La Sala del Horno de la Ciudadela respira desde hoy entre luces y sombras, atrapada en el vaivén de un tiempo que se posa entre baldosas antiguas y pasillos. Hasta el próximo 15 de diciembre, la exposición Entre luces y sombras de Mar Mateo Sainz invita a transitar estos espacios, un recorrido de rincones que “no cuentan historias, sino que las guardan como ecos latentes de lo que un día fue”. Las imágenes, tomadas en el Centro San Francisco Javier, antiguo psiquiátrico de Pamplona, hoy centro de salud mental, son una puerta abierta al pasado. Cada fotografía es un pasillo, una puerta, un espacio vacío, pero pleno de la memoria inquieta que el lugar le regaló. Su mirada fotográfica, dice Mar, “nace de la intuición”, de esa “necesidad de saber más” que la arrastra entre sombras y claros.
“No pinto, no escribo, pero fotografío lo que me susurra la intuición”, comenta Mar. Entrar por primera vez en el Centro San Francisco Javier, aquel antiguo psiquiátrico de Pamplona, la sumió en una inquietud que describió como “inevitable”, tuvo que volver, cámara en mano, y dejar que la curiosidad hablara. Así, en cada disparo, fue “descubriendo lo oscuro y lo luminoso, esa dualidad que todos llevamos dentro”.
Los espacios de esta exposición no son solo reflejos de la arquitectura del antiguo psiquiátrico, sino metáforas vivas de la salud mental. “El horno de este edificio, donde se expone esta galería de imagenes, es una metáfora para nuestra mente, el lugar donde se almacenan las memorias, como una cocción lenta que da forma a nuestra propia historia”. Mar percibe que el mismo Centro San Francisco Javier, está “lleno de rincones donde se ocultan luces y sombras”. Su obra no solo habla del edificio sino de esos recovecos internos que todos guardamos, de aquellos lugares donde el pasado sigue hablando.
La artista nos recuerda que el peso de las emociones es universal, y el estigma que rodea a la salud mental nos aleja del valor de compartir esos sentimientos. “Me gustaría que quienes visiten esta exposición puedan ver que la oscuridad no es tan oscura, porque en ella se encuentran también las luces que nos permiten mirar de otro modo”, dice con serenidad. A su modo, cada fotografía es una pequeña lucha contra los prejuicios, una invitación a “ser valientes y abrir las puertas de nuestra propia mente”.
Mar Mateo también narra cómo el juego de luces y sombras puede engañarnos: “La luz nos deslumbra, pero también nos ciega; a veces, el lado oscuro es el que mejor permite ver”. En este recorrido fotográfico, las sombras son un recordatorio de que el pasado vive en cada rincón, como una conversación tenue y persistente. Las baldosas gastadas, las tuberías que parecieran “salir de un submarino” y las ventanas que esconden historias que jamás conoceremos.
Su obra no es solo el producto de una inquietud personal, sino también una forma de honrar a quienes han habitado y habitan esos espacios. “La premisa fue clara: sin personas”, afirma con respeto. “Quise que el lugar hablara por sí mismo, sin rostros. Que cada puerta abierta cuente su propia historia, que cada ventana invite a mirar al pasado sin interferencias.”
Cada título de sus fotografías es una miniatura poética, palabras que parecen evocar la memoria de lo vivido. “Me gusta cómo ciertas frases parecen escaparse de su significado, como ‘el murmullo del humo’ o ‘el trajín de los bolsillos’… expresiones de una época donde cada rincón tenía su propio ritmo.” En esta poesía visual, Mar nos permite entrever la vida que un día animó cada baldosa y cada pasillo; y en sus propias palabras, “como si a cada paso, resonaran las pisadas de quienes un día caminaron aquí”.
La muestra estará abierta hasta el 15 de diciembre, y, como dijo Mar Mateo, invita a todos a “perderse en el misterio de un espacio que no solo guarda recuerdos, sino que, como un buen horno, los cuece y transforma en luz y en sombra”.