"Me he quitado la espina del Cho Oyu"
Javier Zabalo ha regresado de su segunda expedición al Cho Oyu (Himalaya, 8.201 metros), esta vez tras coronar la cima. Sin esperarlo, pudo compartir la experiencia con dos navarros más. El lodosano se quita así una espinita clavada y plantea con ilusión su próximo reto
lodosa. ¿Cómo planteó esta vez la expedición?
Al principio tenía la idea de montar todo en solitario, pero no me cerraba a encontrarme con gente y poder subir acompañado. Empecé a trabajar yo solo y ya tenía el campo uno montado, pero en el base me encontré con dos chicos de Navarra, Javier Camacho y Javier Arrobarren, y nos juntamos. Arrobarren tuvo problemas de aclimatación y al final Camacho y yo decidimos subir juntos.
¿Fue un alivio?
No me lo tomé así, porque iba muy mentalizado, pero es mejor ir en compañía por si necesitas ayuda.
Segunda visita al Cho Oyu y primer ochomil
Sí. La primera vez fui hace tres años con Javier Martínez y Fermín Aristu, y nos quedamos muy arriba. El tiempo no nos permitió llegar a la cima y fue una pena porque nos quedamos a 7.500 metros. Esta vez me quería desquitar y sabía que lo podía conseguir.
¿Cómo fue el ascenso?
Muy bueno, lo hice en quince días. Fue muy rápido, y sin contar con porteadores ni oxígeno. Me encontré muy bien de forma en todo momento.
Los montañeros siempre miran al cielo, ¿se portó bien?
Tuve mucha suerte, los días fueron muy agradables y tampoco hacía un frío excesivo, entre -16º y -10º. Las condiciones eran perfectas. El peor día que tuve fue el del ataque a cumbre, el 25 de septiembre. Entonces me temí que pasaría lo mismo que hace tres años, pero las nubes aguantaron. La pena fue que llegando a la cima, sobre las doce del mediodía, el cielo se cerró.
¿Qué sensación le produjo pisar por fin la cima?
Fue un poco raro, agridulce; no fue una explosión de alegría porque no hacía buen tiempo y no se veía nada. Además, compartimos la cumbre con dos personas que subieron con oxígeno. Hay gente que, aunque se haya preparado bien, se queda abajo por motivos de aclimatación. Y luego ves arriba a personas con oxígeno que no saben nada. Es algo que no me hace gracia porque tengo otro concepto de la montaña: la satisfacción de hacer todo tú solo, sin ayudas.
¿Pero se quedó satisfecho?
Sí, mucho. A la vuelta en el campo base pude saborear lo que había hecho. Además, me vi fuerte. Nunca había estado a 8.000 metros y no sabía cómo me iba a encontrar. Para eso, la cabeza es muy importante.
¿Qué se echa de menos a más de 8.000 metros de altura?
El agua clara. Poder coger una botella y beber todo lo que quiera.
¿Y qué es lo que sorprende?
Más que sorprenderme, me indigna que haya montañeros que tiren la basura donde les plazca. Sin ir más lejos, en la cima del Cho Oyu había una lata de Coca-Cola.
¿Cuáles son sus próximos objetivos?
Me encantaría ir al Everest, pero cuesta mucho dinero. Hay otro en Pakistán, el Spantik, que también me está esperando. Hay muchos montes técnicos, que no son tan altos y me atraen mucho. Al final, adapto mis sueños a lo accesible.
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