Orquesta Sinfónica de Navarra

Pablo Ferrández, violonchelo. JoAnn Falletta, dirección. Programa: Fairytale Poem, de Sofía Gubaidulina. Variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovsky. Tercera sinfonía de Louise Farrenc. Programación: ciclo de la orquesta. Sala principal del Baluarte. 12 de enero de 2022. Público: tres cuartos.

El primer concierto del año, dentro del ciclo de la Sinfónica de Navarra, nos ha traído lo que a Tchaikovsky producía el arte rococó: sensación de bienestar y despreocupación. Y es que las tres obras programadas son muy agradables al oído; aunque, para la mayoría, se escuchen por primera vez (el caso de Louise Farrenc), e, incluso aunque nos adentremos en la música contemporánea de Sofía Gubaidulina, que, aquí, nos muestra las delicadísimas líneas del fragmento de la tiza “del “Fairytale Poem”, del checo Mazourek. Una preciosidad de obra, y muy bien interpretada: con una cuerda rutilante y unos solos instrumentales originales en piano, maderas, arpa, etc. Gubaidulina siempre tiende a la elevación; aquí, los violines expresan, en algunos momentos, esa decidida vocación mística que, muchas veces, aparece en su música. Fue de lo mejor de la tarde. La dirección austera de la titular de la velada, sacó sonido de profundidades y lo afiló hasta agudos de violines llenos de espiritualidad. Y de libertad, porque los trazos romos del piano, indicando rutina, vuelan en las maderas, el xilófono o el arpa. No se entiende que en la antigua Urss (bueno, si), tacharan su música de irresponsable. Tanto la partitura como la versión tuvieron menos aplausos de los debidos.

El sonido del violonchelo (en este caso, una obra de arte en si mismo), de Pablo Ferrández es mucho y bueno, en las conocidas variaciones sobre un tema rococó. Sorprende cómo se apropia del espacio. Parece amplificado, se oye a algún espectador. La redondez, el fraseo infinito del arco largo, la soltura en los pasajes de virtuosismo, la acrobática cadencia de la segunda, el vals lento de la séptima, se van sucediendo con verdadero placer para todos: juguetón con la orquesta, que le replica; lírico y recogido, abaritonado como un aria de ópera… Ferrández se recrea, deja que todo suene sin prisa, su dominio es total, y logra unos matices en “pianísimo” muy bellos. La orquesta, en su papel de dejar que se luzca el solista. Muy aplaudido, recurrió, como era de esperar, y de agradecer, a dos fragmentos de las suites para violonchelo solo de Bach.

Desconocida para la mayoría, la música de la compositora francesa Louise Farrenc nos resulta, sin embargo, conocida. O sea que está plenamente metida en un romanticismo “mendelssohniano” que apunta a Brahms; siempre con enjundia. Es una sinfonía bonita. No extraña que tuviera éxito en su época. La señora Louise triunfó también como editora, y si su música cayó en el olvido (también le ocurrió a Bach) no fue por ser mujer (por una vez). La versión de Joann Falletta transcurre con la misma placidez que la música. Su gesto comedido da paso a los solistas: fagot, maderas, trompas, clarinete… siempre con cierta dulzura. El vivace se excita un poco, y sale limpio en la digitación. Y el final, rotundo, redondea una tarde que, con sus hadas, aires rococó y acogedor romanticismo, dio la bienvenida al Año Nuevo.