Un cuento sobre el miedo. Así define el director David Casademunt su primer filme, El páramo, protagonizado por Inma Cuesta, Roberto Álamo y el niño Asier Flores, cuyo estreno mundial tuvo lugar ayer en el Festival de Cine Fantástico de Sitges.

Historia con diferentes capas de lectura, que se podrá ver en Netflix a principios de 2022, fue rodada en la provincia de Teruel en febrero pasado, pero empezó a tomar forma en un ya lejano 2014, pensando su autor, otro de los jóvenes cineastas surgidos de la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC), en lo que supone crecer y vivir con miedo.

No esconde Casademunt, que ya entonces tenía en mente a Cuesta y Álamo como sus principales actores, que parte de su propia experiencia personal, del trauma que supuso para él perder a su padre cuando era un adolescente, una temática que ya aparecía en su corto Jingle Bells, rodado en 2007, con Emma Vilarasau.

“De muy joven -explicó- viví unas experiencias complicadas y quería, porque la magia del cine te lo permite, hablar de esos miedos, aunque no desde la literalidad y un drama explícito en Barcelona, sino pudiendo escoger los códigos que te permite el cine y el género de terror te ofrece un amplio abanico”.

En la película, que transcurre en un lugar indeterminado de la España del siglo XIX, en un páramo más que aislado, una familia pasa sus días, en la más absoluta soledad, cortando leña y criando conejos, hasta que aparece un ser que pondrá a prueba la relación que mantienen los tres personajes, padre, madre e hijo, un niño de once años cuya mirada guía toda la trama.

Preguntado sobre si es de los que cree que el aislamiento produce monstruos, Casademunt contesta: “todo el mundo ahora puede saber la respuesta, después de este último año y medio, en el que todos nos hemos sentido aislados. Creo totalmente que vivir demasiado solo y aislado puede producir monstruos”.

En cuanto a si también alude, en cierta manera, a la España vaciada, el barcelonés remata con que aunque “la acción transcurre en la España del siglo XIX, ahí está ese marco, y una de las líneas de lectura de la película es política”. Y remacha: “Ahí lo dejo”.

Tampoco esconde que ha dejado preguntas abiertas a los espectadores para que “cada uno de ellos proyecte su mundo interior y sus propios terrores en esa entidad, que no sabemos si es o no real”.

Encantado de haber podido dirigir a Inma Cuesta y a Roberto Álamo, que vuelven a coincidir once años después de participar en Águila Roja, Casademunt solo tiene buenas palabras para Asier Flores, que ya intervino en Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar, y de quien destaca su “naturalidad”, su manera de actuar, “desafiando a Inma a ser mejor actriz todavía por su forma de hacer las cosas”.

En el niño, prosigue, “encontramos la mirada perfecta, porque, además, la película se explica a través de los ojos de Diego, su personaje”.

Inma Cuesta, en su tercera vez en Sitges, rememoró que se reunió con Casademunt y le contó “su herida, por qué quería contar esta historia. Y ella le habló de la suya y “fue muy emocionante para ambos”.

En este punto, Álamo apuntó que en aquel momento “hablasteis, por tanto, de vuestros propios páramos”, a lo que Cuesta respondió: “sí y de nuestras bestias y nuestros fantasmas y desde allí abordamos el trabajo, desde un lugar muy íntimo”.