Un gran escenario ocupaba el fondo de la pista del pabellón; al fondo, en los laterales, mesas informativas de Salvamento Marítimo Humanitario, la asociación de voluntarios que intenta dar respuesta a las numerosas crisis humanitarias que, por desgracia, con tanta frecuencia se suceden en el Mediterráneo; a su lado, otros voluntarios, los de la Comisión Ciudadana Anti SIDA de Navarra, que, como suelen hacer, quisieron repartir material preventivo y formativo de salud sexual, así como informar sobre pautas de cuidados. En el centro, detrás de la mesa de sonido, las barras, en las que se podía pagar con la pulsera que entregaban al entrar al festival y que también servía para entrar y salir del mismo; y al otro lado, la gran novedad de esta edición, un escenario más pequeño promovido por la Navarra Music Commission en el que iban a actuar ocho artistas navarros.

Centrándonos en aspectos musicales, la jornada del viernes parecía más orientada al rock, el heavy metal y el punk, mientras que la del sábado estuvo más abierta a los ritmos del rap y el hip hop.

El festival arrancó con la fuerza de la banda donostiarra Liher, que presentó en Pamplona su cuarto álbum, Eta hutsa zen helmuga, un tratado en clave de rock sobre la ruptura y el vacío. El Navarra Arena continuaba llenándose cuando el dúo gallego Bala tomó el testigo; era su primera vez en Pamplona y no dieron ni un minuto de tregua, ya que hasta los temas que presentaron como baladas sonaron con fuerza inusitada. Su Ta Gar, por su parte, dejó patente su veteranía en las lides del heavy metal con canciones de su nuevo disco, Alarma, salpicadas con los clásicos de siempre.

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Primera jornada del Iruña Rock UNAI BEROIZ

En el momento de más afluencia, Narco, viejos conocidos del festival, reaparecieron tras unos años en el dique seco con el mismo golferío y la misma mordacidad de sus mejores tiempos. Ya de madrugada, Kaótico pisó el acelerador de la juerga a ritmo del punk rock de su último álbum, Sin filtro, y La Topadora echó el cierre y mandó al público a casa, pero con una sonrisa en los labios después de una sudorosa sesión de baile.

SESIÓN DEL SÁBADO

El sábado, sin tiempo casi para hacer la digestión, el trío barcelonés The Lizards derrochó actitud y sonido punk y hard rockero. Después, Huntza desplegó sobre las tablas su particular manera de mezclar el rock con los sonidos más tradicionales del folk vaso. El hip hop llegó con Sons of Aguirre, aunque en esta ocasión lo fusionaron con el metal de Scila. Algo más tranquilos, bailables y buenrollistas sonaron Lágrimas de Sangre, veteranos con más de diez años a sus espaldas y varias actuaciones multitudinarias en Pamplona.

Otro que arrasó en innumerables ocasiones con su viejo grupo por estas tierras fue Pablo Sánchez, que ya acumula también unos cuantos triunfos con su nuevo proyecto, Ciudad Jara. Fue la suya la propuesta más pop del festival, pero el público la disfrutó de igual modo. Y qué decir del siguiente dúo, Natos y Waor, considerado por muchos como auténtico cabeza de cartel de la presente edición; ofrecieron su rap crudo y oscuro para deleite de sus seguidores y contaron con la presencia de Kutxi Romero para cantar juntos Quiero volar. Ya en la recta final, Jarfaiter, primero, y Kaos Urbano, por último, fueron los encargados de poner la guinda al pastel musical que el público había devorado a lo largo de las dos jornadas.

EL SEGUNDO ESCENARIO

La gran novedad de este Iruña Rock ha sido el segundo escenario, dedicado a artistas locales y auspiciado por la organización del festival y la Navarra Music Commission. Su resultado ha sido, sin duda, un éxito rotundo, pues, por un lado, hacía más amenas las esperas en los cambios de grupos y, por otro, servía de escaparate a bandas emergentes navarras.

Fueron muchos los que, a buen seguro, descubrieron nombres como La Sonrisa Metálica, Corrosive, Deserrite y Katanga Dub, el viernes, o Cobardes, Lilo, Javi Robles y Mdr Madurga, el sábado. Diferentes estilos y propuestas, pero todos muy reivindicables. Ojalá que en no demasiado tiempo podamos ver a alguna de estas jóvenes promesas actuando en el escenario grande de este o cualquier otro festival.

Pocas horas después de que, como decían los Doors, la música terminase, el balance de este Iruña Rock 2023 parece claramente positivo. El festival se ha consolidado como una de las referencias musicales del norte del país y recibe a muchos visitantes de fuera de Navarra. Su apertura estilística también merece la aprobación del público, y la jornada orientada al rap y al hip hop atrae a tanta gente, si no más, que la puramente punk rockera. El segundo escenario que da visibilidad a artistas navarros ha funcionado realmente bien, por lo que debería mantenerse en futuras ediciones. Y quizás lo más importante, al margen de números, ratios y resultados económicos que corresponden a la organización: las dos jornadas se desarrollaron si incidentes reseñables y con un grandísimo ambiente reinando en el pabellón. Así que, como solemos cantar en el mes de julio: ¡Ya falta menos para el Iruña Rock 2024!