El grito liberador del África negra atravesó el Giro de Italia para entrar a la historia. A la bestia la domesticó Biniam Girmay. Nunca pudo con él Van der Poel , que ovacionó la victoria hiperbólica de Girmay, un ciclista joven, apenas 22 años, y feroz. En cuanto el eritreo sentó a Van der Poel, este puso en pie su pulgar. Respeto. Reconoció el triunfo rotundo del africano. Oro negro. El primer eritreo y ciclista de raza negra en ganar una etapa en el Giro. Nada frena al incontenible Girmay. Tampoco Van der Poel. El africano reventó al neerlandés.

Girmay es la bandera de la rebeldía. El estandarte del África negra. Su faro en el ciclismo. Girmay agarró el manillar de la bici a través del legado italiano. Eritrea fue colonia de Italia. Girmay volteó la historia. Colonizó el Giro. El ser humano es un acto reflejo. Acción-reacción. El diálogo entre Girmay y Van der Poel fue un tratado de salvajismo.

Dos hombres y un destino. Libres, pasionales. Puro arrebato. Duelo al sol. Vis a vis. Una oda a la supervivencia en un final frenético. Espasmódico. Un pleito excepcional de dos superclases al límite. En ese magno escenario, en el pueblo donde han nacido más medallistas olímpicos de la historia, Girmay sentó a Van der Poel tras un esprint descomunal. Gigantesco. El eritreo arrodilló el mentón elevado del neerlandés.

UN ESPRINT TREMENDO

Van der Poel y Girmay, unidos en Nápoles, dispusieron a sus compañeros para esquilar la renta de la fuga. Ambos se la jugaron en un cara a cara excepcional, inolvidable. Velocidad, potencia, arrojo y fuerza. Girmay, el primero en abrir gas, fundió a Van der Poel, que tuvo que esconder la cabeza entre los hombros de la derrota tras el trago amargo del ácido láctico. Girmay se bebió la historia con la ansiedad de los jóvenes y la pasión irrefrenable de los pioneros.

Del frac negro de Carapaz colgaron varias briznas de hierba a modo de recordatorio. El ecuatoriano se revolcó en la cuneta. El Giro, despiadado, se disputa sobre el asfalto y en los márgenes. La caída avisó de la insoportable levedad del ser a Carapaz. El susto lo enderezó el líder del Ineos golpeando la maneta derecha, que se dislocó por el impacto. La devolvió a su posición natural a manotazos. Golpes para frenar el golpe.

SCARPONI EN LA MEMORIA

El ciclismo es un cuadrilátero. Agotado el segundo día de descanso, camino de Jesi, la carrera atravesó el corazón de Filottrano, la cuna de Michele Scarponi, añorado y recordado el ciclista italiano, atropellado en 2017. Sus vecinos y su equipo honraron su memoria, muy presnte durante todo el día.

La etapa se diseccionó en una llanura, desde donde nació la escapada con De Marchi, Bais y Peters, antes de botar con los muelles de la incomodidad en un terreno pestoso, un sube y baja. De pared en pared. Ewan se quedó sin cobertura, estampado.El comienzo sirvió para respirar ese espíritu de algarabía que impregna la Corsa rosa, la cremallera que abre y cierra el país.

Hasta el tren se pintó de rosa y corrió en paralelo al pelotón. A velocidad de bicicleta. En ocasiones, el tren puede ir más lento aunque los pasajeros tengan prisa. La estampa era estupenda, bella, pictórica, con la costa enmarcado la postal. El azul del Tirreno mezclaba con el rosa y el plastidecor que pinta el pelotón. En Italia se perdonan los deslices éticos, pero no los estéticos.

Entre repechos y pueblos medievales, fue tomando decibelios el pelotón, que rastreaba la corriente del esprint en una terreno tortuoso. Juanpe López, el líder inopinado, era un hombre dichoso. No le molestaba la carretera. Para él todo es alegría en este Giro. Aún pespuntaba De Marchi. El italiano no se arrodilló a pesar de perseguir una quimera. La autoestima como brújula en subidas que no lo eran en el libro de ruta pero sí en la prosaica realidad. A De Marchi le anudaron.

TENSIÓN ENTRE LOS FAVORITOS

En Jesi se desembocó a través de un repecho que despertó a los favoritos. Sonó el chasquido del látigo, el encuentro entre los nobles y los velocistas. Vértigo y frenesí. Sivakov se encendió. Fuego y gasolina. Hubo revuelo entre los mejores, temerosos de agrietarse en un puerto corto pero ceñudo, de mirada hosca. “Se podía romper el grupo. La última parte ha sido dura”, expuso Mikel Landa sobre el delirio y la agitación del final.

Una rueda de ataques giraba el tambor. Covi, Nibali, Yates... Van der Poel, potro desbocado, se cosió a cada intento. Brotó el temperamental Carapaz. Pello le secó. Se armó el esprint, repleto de pólvora. Descontados Démare y Cavendish, gateando en el repecho, emergieron, descomunales, Girmay y Van der Poel.

Solos en su estado de excitación. Enemigos íntimos. Un pleito exuberante, repleto de belleza plástica, de agonía y de fuerza. Una viñeta para el recuerdo, un triunfo para la historia. Dos meteoros chocando en el espacio. En el universo de la velocidad, Girmay sentó a Van der Poel para entrar en la historia.