El cineasta bilbaino Pedro Olea vive a sus 84 años el que seguramente sea su momento más ajetreado. En las últimas semanas se ha paseado por media España entre homenajes en Benalmádena, Valladolid y Madrid, al que se suma ahora la Filmoteca Vasca con la proyección de El bosque del lobo y el cortometraje Zonbi eguna en Tabakalera este jueves y el viernes en el Bellas Artes de Bilbao.

En las últimas semanas no para de recibir homenajes, ¿cómo es su relación con ellos?

Los que son en casa son los más difíciles, así que para mí el más importante es el de la Filmoteca Vasca. Siempre es al que más atención y cariño le presto. Estamos además en el centenario de López Vázquez y justo después de que el Festival de Málaga declare El bosque del lobo película de oro, así que me parecía que era el momento propicio para poder presentarla y comentarla.

Siempre ha dicho que ‘El bosque del lobo’ fue su primera película y no la tercera.

Es la tercera en orden, pero la primera, Días de viejo color, la destrozó la censura. Era una época en la que todo estaba prohibido y la cortaron. Para mí siempre ha estado incompleta y luego llegó la segunda, Juan y Junior... en un mundo diferente, que, en confianza, para mí es un espanto. Era una película para Los Brincos, que eran cuatro, a la que se sumaban otros cuatro marcianos con la intención de sustituirles, pero cuando empezamos a preparar el rodaje se separaron y solo teníamos a Juan y Junior. Así, de ocho protagonistas pasamos a cuatro, por lo que tuvimos que estirar las historias de amor de la forma más ridícula y absurda para completar la falta del resto de personajes. Pero lo peor es que nada más estrenar se separaron Juan y Junior y la película se estrenó mal. Se tuvo que cambiar el póster para incluirle barba a Juan, que era como estaba actuando en solitario, cuando en la película salía sin ella. Con todo esto, no la vio nadie. Aún así, yo siempre digo que de la escuela de cine salí sin haber hecho un cortometraje, así que, a pesar de todo, estoy encantado de haber rodado estos dos largometrajes porque cuando mi familia me apoyó para producir El bosque del lobo ya tenía una experiencia detrás.

¿Cómo surgió la idea de esta película?

Cuando leí sobre este presunto hombre lobo gallego supe que era la historia que quería contar y el cine que quería hacer. Con la película acabé fascinado de López Vázquez, al que dirigí en cuatro películas más. Volver a proyectarla es un homenaje a él y a lo que conseguimos al enfrentarnos a Carrero Blanco, que era el presidente del gobierno de Franco por entonces.

Para usted siempre ha sido un orgullo haberla estrenado a pesar de que él quiso prohibirla.

Lo que le metí fue un golazo. Casi arruino a mi familia, a la de Bizkaia y a la de Gipuzkoa, porque la produjeron, y mi carrera, por querer sacarla. El premio en Valladolid, donde siempre digo que nací profesionalmente, lo cambió todo.

Y eso que por aquel entonces la actual Seminci era la Semana Internacional de Cine Religioso y Valores...

Al producirla con mi familia, era el único festival cerca al que podíamos acceder. Sabiendo que allí le pegaban palos a todas las películas españolas, decidimos ir como última alternativa. Luego llegó el premio a López Vázquez en Chicago y la revista Variety me incluyó como un director muy interesante a seguir, lo que tuvo un cambio en el franquismo. Los dos premios que recibió la película la salvaron porque todos me decían que podía ser peligroso estrenarla.

Años después de ‘El bosque del lobo’ realizó ‘Akelarre’, otra de sus películas más recordadas.

Después de morirse Franco y de hacer cuatro películas más, querían que hiciera Sangre y arena, con Sharon Stone, cuando soy antitaurino. Yo quería volver a hacer cine en Euskadi y quería una película de brujas, cuando me decían que eso no daba ni un duro. Estuve cinco años haciendo publicidad en Bilbao hasta que conseguí el dinero suficiente. Mientras tanto investigué mucho y Caro Baroja me ayudó muchísimo, pero nunca quiso que le firmara en el guion. Hicimos una reconstrucción de la verdad de una historia que había pasado y lo rodé en los mismos sitios dónde ocurrió. Para mí es otra investigación en el mundo del terror, pero de otra manera muy diferente.

La película incluso se dobló al euskera en una versión a la que no es fácil acceder.

Era una de las normas del Gobierno vasco. Ahora hay más facilidad, pero entonces no había nada. En esos cinco años preparándola incluso llegué a segundo curso en euskera, pero como el Gobierno vasco no me quiso financiar mi siguiente película lo dejé y para vengarme rodé la película con la Pantoja (risas). A pesar de ello, una de mis frustraciones es no haber aprendido más euskera.

¿Le habría gustado sumergirse en más leyendas y mitos vascos?

Claro. Ahí está Presentimiento, que era una película basada en una novela de Pío Baroja sobre el crimen de Beizama. El Gobierno vasco decía que había que generar infraestructura cinematográfica, algo que acabó sucediendo, así que presenté el guion, pero me dijeron que en el crimen podían haber participado políticos nacionalistas, lo que daba mala imagen de Euskadi, así que no la iban a financiar. Yo les respondí que no hacía cine para dar una buena imagen de Euskadi, para eso que me contratasen como publicista, sino que hacía cine para hablar de temas serios. Aún así, en cuando he podido he vuelto porque la sangre manda.

El cine vasco y las leyendas de Euskadi están seguramente en su mejor momento. ¿Lo ve así?

Estoy deseando ver Irati. Ahora mismo se hace un cine maravilloso en Euskadi. Están también los Moriarti, de los que soy fan desde el principio. Afortunadamente, yo pude encontrar mi hueco en Madrid, pero me siento muy querido por los nuevos cineastas vascos. Pero no son solo homenajes, no paro y ya tengo varios proyectos en marcha.

Por lo tanto, hay ganas de seguir haciendo nuevos trabajos, ¿no?

Con tanto homenaje me cabreo porque no me deja tiempo para mis proyectos (risas). Desde hace años tengo una serie de diez capítulos escrita por mi amiga Almudena Grandes que podría salir adelante tras su fallecimiento. Yo ya he dicho que sí a grabar el primer capítulo y dejar a amigos y gente de confianza como Imanol Uribe o Gracia Querejeta los siguientes. Pero debe haber miedo a sacarla y no sé qué pasará. Y si no, seguiré haciendo cortometrajes o documentales o volveré al teatro en Euskadi. Lo que haga falta, pero yo, mientras pueda, no dejo mi profesión por nada del mundo.