Hay programas a los que parece que hubiera licencia para criticar. Uno de ellos y el más recurrente es la entrega de los Premios Goya. Pero este año hay novedad: las críticas no son tan demoledoras. Bueno, salvo las que señalaron su duración excesiva: tres horas y un buen pico de minutos. Los datos de audiencias dicen además que fue la gala más seguida de los últimos diez años. Y esto ya lo vaticinamos el otro día, porque, si algo puede aportar la televisión al cine, es trasiego de público del que éste anda muy necesitado, como se pudo saber con los datos que dieron en la propia gala. Y puestos a tomar prestado, también echaron mano del negocio de la música para redondear la noche y hacerla, de alguna manera, memorable. Para ello contribuyó el desparpajo de Amaia para salir al paso de un problema técnico y la voz estremecedora de Rosalía que se atrevió con una versión casi imposible de Me quedo contigo de Los Chunguitos; una versión atrevida con voz desgarrada que pusieron a prueba las cien gargantas del coro que la acompañaba. Tanta innovación hizo que después de un minuto uno prefiriera mil veces la versión original de Deprisa, deprisa, aquel filme de Carlos Saura que narraba una historia pequeña de adolescentes cuya máxima ilusión era robar un banco y ver el mar. Una sencilla ingenuidad que demuestra cuánto hemos cambiado en poco tiempo. Y los que tampoco cambian son los que critican a Jordi Évole por seguir haciendo bien su trabajo. No solo consiguió entrevista con Nicolás Maduro, probablemente el personaje político más de moda a nivel mundial, si no que además hizo que se retratara en la entrevista. A Évole ya le estaban criticando antes de emitirse el programa. Y ya luego, un gran ladrido mediático hablaba por sí solo de que Salvados avanzaba dejando atrás esa jauría que no le perdona ni la previsión ni la repercusión de su trabajo. Vamos, que estuvo como de Goya y los que ladran lo saben.