DIARIO DE NOTICIAS publica este domingo la primera entrega de una trilogía de novelas históricas dedicadas a Henry III, rey de Navarra entre 1572 y 1610, un personaje “fascinante” de “personalidad magnética” poco conocido en lo que hoy es la Comunidad Foral (Alta Navarra), aunque llegó a ser rey de Francia entre 1589 y 1610. Publicada por Mintzoa la serie arranca con Una muerte honrosa, en la que la escritora navarra Begoña Pro Uriarte se centra en el período que va de 1569 a 1572, en el que el nieto de Enrique de Albret y Margarita de Angulema e hijo de Juana de Albret y Antonio de Borbón “forjó su carácter” en la tercera guerra de religión francesa del lado de los protestantes, llamados hugonotes.

Describe los 17 años (1572-1589) en los que Henry III fue rey de Navarra, justo antes de ascender al trono de Francia. ¿Qué papel jugó en la Alta Navarra un rey que vivía en el Béarn francés y cómo fueron las relaciones con el reino castellano tras la invasión?

–Es curioso que la primera orden firmada por Enrique, cuando hacia los ocho años lo dejaron como lugarteniente de Béarn, fuera reunir un ejército para recuperar la Alta Navarra. Esto nunca se pudo llevar a cabo, pero él, igual que había hecho su abuelo Enrique II el Sangüesino, siempre mantuvo a los súbditos de la Alta Navarra los mismos derechos que a los de la Baja Navarra. Siempre fueron bienvenidos y tenían derecho a trabajar en las mismas condiciones que los del otro lado de los Pirineos. En cuanto a la relación con el reino castellano fue compleja y de enfrentamientos porque no hay que olvidar que, durante mucho tiempo, Enrique fue el líder de la causa hugonota y Felipe II apoyó a la Liga Católica francesa con armas, ejércitos y dinero, e incluso propuso a su hija, Isabel Clara Eugenia, como reina de Francia tras la muerte de Enrique III (Isabel era nieta de Enrique II de Francia). La gran expansión territorial de los Austria, además, hizo que tuvieran la posibilidad de atacar tanto por el sur como por el norte a las tropas y estados de Enrique. Sin embargo, el rey de Navarra, tras la muerte de Enrique III, siempre tuvo muy claro que él era el legítimo heredero de la corona francesa y se volcó en su objetivo hasta conseguirlo, no temiendo enfrentarse al ejército coaligado de Mayenne y el duque de Parma.

A partir de su muerte el trono de Francia (Luis XIII) ocupa el territorio de la Baja Navarra ¿Fue el último monarca ‘legal’ del viejo reino?

–Enrique nunca quiso unir en una misma identidad Francia y su herencia primigenia de la Baja Navarra y de los estados del Béarn. Por el contrario, su hijo, Luis XIII, prefirió unir todos los territorios bajo un mismo mando. Sin embargo, en Béarn se mantuvieron estatus y privilegios hasta junio de 1789 cuando se celebró la última reunión de los États de Navarra en San Juan de Pie de Puerto. Y es significativo que todos los reyes franceses, a partir de Enrique, llevaron siempre el título de reyes de Francia y de Navarra.

El libro comienza en el año 1569, tres años antes de que se convirtiera en rey de Navarra, ¿por qué esa fecha?

–En 1569 se había iniciado la tercera guerra de religión en Francia. El bando hugonote estaba liderado por el almirante Coligny y por Louis de Condé, tío de Enrique. Junto a ellos estaba una infatigable Juana de Albret, que fue la líder espiritual de toda la campaña, en la que se implicó hasta el extremo de vender sus joyas para comprar armas y víveres y de acudir a los diferentes campamentos militares para arengar a las tropas. Hizo, además, batir unas medallas, con la leyenda Pax Certa, Victoria Integra, Mors honesta (Una paz duradera, una victoria íntegra o una muerte honrosa) para motivar a los hugonotes que me pareció que encajaba perfectamente con el sentido que quería darle a la trilogía. Ese año de 1569, cuando Enrique contaba solo con quince años, Juana decidió llevarlo junto a la armada de su tío para que aprendiera y se convirtiera en lo que, según ella, estaba llamado a ser: el líder de los hugonotes franceses. Junto a Enrique acude su primo, del mismo nombre, hijo de Condé, que será su gran apoyo y amigo. Ese fue el bautismo de sangre de Enrique y me pareció un buen punto de partida para situar al personaje. Su abuela, Margarita de Angulema, no se convirtió al protestantismo pero acogió en sus estados a los protestantes perseguidos, sin embargo su madre, Juana de Albret abrazó las tesis de Calvino, se unió a los hugonotes, calificados de herejes por parte de los católicos.

¿Qué implicaciones políticas tuvo ese cisma en su gobierno?

