"En la montaña hay que conocer el riesgo y saber gestionarlo"
El reputado cirujano José Ramón Morandeira participó ayer en las Jornadas Navarras de Medicina de Urgencias y Emergencias organizadas por SEMES en el Colegio de Médicos de Pamplona. Y habló de su gran afición, la alta montaña, y su especialidad, las congelaciones
pamplona. Médico de profesión y montañero de afición, José Ramón Morandeira atendió ayer a este periódico para hablar de sus vivencias como alpinista y doctor en el Himalaya. Lo hizo tras impartir una conferencia sobre Congelaciones en alta montaña en compañía de la doctora María Antonia Nerin Rotger, directora del Máster en Medicina de Urgencia en montaña de la Universidad de Zaragoza. Tras los tecnicismos que compartió con algunos colegas de profesión, aspirantes a médicos y otros aficionados, Morandeira evidenció su inabarcable sentido del humor para charlar sobre su especialidad, el tratamiento de congelaciones, de la que es pionero desde hace casi cinco décadas en el Hospital Clínico de Zaragoza.
Las congelaciones, ¿son dolencias propias de los montañeros o hay más sectores de riesgo?
Hay dos tipos de congelaciones. Unas son muy particulares y se dan con frío poco intenso, pero con mucha humedad y muy prolongadas en el tiempo. Son propias de quien ha perdido los guantes o de gente a la que se le han mojado los guantes. Pero las del Himalaya son diferentes. Allí estás expuesto a temperaturas de hasta 60 grados bajo cero y son congelaciones insidiosas que, en cuanto te quitas la bota, resulta que tienes el dedo negro. ¿Por qué? Porque llevas seis días sin beber y han hecho una trombosis distal. ¿Cuál es la mejor manera de compensarlo? Con la hidratación, pero en situaciones extremas es muy difícil pensar en descongelar agua, beberla y cuidarse.
¿Cuál es el tratamiento para curarlas?
El problema es que antes se pensaba que era una afección exclusivamente quirúrgica y que lo que había que hacer con los afectados era mandarlos con los cirujanos, pero nosotros hemos demostrado que lo más importante de todo es el tratamiento sobre el terreno, es decir: descongelar. Y para eso hay que poner las manos y los pies en agua a temperatura del cuerpo humano, tomar aspirinas, ponerse heparinas de bajo peso molecular (medicamento que impide la formación de trombos) y beber muchísimo líquido. Mi experiencia dice que los montañeros que vienen con congelaciones, hasta que no les pones cinco litros de gotero o se beben seis o siete litros de agua, no empiezan a mear. Yo tengo una máxima popular: "Si no sabes mear, no subas". Porque te pueden pasar dos cosas: o estás deshidratado y vas a regresar muy malo; o estás reteniendo líquidos que pueden producir un edema cerebral, que es todavía peor.
Así que el quirófano es lo último.
El quirófano sirve para tratar las secuelas de la congelación. A lo que no se debería llegar es a congelaciones intensas, y la gente cada vez sabe más sobre esto, sobre todo los alpinistas. Todos ellos llevan heparinas de bajo peso molecular en la mochila y, en cuanto ven que tienen congelaciones, se empiezan a tratar. Y eso se nota: las congelaciones son cada vez más limitadas, menos extensas y más fáciles de recuperar.
Pero a veces son inevitables.
Sí, pero para repararlas está la cirugía reconstructiva o de traslación, como en los casos del que ha perdido el dedo pulgar de la mano. En esta situación se suele traspasar el dedo del pie a la mano. Como es un dedo del mismo paciente, no existe posibilidad de rechazo.
¿Qué evolución ha habido en el tratamiento de las congelaciones?
Empecé a tratar este tema porque, en el año 62, subiendo al Mont Blanc por la Brenba, se me congelaron los pies y me quisieron cortar los dedos, pero me opuse. Me consta que el cirujano que me vio era un gran cirujano, además de ser mi padre, y se tomó todo el interés del mundo. Me ayudó y consiguió que no me cortaran los dedos. Desde entonces, como el mundo de la montaña es tan cerrado, todos los amiguetes y compañeros se iban enterando de que a Morandeira no le habían cortado los dedos y, en cuanto se les congelaban, iban viniendo a donde estaba yo, hasta convertirse en un auténtico peregrinaje al Hospital Clínico de Zaragoza.
¿Es el único lugar donde se trata a pacientes con congelaciones?
Sí. Además, ahora están con estos líos de cobrar los rescates y creo que a los montañeros no hay que cobrarles nada. Para eso está la Seguridad Social y el Hospital Clínico. El seguro de cada federación tiene un concierto con una mutua, pero a mí me da igual. Tratamos a todo el que viene al hospital; luego, los servicios administrativos ya reclamarán el dinero a la mutua, a la compañía de seguros o a quien sea.
¿Por qué se dedica a la cura de congelaciones?
Por afición y porque soy médico y montañero. Profesionalmente soy cirujano, pero me dedico a esto porque me lo paso muy bien.
¿Sigue saliendo a la montaña?
Llevo 17 expediciones al Himalaya, la última durante el pasado mes de abril. Estuvimos tres meses en el Manaslu y el próximo año tengo intención de ir al Annapurna.
