- La actriz francesa Juliette Binoche se apoderó ayer del protagonismo de la jornada en la Berlinale con Avec amour et acharnement, bajo la dirección de Claire Denis y con Vincent Lindon compartiendo la historia de una mujer perfecta que se desdobla entre el buen y el mal amor.

Binoche lleva al extremo, también en lo físico, su interpretación de Sara, una mujer enredada entre el pasado y el presente. Lindon es su pareja estable, el hombre enamorado que la mira con los ojos de quien sabe que no puede haber mujer más hermosa en el mundo; Grégoire Colin interpreta el desafío del pasado.

"Podría haber optado por obviar el confinamiento. Pero, por otro lado, por qué hacerlo. Está ahí, nos marca el presente, da una dimensión distinta al reencuentro", explicó ante los medios del festival Denis. La mascarilla es casi un elemento interpretativo en su filme y parte de lo cotidiano en sus personajes, como en cualquier ciudadano europeo.

El guión de Avec amour et acharnement es el tercero que escribe en colaboración con Christine Angot, uno de los ellos para la película Un beau soleil intérieur, con Binoche.

"El amor puede sacar el animal que llevamos dentro", explicó la actriz respecto a su papel en el filme. El reencuentro o el punto de inflexión que rompe la aparente armonía de Sara es con François (el personaje de Colin). La Sara de Binoche será una mujer feliz, de vacaciones en la plaza, lucirá un discreto bañador negro. En la cama del apartamento parisino, se entregará al espectador con valentía interpretativa.

La actriz francesa, asidua al festival, estaba destinada a eclipsar cualquier otra presencia en la Berlinale. Es un imán mediático como ya lo fue en su anterior aparición, en 2019, entonces como presidenta del jurado.

Para el cine anfitrión la atención estaba centrada en Rabiye Kurnaz versus George W. Bush, dirigida por Andreas Dresen, un realizador querido en la casa. La película con la que aspira al Oso se centra en el caso real de un germano-turco, Murat Kurnaz, quien pasó casi cinco años en Guantánamo. Dresen convierte en heroína a Rabiye, la madre coraje turca que de pronto está moviendo cielo y tierra, en medio de la inoperancia del gobierno del entonces canciller, el socialdemócrata Gerhard Schröder, y su ministro de la Cancillería, ahora presidente del país, Frank-Walter Steinmeier. Kurnaz era ciudadano de Bremen (norte de Alemania), hijo de inmigrantes de una familia integrada. Pero no tenía la ciudadanía alemana y cuadraba en el perfil de yihadista, por lo tanto no había por qué interceder. Quedó en tierra de nadie, como lo es Guantánamo en lo judicial.

Una película destinada a sacar los colores a la élite política alemana. Más aún cuando su estreno se producía la víspera de la reelección de Steinmeier (entonces ministro de la Cancillería de Schröder y coordinador de sus servicios secretos) por parte de la Asamblea Federal. El Kurnaz real sigue exigiendo hoy una disculpa.

El dilema entre el amor pasado y presente deriva en encontronazo con Binoche. Mucho más delicadamente resuelve un problema parecido la indonesia Nana, de Kamila Andini.

También en esta aspirante asiática a los Osos se genera un desdoblamiento entre el pasado y el presente. Nana es una mujer marcada por la tragedia desde el secuestro y decapitación de su padre a su propia huida de la banda de captores que pretenden obligarla a un matrimonio. El filme se desarrolla en la Indonesia postcolonial de los años 60, entre la presidencia del revolucionario nacionalista Sukarno y el golpe de Estado del general Suharno. Es una película en la que mecerse, donde hasta lo que parecía abrupto resulta elegante.