–Por un lado, Juana fue tachada de hereje, el papa le excomulgó y fue llamada a Roma para presentarse ante el tribunal de la Rota y de la Inquisición, algo que ella nunca se rebajó a hacer y no acudió a la llamada. Esta pena de excomunión era muy grave a ojos de la Iglesia porque eso significaba que la reina perdía los derechos sobre sus territorios y cualquier otro rey, por derecho de conquista, podía hacerse con ellos por la fuerza de las armas. Esto ya había sucedido en la Alta Navarra con Fernando el Católico, que había jugado esa baza contra Catalina y Juan de Albret en 1512 . Juana, de hecho, tuvo que huir a uña de caballo de sus perseguidores en varias ocasiones para no ser apresada pero, aunque se refugió en La Rochelle, nunca perdió su estatus de reina ni el control de sus territorios. Por otro lado, que la reina fuera protestante hizo que la tercera guerra de religión se cerrara con un tratado, el de Saint-Germai-en-Laye, que se selló con la promesa de matrimonio entre Enrique y Margarita Valois, hija de Enrique II y Catalina de Médici, que a la postre cambió la vida de nuestro protagonista.

¿Cómo influyeron las guerras de religión y las luchas de poder en esa Navarra de ultrapuertos?

–Tanto Juana como Enrique y también su hermana Catalina, que durante muchos años fue lugarteniente en Béarn e incluso gobernó esos territorios como una auténtica reina, trataron de mantener un equilibrio entre católicos y protestantes. Pero el enfrentamiento fue duro y constante tanto por las armas como por tratados repetitivos e incumplidos por ambas partes que no terminaron de conseguir la paz. La reina viuda Catalina de Médici fue la gran rival de Juana y después de Enrique. Ella trató por todos los medios de convertir a Enrique al catolicismo.

¿Por qué arrastró tan mala fama quien pasaría a la historia por la frase “París bien vale una misa”?

–Creo que la mala fama ha derivado de su abjuración y conversión al catolicismo en 1593 que muchos consideraron forzosa, falsa y derivada de su ambición desmedida. De hecho, ha pasado a la historia por esa frase que algunos historiadores ponen en duda que la llegara a pronunciar, pero que resumiría esta supuesta actitud. Sin embargo, él tuvo muy claro siempre que el reino de Francia no podía aceptar la humillación de que un rey extranjero (Felipe II), ingiriera en el proceso legal y tradicional de ascenso al trono francés, donde, hay que recordar, imperaba la ley sálica. Muy al contrario de esa mala fama, de él dicen que fue una persona muy carismática. Sus soldados (tanto católicos como protestantes) lo seguían ciegamente, porque era un ejemplo de honor y valor en la batalla.

¿La Alta Navarra en aquel momento entiendo que era fundamentalmente católica pero en qué medida influyeron las guerras de religión?

-Influyó en la vida cotidiana y en las instituciones. El parlamento de Toulouse era totalmente contrario a las políticas de Juana y esta tuvo muchos problemas con ellos, ya que eran totalmente favorables a la causa católica. Por otro lado, desde París Catalina de Médici envió continuos emisarios para presionar a Juana y nombró lugartenientes católicos para menoscabar su poder.

El castillo de Pau fue donde nació el monarca y la ciudad donde murió en 1610 a los 57 años, asesinado. ¿Qué ocurrió y qué se puede visitar en la actualidad de su legado?

–En Pau, donde todavía existe el edificio del parlamento de Navarra, se puede visitar su palacio, que está muy bien conservado y ver las habitaciones en las que nació. Allí se conservan también numerosos cuadros de su figura y la cuna, que utilizó cuando era pequeño. Se trata de un caparazón de tortuga que le regalaron y que dijeron que era para que le transmitiera su fortaleza y su longevidad. Sin duda, le transfirió la fortaleza, pero, desgraciadamente, en 1610, François Ravaillac, un católico ultra, lo asesinó en la calle de la Ferronnerie y falleció a los 57 años. En Pau hay también una calle dedicada a él y una estatua pedestre en una plaza. En París, Enrique construyó el llamado Puente Nuevo. Allí se levantó también un monumento ecuestre en su honor donde cada año, para conmemorar el aniversario de su muerte, todavía se reúnen los monárquicos franceses. Además, en la calle de la Ferronnerie hay una placa que señala el lugar donde el rey fue apuñalado y cayó herido de muerte.

La familia llevó a Henry a que Nostradamus le leyera el futuro, ¿curiosamente acertó no es así?

-Se cuenta que Beauvois, que era el gobernador de Enrique desde pequeño, pidió una audiencia con Nostradamus y que viendo al pequeño heredero bearnés, el adivino le dijo a Beauvois que en él residiría el honor de servir al rey de Navarra y al de Francia. Efectivamente, Enrique se convirtió en rey de Navarra y, después, en rey de Francia y en eso acertó, aunque Beauvois, lamentablemente, murió durante la terrible matanza de hugonotes de la noche de San Bartolomé en 1572 y no llegó a ver a Enrique convertido en rey de Francia.

¿Vamos por el tercero de la saga, qué cuentas en los otros dos tomos?

-En el primer libro, Una muerte honrosa, se narra la adolescencia de Enrique y cómo fue su evolución personal hasta convertirse en rey de Navarra en 1572. La segunda novela, Victoria total, parte del matrimonio forzoso entre Enrique y Margarita Valois y narra todas las vicisitudes que tuvo que pasar el rey durante su estancia obligada en la corte, donde se fraguaron todo tipo de maquinaciones y complots que propiciaron la matanza de San Bartolomé y que complicaron la existencia tanto de Enrique como de su hermana, Catalina, y de su primo, Enrique de Condé. Este segundo libro abarca hasta la muerte del último rey Valois de la historia, Enrique II.