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Emilio Silva BarreraEscritor, sociólogo y periodista

"Todavía hay muchas cosas que callamos del franquismo"

El escritor navarro, activista de la memoria histórica, presentó este pasado viernes 3 de octubre en Pamplona su novela ‘Nébeda’, “un grito” con el que combate el trauma de su historia familiar, marcada por el franquismo

"Todavía hay muchas cosas que callamos del franquismo"Oskar Montero

Emilio Silva Barrera (Elizondo, 1965) creció escondiendo a su abuelo, del que casi no se podía hablar en casa, y mucho menos fuera. Su abuelo, Emilio Silva Faba, que fue asesinado y arrojado a una cuneta en la dictadura franquista y cuyo cadáver fue el primero identificado en España genéticamente, hace 25 años. Ahora, el nieto heredero del trauma combate el silencio de su historia familiar en su primera novela, Nébeda –el título es el nombre de una planta aromática que la abuela paterna del autor usaba para variar el sabor de las castañas–. Editada por el sello navarro Alkibla, ha sido una escritura “sanadora” y con ella, Silva, activista de la memoria histórica –preside la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)–, espera contribuir a que se rompan más silencios en torno al franquismo.

PREGUNTA: Con esta novela pone fin a un exilio, el del silencio. ¿Cómo se siente?

RESPUESTA: Pues me siento un poco raro porque la he presentado dos veces y apenas hablo de ella, o sea que todavía tengo que ejercitar esa relación. Para mí ha sido una dificultad sacarla a la luz, lo he hecho casi por un pacto; en los últimos meses murió el último hijo de mi abuelo, Antonio, que vivía en Venezuela, ya no queda en mi familia nadie de esa generación; voy a cumplir 60 años, eso también me influye un poco. Y el hecho de estar 25 años arrastrando esta historia por mi vida, llegó un momento en que dije, esto tiene que salir. Esta novela es un grito, es una esquela donde está escrito el silencio de mi familia, el silencio con el que yo crecí.

P: “De eso no se habla fuera de casa”. ¿Cuántas veces escuchó esa frase en su familia?

R: Muchas. Cada vez que preguntaba por curiosidad sobre mi abuelo. Viví en Pamplona hasta los 14 años, y cuando con diez, once, doce años iba los veranos a El Bierzo, me despertaba mucha curiosidad un abuelo que había muerto en una guerra y del que solo quedaba una báscula en el desván. Era lo único que había de él, una báscula de la tienda que tuvo y que le quitó la Falange de El Bierzo. Cuando preguntaba por mi abuelo allí en Pamplona, siempre me insistían que no se me ocurriera hablar de eso fuera de casa. Y yo no lo entendía, pensaba que igual había hecho algo malo mi abuelo y yo tenía que ayudar a esconderlo.

P: ¿Cómo se crece con eso?

R: Me influyó mucho en mi personalidad. Puedo decir que casi me dio un complejo de inferioridad, de que éramos una especie de familia que tenía que esconderse, entonces yo me he escondido muchos años. He sido una persona muy insegura, siempre tratando de pasar desapercibido, con pánico a hablar en público en el colegio, pánico a exponerme. Llevando 25 años de la exhumación de la fosa donde estaba mi abuelo, aún me cuesta relacionarme con lo que está escrito en esta novela. Porque hay muchas cosas de mí ahí, muchas cosas de mi familia, incluso cosas de las que me he dado cuenta después de escribirla. Por ejemplo, el último hermano que vio con vida a mi abuelo, que se llamaba Manuel, tenía 6 años cuando le dejaron entrar al Ayuntamiento de Villafranca del Bierzo a llevarle una cesta con ropa limpia y algo de comida; cuando salió y llegó a casa, mi tío se sacó un anillo del dedo que yo llevo puesto ahora, que fue la forma de mi abuelo de despedirse. Ese tío fue esquizofrénico años después, fue la persona más frágil de la familia. Y me he dado cuenta hace poco de que lo he metido en dos personajes distintos de la novela. La escritura a veces... Uno tiene una estrategia, pero la cabeza quiere contar más cosas. Y salen.

“Sin faltar el respeto a nadie, creo que todos somos un poco franquismo sociológico todavía”

P: Los protagonistas, Justo y Avelino, dos ancianos antifranquistas que regresan de su exilio, son dos versiones de usted mismo, ha dicho alguna vez.