¿Hizo cumbre en alguna de esas expediciones?
En ochomiles, no; pero tengo sietemiles y seismiles. Es muy difícil que un médico haga cima. Yo era un buen montañero de joven. A mis primeras expediciones acudí como montañero, pero, en el momento en el que te haces médico, ya la has pringao porque, cuando uno se pone malo o le pasa algo, te toca atenderle. Y te pasas la vida subiendo y bajando. Haces de alpinista, pero sabiendo que tienes muy pocas opciones de llegar a la cima. En montañas de menor altura y más accesibles sí que puedes llegar hasta arriba, pero en los ochomiles siempre hay alguno que se pone enfermo y al que tienes que atender.
Así que sus compañeros de cordada estarán encantados.
Sí, pero a los médicos que van a expediciones les recomiendo que digan que son arquitectos o abogados o cualquier pijada de ésas (risas). En cuanto dices que eres médico, ya te has caído. Lo mejor es pasar desapercibido, pero es muy difícil porque, si te viene alguien con un problema, no te vas a cruzar de brazos. Tienes que atenderle y, en cuanto ven que eres experto en curas, tienes a todos en hilera.
¿Son los montañeros gente especial?
Explicar por qué la gente sube a montañas tan altas es muy difícil y hay que aceptar que lo hacen porque las montañas están ahí. Lo que hay que hacer es gestionar el riesgo, algo que no se puede hacer si no sabes que existe el riesgo. Cualquier ochomilista de élite sabe más de medicina de montaña que yo. Es gente buenísima, que ha leído mucho y que siempre está preguntando. Es gente muy preparada porque sabe que se juega la vida.
¿Existe solidaridad entre los montañeros?
Cada vez menos porque cada vez hay más expediciones comerciales. A mí me gustaban más los tiempos antiguos, en los que había una solidaridad tremenda, pero ahora, si quieres algo, tienes que pagar. Es la sociedad de consumo tan bonita que nos han montado. Cualquier persona que tenga dinero puede subir al Everest. Si no sube andando, lo subirán a corderetas; y si no, con una botella de oxígeno. Es cuestión de pagar. Es así de triste, pero es así.
Se le nota que es partidario del estilo alpino, sin oxígeno ni porteadores de altura.
Sí. Pienso que las montañas se suben porque es un reto personal. Pero cuando el reto personal se convierte en que te suban a corderetas o chupando oxígeno todo el día, es mejor montarse en un helicóptero que tenga 9.000 metros de techo y que te suban. Lo pagas y ya está. Pero el montañismo es otra cosa. Se trata de vivir la montaña desde el suelo. Lo que ocurre es que trasladamos lo que es nuestra sociedad hasta el Himalaya, y esto no tiene sentido. El montañismo es ir a hacer budismo, es tranquilidad, es subir a la montaña disfrutando de la montaña. Y para eso hay que aclimatar, hay que perder tiempo... Pero vivimos en la sociedad de la prisa: yo pago y a mí que me lo hagan.
¿Cuál el paciente más grave al que ha tratado?
Tal vez el portugués Joao García, al que me une una gran amistad por esto. Es un ochomilista al que sólo le queda el Annapurna para hacer los 14 y por eso me ha invitado a participar en la expedición que ha organizado para 2010 y a la que también se han apuntado un grupo de amiguetes entre los que están Carlos Pauner y Edurne Pasaban. La historia es que Joao, cuando subió al Everest, que en aquel momento era la segunda montaña de más de 8.000 metros que él subía, tuvo unas congelaciones gravísimas en los dedos de las manos y en la nariz. Parecía una calavera. Pero le hicimos una nariz nueva, recuperamos con injertos gran parte de los dedos y se quedó muy bien. Estuvo casi cuatro meses en el hospital. A mí me daba tanta pena verlo que los viernes, cuando me iba a casa, me lo llevaba conmigo de extranjis. Íbamos de excursión, aunque teóricamente seguía ingresado. Nos hicimos muy amigos. Por eso me ha invitado a ir al Annapurna, el único ochomil que le queda por subir. Nos vamos a juntar la élite de los ochomileros. Creo que va a ser interesante y divertido.
Eso demuestra que se puede salir adelante después de sufrir congelaciones graves.
Está claro. Es más, estuve con Joao en el Manaslu y cuando él estaba en la cima se dio cuenta de que iba a tener congelaciones leves en la nariz. Hacerle una nariz nueva cuando regresó del Everest nos costó cinco operaciones y le dije: "Como fastidies esta nariz, te vas a enterar de lo que vale un peine". Lo único de lo que no se puede recuperar nadie es de la muerte. Para lo demás, existen medios que te permiten hacer muchas cosas.
Más en Deportes
-
Clasificaciones del Cross del Arriero 2025: dominio local y emoción en ambos podios
-
El bertso entre Pradales y Jagoba Arrasate antes del partido Euskal Selekzioa - Palestina
-
Euskal Selekzioa y Palestina se citan en un San Mamés abarrotado
-
Euskal Selekzioa - Palestina: sigue en directo en DIARIO DE NOTICIAS esta jornada histórica