Cuando está pintando y quiere “coger un poco de ritmo”, Xabier Celestino (Pamplona, 1957) pone en el taller “jazz tradicional, el más alegre, el de los famosos años 20 y 30 del siglo pasado”.
Como un intérprete de este género musical experimenta con su instrumento, él ha explorado las posibilidades del pincel cuando priman la improvisación y el dejarse llevar por la intuición sobre la estructura necesaria –el dibujo en este caso–.
De esa aventura nacen los cuadros que el artista pamplonés acerca al público en la exposición Azules continuos / Blue[s]ak que acoge La Fábrica de Gomas del soto de Lezkairu.
Pasión inspiradora
El jazz es aquí inspiración y se hace pintura. El jazz, esa música por la que Celestino comenzó a apasionarse en la adolescencia, cuando vivía en Donostia y pasaba las tardes en el frontón, junto a la plaza de la Trinidad, a la que se acercaba atraído por las pruebas de sonido previas a los directos del Jazzaldia. “Veía a los músicos, y me sentaba a escuchar, y así empecé a engancharme al jazz. Me gustaba la naturalidad con que improvisaban”, cuenta.
Ese espíritu de libertad y esa riqueza propia del jazz que garantiza que cada intérprete aporte y luzca “su propia voz, su propia identidad, su propio tono, su manera de vivir e interpretar la música”, es lo que inspira a Xabier Celestino en la creación de la treintena de obras que pueden disfrutarse hasta el 27 de octubre.
"Me interesa cómo surge el jazz, en la calle, al margen de los conservatorios y de las élites, fuera de la cultura oficial"
“Son dibujos muy espontáneos, muy rápidos, que me dan esa sensación propia del jazz: tienes una estructura y sobre ella entra la improvisación”, explica el artista aludiendo a las manchas y los trazos que “conectan con ese espíritu despreocupado en cuanto al gesto”.
Es una obra más emocional e intuitiva que la que ha presentado en otras ocasiones, menos reposada, menos narrativa, menos descriptiva. La base del trabajo es aquí el sketchbook, el cuaderno de bolsillo en el que plasma sus apuntes del natural. “Son dibujos que puede haber en esa libreta, pero a lo grande. Creados con el mismo espíritu, la misma adrenalina de cuando voy a un concierto y hago un dibujo rápido, tomando apuntes ante un público que sabes que se va a mover”, explica Celestino, que ha experimentado con el pincel (gouache, acuarela, acrílico) y con el grafito y el carboncillo como un músico cuando hace escalas con su instrumento.
'Los sin cara'
Del jazz le atrae la gente anónima que lo inició, “las raíces en África, en los esclavos, que empezaron a hacer una música que surgió de la calle, al margen de los conservatorios y de las élites, fuera de la cultura oficial. Y eso ha sido luego la fuente de la mayoría de las músicas populares que se han hecho en el siglo XX”, dice. Esa “gente invisible, sin cara”, protagoniza varias series de las que muestra ahora en La Fábrica de Gomas. En concreto, una muy evocadora de obras creadas en cajas de cartón en las que vemos unas caras, no sabemos si son músicos o no..., y no importa mucho, son personajes anónimos que el artista pamplonés pone en valor.
También dedica obras a los músicos callejeros, trompetistas, trombonistas o clarinetistas “de brass band, que no están subidos a un gran escenario”, y también a figuras relevantes del jazz, como Nina Simone, Thelonius Monk, Ella Fitzgerald o Sonny Terry.
Los ritmos de Gil Evans, Eric Dolphy o los músicos contemporáneos Kermit Ruffins y Leo Smith también laten en estos Azules continuos / Blue[s]ak, que se enriquecen con textos literarios. Uno lo firma Julio Cortázar, “porque además de escritor era trompetista aficionado, hacía jazz entre amigos, y su libro El perseguidor está inspirado en el saxofonista Charlie Parker, con quien convivió en París”, relata Xabier Celestino, apuntando que “Cortázar transportó los ritmos y la manera sincopada del jazz a la literatura”. Otro texto de la muestra pertenece al autor francés Boris Vian, que también fue trompetista.
Para Celestino, las obras que acerca ahora al público son el reflejo de un trabajo de experimentación que ha sido “como transitar por la cuerda floja o el alambre”. Con una emoción y una intuición que traspasan el dibujo y la pintura, y hacen mover los pies a quien las contempla.