R: Sí, uno es apocado, se arrepiente mucho de las cosas, está muy enganchado con el pasado, y el otro es más contundente, más decidido, no se piensa tanto las cosas.., son dos formas que tengo de ser y quería jugar con eso porque pueden ser la misma respuesta ante una cuestión similar. Ambos han tenido una vida con consecuencias del golpe de Estado del 36 y sus reacciones son distintas, aunque con esas reacciones han vivido cosas paralelas. Los dos demuestran que las huellas de nuestras familias nos dejan marcados para siempre.

P: En la novela hay realidad y ficción, y el límite entre ambas se diluye.

R: A ver, hay ficción pero no hay mucha. Hay un personaje que se llama El Cuco y del que me he inventado su infancia, pero era un hombre que yo conocí, y que todos los veranos cuando iba a Pereje a veranear me contaba la misma historia, cada año, como un reloj de cuco que sale a en punto a piar. Pues a mí me piaba todos los años su historia de cómo estuvo en la guerra, que fue cartero en la guerra, cerca de Madrid... la tengo grabada en la cabeza. Sí, he jugado con la ficción. Casi la mayor ficción es en parte el motivo por el que regresan los dos exiliados, que es para dinamizar el Valle de los Caídos muchos años después de la muerte de Franco; pero ahí está retratado lo que le pasó a mi abuelo, y con bastante detalle. Hay una escena de cómo se va gestando su asesinato en la que tuve mucho cuidado para que fuera especialmente veraz. Está retratado lo que yo sabía hace muchos años, porque he sabido muchas cosas después y no las he incorporado a lo que escribí.Incluso hace dos semanas me acabo de enterar de algo, mi hija estaba revisando unas agendas por años que dejó mi padre al morir en 2014, y me llamó y me dijo: tienes que venir a leer una cosa. Y es que mi padre ahí contaba quién había sido el asesino físico que le había pegado los dos tiros a mi abuelo. Y mi padre nunca me lo contó a mí. O sea, me ha seguido escondiendo cosas. Cuando yo ya estaba metido en este tema, ayudando a otras familias a hacer exhumaciones, mi padre se seguía callando cosas porque pensaba que yo podía causar un problema o me podían causar un problema a mí.

Emilio Silva Barrera, acompañado de El Drogas y de Orreaga Oskotz (nieta de fusilado en el 36), este viernes 3 de octubre en El Bosquecillo, donde está instalada la Feria de la Edición de Navarra.

P: Eso demuestra que las consecuencias de la dictadura están hoy todavía presentes.

R: Sí, a veces más visibles, a veces más invisibles. Sin faltarle el respeto a nadie, creo que todos somos un poco franquismo sociológico todavía. Recuerdo el día que murió Franco; yo vivía en Pamplona y acababa de cumplir diez años, estaba en quinto de primaria en un colegio en el que me ataban la mano izquierda para escribir con la derecha, y al día siguiente no había clase y mis padres me hicieron ir a clase, sabiendo que no había clase, para que no pareciera entre nuestros vecinos que se estaban alegrando por la noticia.Hasta ese punto llegaba el camuflaje. Quitarte el hábito es difícil, a mí me ha costado mucho.

P: ¿La escritura ha sido terapéutica, liberadora, dolorosa o ambas cosas?

R: A veces he disfrutado y otras lo he pasado mal, ha sido doloroso, es lo que toca con una historia así. He disfrutado bastante retratando el pueblo de mi padre, Pereje. Iba ahí todos los veranos y adoraba ayudar a mi abuela en las labores del campo. Todavía me encanta ir.

“Esta novela es un grito y es una esquela donde está escrito el silencio de mi familia, el silencio con el que yo crecí”

P: “La soledad de las víctimas del franquismo en la recuperada democracia ha sido perfectamente planificada”, dice en el prólogo de la novela. Las organizaciones del olvido han maquinado...

