Kolovrat significa rueca en esloveno. La rueca de Penélope teje el Giro a la espera de un Ulises que asome en la Marmolada, donde converge la resolución del Giro, famélicos los héroes, Carapaz, Hindley y Landa, otra vez esposados en la agonía. Solo hubo un Ulises en bicicleta, Koen Bouwman, que conquistó la cima del Santuario di Castelmonte desde la fuga de siempre. El Giro es la rueca de Penélope, el telar que nunca avanzaba porque lo que tejía durante el día lo desanudaba por la noche.

Así, esperando, se desesperaron los que pretendían su amor por la ausencia de Ulises, el esposo. Esposado sigue el Giro, encadenados Carapaz, Hindley y Landa en su destino de tricotar la maglia rosa. Como en la rueca de Penélope nada avanzó. Se congeló el tiempo entre tres corredores que conviven desde hace días en el mismo palmo del Giro. Nuevamente en la misma foto. Nadie se mueve en la orla. Hacia la cima del Santurio di Castelmonte revolotearon los tres con el vuelo justo y balbuceante.

Carapaz, el líder, Hindley y Landa respiran en 1:05. Una puerta giratoria. Plegada la penúltima etapa de montaña siguen instalados en el sofá de la monotonía, imaginando esperanza y días mejores después de otro ejercicio de impotencia. Los tres invocan a la Marmolada, la última gran montaña, el mito, porque ninguno confía en su relación con el crono. Miedo del miedo.

MÁXIMA IGUALDAD

Tratan de levantarse de un respingo, de alzar la voz, de noquearse, pero no les alcanza, unidos por el cordón umbilical de la igualdad, incapaces de distanciarse ni una brizna. Atrapados en la rueca, que hace y deshace el relato de la carrera. El Giro corre a su fin, pero Landa, Carapaz y Hindley pedalean en el aire. Sufren y padecen en comunión. Sin viandas en la despensa, se alimentan de las raspas. Solo Bouwman, alado, un Pegaso, pudo celebrar una jornada de seres humanos. En un lugar donde tejer la historia del Giro, no hubo ningún recuerdo.

A Kolovrat, la montaña eslovena, entró dando puntadas el Bora. Hindley puso la máquina de coser a tricotar para dañar a Carapaz, que no se deshilacha ni sufre desgarros. Un escenario magnífico y gigantesco, 10 kilómetros de ascensión al 9% para reventar la carrera. Una invitación a la crueldad. Una subida fronteriza, territorio de Pogacar y Roglic. Les recordaron las banderas del país. También una australiana. Más telas. Todos se taparon. Camuflaje. Hindley quería bordar su carrera, izar su estandarte. Deseaba el traje rosa del Giro, el que viste a Carapaz, que le aventaja en tres segundos.

A LA ESPERA DE LA MARMOLADA

Los sastres alemanes patronearon la subida de un puerto de mentón alto y musculoso armazón al que saludó la fuga. A él no llegó Richie Porte, uno de los sherpas del ecuatoriano. Tachado por una gastroenteritis después de descolgarse en Villanova Grotte. Nadie queda a salvo del Giro de las enfermedades. Evitar la enfermedad es vencer. Bien lo sabe Landa, tantas veces mordido por las desgracias. "Me siento bien y recupero bien día a día. Estoy contento", estableció el alavés, que anhela dispararse en la Marmolada. "Estoy con ganas de la etapa de mañana". El mañana nunca muere. Desea revivir Landa.

Los árboles, estupendos, robustos, abrieron los brazos para estrujar el Giro en Kolovrat, con la mirada hosca pero la silueta bella, exuberante y el asfalto sin mácula. Solo algunos penachos de vejez pespuntaban. Bouwman, Valter, Schmid y Tonelli abrieron la comitiva, supervivientes de la fuga. El calor, el hilo argumental de la carrera, apretó. Carapaz, Landa y Hindley buscaban refrigerarse. Agua al gaznate. Frescura para el calor, opresor, de las situaciones tensas.

Las sombras de los árboles que perfilaban la carretera aliviaban. Kelderman se puso en pie. Pastoreó el ritmo del Bora, protegido hasta el gaznate Hindley, su jefe. Nadie quiso desabrocharse en el Kolovrat, una subida en rebaño. Empate a nada. Carapaz vigilaba y Landa pasaba desapercibido. Una montaña menos. Descuento. El descenso, compuesto por lazos hermosos, burlón, culebreante y técnico puso en guardia a los mejores, pendientes de la lectura exacta de la trazada. Lo que no se gana subiendo, mejor no perderlo bajando. Vendrame se unió a los fugados.

VICTORIA DE BOUWMAN

El grandilocuente Kolovrat se perdió en el retrovisor sin huella en la carrera, como un recuerdo de un verano sin postales ni un romance. El Santuario di Castelmonte, una subida con menos jerarquía en la nomenclatura, convocó otro test. Revisión. La recuperación. Otra montaña que terminó en la papelera. Bouwman, Valter, Schmid, Tonelli y Vendrame giraban la rueda de la victoria. Pellizcos. Bouwman cantó bingo por segunda vez. Los nobles se estiraron en el chaise longue en la aproximación a las faldas del Santuario. El Bora soltó las riendas después de intimidar en el Kolovrat. Hora de la merienda. Geles y glucosa para endulzar la ascensión.

Castroviejo, el mayordomo fiel, se puso al frente del método Ineos de Carapaz. Hindley se soldó al líder. Sivakov desplegó las alas. El acelerante de Carapaz. La mecha. El líder se encendió. Luz de gas. Humo sin fuego. Hindley se cosió. También Landa. Empate. Más amagos que manos duras. Marcaje y remoloneo. Emparejados en cada centímetro de asfalto, Landa quiso hacer daño. No pudo. Le faltó vuelo. El mismo resultado que barnizó a Hindley. Los tres asomaron por la meta con el esprint de siempre. Carapaz, Hindley y Landa. A la espera de la Marmolada, del gigante, de la leyenda de la que todos hablan, de la expectativa, la rueca de Penélope teje el Giro.