Josetxo sigue al volante. Un año más su coche recorre kilómetros de sierra en sierra, y ahora nos lleva por lo que en Madrid se llama la ruta de los pantanos. Viajamos con más prisa de lo que deseamos camino de Lanzahita, donde hemos quedado a pasar la tarde, antes de que la luz se oscurezca, y sea imposible distinguir bien los animales. De Somosierra a Gredos, con los picos nevados, devoramos hitos mirando el color entre el blanco del frío invernal y el verde de las zonas más bajas que nos dice que enero ha sido generoso. 

Lanzahita es una localidad que ronda los 900 habitantes, situada a ambos lados de la carretera que, a las afueras, lleva hacia Plasencia tomando la ruta entre sierras, o girando a la izquierda se encamina hacia Talavera de la Reina y la A5 jalonada por grandes extensiones de pastos y cultivos. El pueblo, con sus callejuelas, todavía, nunca nos ha llevado directos hasta la finca del viejo criador. Y este año no podía ser diferente. Una vez más, y en un segundo, tomamos otro camino, todos de dura tierra prensada, con la salvedad que esta vez, apenas hacemos quince metros dándonos cuenta de nuestro nuevo error. Aún así, estamos en hora, y llegamos a la prevista. 

Es miércoles, día que don José pasa laborando y repasando toda la finca. Por eso hemos elegido éste para estar aquí. Para poder verle y que él controle nuestros posibles movimientos por su vasta y hermosa casa. Y ya, desde la misma cancela de Montevaldetiétar se ve movimiento y trabajo, empezando por el enorme grupo de añojos, ósea machos de un año, que pastan en la misma puerta, y a los que se distingue perfectamente los guarismos, casi humeantes. Y es que, esta misma mañana han sido marcados a fuego con los obligatorios números y señales. La palabreja ‘guarismo’ significa eso: En el brazuelo derecho el año de nacimiento. En la pata derecha el hierro de la casa. En los lomares el número, que normalmente suele seguir las fechas de nacimiento, y así un número uno será el primero reseñado del año ganaderil, y un doscientos, si lo hay, de los últimos de la camada de ese ciclo. Por último, el guarismo se remata con el hierro del grupo al que pertenezca la ganadería, y en este caso la Unión de Criadores de Toros de Lidia.

Nos llegamos a la casa y ya vemos al ganadero. Salgo raudo a saludarle y me comenta que está esperando a su yerno, el matador José Pedro Prados El Fundi, quien le asiste y controla junto a él todo el devenir de la finca, que aparece en ese momento. Tienen tarea en la placita de tientas, me dicen. Un grupo de eralas, vacas de dos años, van a pasar la prueba de selección. Momento importante en todas las casas, donde al gusto y creencia del ganadero, se prueban las vaquillas de dos años para ver si sacan buena nota y se quedan en la finca a criar nuevos retoños, o, por no aprobar, terminar en el matadero. Nosotros seguimos en lo nuestro, me dice José, ahora llega Ángel y te vas con él a hacer lo que tengas que hacer. Agradezco sus palabras y nada espero. El mayoral ya está con el trío al que acompaño junto a nuestro vehículo.

Toros de la ganadería José Escolar. Patxi Arrizabalaga

Apretones de mano y saludos, nos llevan al todoterreno. Cruzamos la primera cancela y ya empiezan a verse toros por doquier. Vamos charlando y le comento que aún noto enfadado a su jefe. Ya me dijo en navidades que no le había gustado lo que habíamos escrito todos de su corrida en el anterior ciclo. El hombre defiende su encaste, difícil y en retroceso en estas fechas post modernistas en las que vivimos, pero que muchos admiramos y sabemos apreciar hoy en día. Yo me incluyo. Lo que pasa es que no tuvo nada apreciable. Eso creíamos todos salvo el criador, claro está. De hecho, seguimos charlando, mucha gente creía que dejarían plaza vacante. Y eso de perder una plaza como Pamplona debe hervir la sangre a cualquiera, o sea que imaginen lo que el hombre que los ha mimado desde su nacimiento puede rabiar. Y entre confidencias, llegamos a la puerta donde se encuentran la mayoría de toros de saca de este año. En un inmenso cercado de bloques de obra, y con un verde de campo de golf, unas decenas de toros, cárdenos en su inmensa mayoría, cohabitan tranquilos, preocupados por comer y beber, y poco dados a ser molestados. No es un ganado fácil de trato, pero conocen el coche de la casa. Ojo al abrir la puerta, me dice Ángel. Hay un toro muy cerca, engallado, atento a cualquier movimiento que hago. Pasamos el vehículo y a cancela cerrada, el mayoral se va con el parachoques de frente hacia él para intentar llevarlo hacia la manada. Este toro es de cuidado, nos dice, siempre está pegado a la puerta. No le gusta nada estar con sus hermanos de camada. Y de hecho, en un quiebro, lo dejamos atrás y seguimos hacia el grueso. El conocedor tiene todos los números en su cabeza. Sabe cuál es cada uno, y nos va cantando los posibles toros de Pamplona. Hay una decena reseñados, pero también hay los mismos para Madrid, ósea que, encima de lo que sobre de los vistos para San Isidro podría tener dos corridas para los Sanfermines. Vemos algún toro más oscuro, casi negro, pero es una excepción. Y nos queda claro que las fotos demuestran lo que nuestros ojos ven a simple vista. Los toros están bien rematados, tienen fuertes pechos y buenas culatas, astas que dan pábulo, y casi todos mirada más que seria. Echamos un rato largo siguiendo a algunos, viendo a otros que se apartan del grueso y se van a una esquina a vivir a su aire, o simplemente parar el coche, e ir observando en silencio lo que nos rodea.

Visto los añojos, utreros y toros de saca, nos vamos contentos de la visita. Ángel nos ha dado un buen rato, y hay que agradecer a la casa que nos haya dejado a su mayoral, porque se lo devolvemos a punto de echarse el cierre al día. Y así seguimos ruta, contentos con lo visto, esperando que este año tengan bravura por arrobas dentro. Y ya de noche entramos en Mérida. Toca merecido descanso, pero antes hay que darse un pequeño homenaje, que estamos en tierra de buen yantar y mejores viandas. Y a por ello vamos.