R: Sí. Yo nací en el 65, pues igual pertenezco a la primera o segunda generación a la que de los libros de texto les desapareció toda esta historia. Porque mi hermana mayor estudió en Pamplona algo así como formación del espíritu nacional que te contaba bien clarito las grandezas del franquismo, y de ahí pasamos a un momento en que todo eso se esconde. En el libro yo no he escrito nunca la expresión guerra civil, y lo he hecho conscientemente, porque en Navarra no hubo una guerra, en El Bierzo no hubo una guerra, no hubo trincheras disparándose, y muchas veces la guerra es la excusa para crear un contexto distinto, como si estuvieran unos atacando, otros defendiendo y atacando... lo que hubo fue una limpieza bien definida por las instrucciones de Emilio Mola. Y cuando llega la democracia, el proceso político es a favor de los verdugos, las víctimas se quedan sin justicia, sin derechos, y esto tiene que ver con que las élites de este país, en la derecha y en la izquierda, tienen vínculos familiares directos con el régimen en muchos casos. Esa clase social es la que ha gestionado la Transición, y la ley de hierro de la oligarquía que han aplicado ha funcionado. La sociedad del Estado español ha visto durante décadas detener a Pinochet en Londres, hacer juicios de la dictadura en Chile y Argentina, y jamás se ha sentado en el banquillo de los acusados un franquista por una violación de derechos humanos. Es más, el editor de esta novela, Clemente Bernad, se sentó en un banquillo por tratar de grabar una misa fascista. Es que es el mundo al revés.

P: Ha habido impunidad y silencio.

R: Sí, se ha construido una cultura de la impunidad y un silencio en el que se han educado millones de personas, y eso ha permitido blanquear muchas biografías, muchos hechos históricos, falsificar fortunas, historias de empresas... Y al final los más abandonados han sido los que no apoyaron el golpe de estado y los que han tenido que soportar oír hablar, como tuvo que soportar mi abuela, de que aquí hubo una reconciliación, un eslógan oficial que se ha repetido y repetido. Pero nadie le preguntó a mi abuela Modesta si antes de morirse hubiera querido ver juzgar a los asesinos de su marido, o si quería enterrar a su marido en el cementerio de su pueblo. A todo eso le llamaron reconciliación. Y otra gran trampa fue la palabra Transición. Llamarle Transición a lo que ocurrió en los 70 es esconder que ya hubo una democracia en los 30. Ha sido una gran trampa para aparentar que por primera vez nuestra sociedad conoció la democracia cuando se reinstauró la monarquía, y esconder que de lo que se beneficiaron muchísimas familias franquistas fue de destruir una democracia.

“Ahí sigue en pie el Monumento a los Caídos, que se hizo para que familias como la mía se desviaran para no pasar por ahí o pasaran con la cabeza agachada”

P: La única justicia que se está haciendo es la exhumación de los cadáveres de los asesinados.

R: Eso no es una justicia, podemos decir que es una justicia emocional, yo lo viví cuando identificamos genéticamente a mi abuelo; vivían sus 6 hijos, fue muy emocionante enterrarlo con mi abuela, que había muerto tres años antes de encontrarlo. Pero a otras víctimas de otras violencias el Estado las ha indemnizado, les ha dado servicios sociales especiales, ha investigado, ha condenado, ha juzgado, ha creado un museo para contar lo que les ocurrió. Y con las víctimas del franquismo, ahora empieza a haber instituciones que apoyan las exhumaciones, pero incluso las dos leyes de Memoria del Estado hablan de quienes construyeron la democracia pero no de quienes la destruyeron, hablan de justicia pero no van a juzgar a nadie porque hay una ley de amnistía que sigue en vigor desde el 77 y que nadie ha derogado, y hablan de reparación cuando lo que se les da es un certificado que dice que fueron víctimas, es una reparación personal, o sea, es un asunto tuyo. A mí el Estado me da un diploma que dice que mi abuelo fue un desaparecido. ¿Dónde está la reparación? Al Partido Nacionalista Vasco le acaban de devolver un palacete confiscado en el 39 en París. ¿Por qué a mi familia o a otras familias no? Conozco gente en pueblos de Navarra que se pasó la vida comprando el tabaco en el único estanco que había en el pueblo que se lo quedó el asesino de su abuelo, y el estanco era de su familia. ¿Por qué hay gente viviendo enfrente de las casas de sus abuelos si son suyas? La democracia no ha entrado en estas cuestiones. Porque detrás hay muchas apropiaciones de bienes, de empresas nacidas a punta de pistola, detrás hay un gigantesco nudo que sustenta nuestra estructura social, y nadie ha querido entrar ahí.Se puede entrar un poco, se puede exhumar, se puede homenajear a los que se exhuma, pero no se denuncia ni se exhibe a los que asesinaron. En Pamplona sigue en pie el Monumento a los Caídos, que estaba hecho para que familias como la mía se desviaran para no pasar por ahí o pasaran con la cabeza agachada. Hay una gigantesca deuda con estas víctimas, que posiblemente nunca se va a pagar, pero que se transmite de generación en generación. El pasado está aquí.

