Desde el violín
Vineta Sareika, desde su prodigioso violín Stradivarius, ha interpretado y conducido, con la sección de cuerda de la Sinfónica de Navarra, uno de los más interesantes, y poco corrientes, programas escuchados hasta ahora. La violinista letona ha dado no sólo una lección magistral de interpretación, sino, también, de autoridad direccional, convenciendo a la orquesta, y atrayéndola, como un poderoso imán, a su criterio de tempo, fraseo, profundidad expresiva y disciplina técnica. Y es que la calidad de esta mujer, que le viene desde la formación de un excelente cuarteto (Artemis) y de la responsabilidad de ser concertino de grandísimas orquestas, es incuestionable.
Desde esa excelsa tribuna (no escatimo elogios), también se hizo con el público, que guardó unos silencios reverenciales en el final de las obras; y amplios: nadie respiraba hasta que no bajaba el arco del violín. Toda la velada, vino marcada por las impecables intervenciones de la solista, desde luego, pero también fue fundamental para el exitoso resultado, que la orquesta estuviera a la altura de su exigencia y tocara en “modo” cuarteto; o sea escuchándose unos a otros.
Orquesta Sinfónica de Navarra
Concertino-Directora: Vineta Sareika. Programa: Sinfonía de cámara de Schostakovich. Lonely Angel de Peteris Vasks. Cuarteto de cuerda op.27, versión para orquesta de Grieg/Ardal. Lugar: Baluarte. Fecha: 6 de noviembre de 2025. Incidencias: Tres cuartos de entrada.
Al no mediar una batuta –aunque sí el gesto y vigilancia de la concertino–, la sensación es de que la responsabilidad individual crece y se compromete más. El resultado fue un descubrimiento más pormenorizado del sonido de las familias de la cuerda; por ejemplo las violas, que, habitualmente, no suelen salir tanto. También la frondosidad, la densidad, incluso la violencia de la cuerda, siempre con cierta dulcedumbre con respecto a los metales. La Sinfonía de cámara de Shostakovich fue impactante desde su desolador dramatismo del comienzo (aunque siempre se quiere algún efectivo más en graves) hasta los golpes de arco, rotundos, que atacan el tema más conocido.
Sareika crea un bellísimo sonido en los matices en piano agudos. Ese dominio en lo más alto del puente del instrumento, se repetirá durante toda la velada. La orquesta responde a las indicaciones haciendo unos reguladores, en apertura, francamente poderosos, justificando el carácter sinfónico del Cuarteto 8 del compositor ruso, y su transcripción para orquesta de cuerda. Asistimos, a pasajes desgarradores (cita del Dies Irae…), con un final tan apesadumbrado como el del comienzo. Por esto, fue muy apropiado interpretar la obra Lonely Angel sin solución de continuidad, aportando cierta redención al matiz fúnebre de lo anterior.
La partitura del, también, Letón Pëteris Vasks, es una obra de extrema delicadeza; sobre un magma sonoro de la orquesta que flota etéreamente, el violín vuela con una música, digamos, de un minimalismo denso, de indudable riqueza armónica (aunque esto parezca un oxímoron). Uno se queda ensimismado en esa atmósfera. La partitura exige un virtuosismo (y resistencia física), no de filigrana, sino de mantenimiento de la altísima tensión, porque todo es un perpetuum mobile, que no da respiro a la intérprete, ni un silencio de descanso en los pentagramas. Todo en una luz más bien espiritual.
Con el cuarteto de Grieg vino la luz más terrenal, la de la canción, la de las danzas, la belleza ensoñadora de lo pastoril, el fervor rítmico, etc. que nos lleva a cierto optimismo en la escucha. También esta partitura es más endiablada para la orquesta de lo que parece. Es una obra, en algunos tramos, algo deshilvanada, que se embellece en la romanza y se envalentona en el frenético final. Fue el vigor y la fuerza interpretativa de las familias cordales de la Sinfónica, con la directora, los que lograron una versión plena y brillante. Aplausos sostenidos y varias salidas de la concertino.