Iniesta afirma que su forma de ver siempre ha ido encauzada siguiendo un estilo particular. Lejos de ser “una persona que se mueve por lo racional y lo lineal”, se decanta más por “trabajar desde las masas que van saliendo e intentar iluminar la obra”, indica.

Sin embargo, una cosa es la parte académica y otra muy diferente es el don de aprender a ver, algo “nada sencillo” para esta. Al principio, pintaba con una espátula como si fuera “pan y mantequilla”, explica sonrientemente. A día de hoy, sus obras dejan el color a un lado para hacerse con “un grado de sutilidad y profundidad que transciende de lo académico”, mantiene.