P: ¿Cree que su novela servirá para que se rompan otros silencios?

R: Pues mira, ya me ha pasado con dos personas que tienen un familiar directo desaparecido y que me han escrito... Aquí hay todavía bastante miedo. Todavía hay mucha gente que calla cosas. Y cuanto más hablemos, menos nos dolerán. Puede que una sociedad no conozca lo que le ha ocurrido o que lo haya olvidado, entre comillas, pero hereda las emociones y los traumas de esos hechos. Aunque haya millones de personas que no saben lo que fue la dictadura, se comportan con consecuencias de la dictadura.

P: Después de esta novela, ¿sigue teniendo cosas que contar?

R: Estoy escribiendo ya otra cosa, sí. Tiene que ver con mentiras y verdades. Tiene que ver con el 11-M, con lo que pasó después de aquel atentado. No voy a decir que sea una obsesión en mi vida pero he recogido mucha información de eso, tengo DVDs con horas y horas de programación de informativos, de emisoras... He empezado a escribir una cosa que se llama Cajas negras, que son historias donde podría estar el 11-M, podría estar la gestión del covid en la comunidad donde yo vivo (Madrid), cosas que se han hecho por detrás de la política. O la quema de documentos que se hizo en la Transición, mientras hablaban de reconciliación, para esconder pruebas y blanquear biografías de gente. En eso estoy, en intentar abrir esas cajas negras.

Portada de la novela.

EL LIBRO

  • Título: Nébeda
  • Autor: Emilio Silva Barrera
  • Editorial: Alkibla
  • Páginas: 216
  • Precio: 18 euros
  • Argumento: Nébedanarra la historia de dos ancianos que regresan de su largo exilio en Argentina hasta Pereje, un pequeño pueblo de El Bierzo. Allí recuperan las astillas de su pasado, de los rostros y los acontecimientos que marcaron su infancia y las esquirlas de sus biografías cuando soñaron y trataron de hacer justicia. Es la historia de un militante republicano desaparecido, asesinado por pistoleros falangistas, y de cómo ese hecho terrible marcó las vidas de sus seres queridos y condicionó durante décadas el devenir de sus descendientes. Una familia como metáfora de un país apresado por su pasado, encadenado al terror y al silencio. Estas páginas son un aullido en la apagada voz de una dinastía republicana incapacitada para enunciar, para decir, para señalar, para recordar públicamente que hubo un tiempo en el que se significaron. El testimonio de alguien que aprendió a callar antes incluso de saber hablar.

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EL AUTOR

  • Emilio Silva Barrera nació en Elizondo, Navarra, el 9 de noviembre de 1965. Su padre, Emilio Silva Santín, nació en Pereje, un pequeño pueblo de la comarca de El Bierzo atravesado por el Camino de Santiago, y su madre, Fe Barrera Fernández, era natural de Becerreá, un concello enclavado en las montañas orientales de Lugo. En esas dos localidades pasó los veranos de su infancia y en ambas desarrolló una estrecha relación emocional con los paisajes y las historias familiares.
  • Se licenció en Sociología Política, pero la mayor parte de su vida profesional la ha dedicado al periodismo y la comunicación. Ha colaborado con diversos medios de prensa escrita, sonora y audiovisual. Ha publicado algunos ensayos como Las fosas de Franco: crónica de un desagravio (2005). Además, ha prologado numerosos libros. En Alkibla publicó en 2015 el libro Te cuento… los tres cerditos, una versión del relato clásico adaptada a un desahucio.
  • Nébeda es su primera novela; un proyecto que inició en el verano de 1999 y en cuyo proceso de documentación localizó la fosa común en la que se encontraban los restos de su abuelo paterno, Emilio Silva Faba, asesinado el 16 de octubre de 1936. Tras la exhumación de trece cuerpos en una cuneta de Priaranza del Bierzo, su antepasado se convirtió en el primer republicano desaparecido por la represión franquista identificado por una prueba genética. Desde entonces es activista por la recuperación de la memoria histórica.