Es estupendo que por fin haya llegado la primera sentencia por racismo, la de los tres hinchas del Valencia que insultaron a Vinicius (aunque, si nos hubieran consultado, habríamos cambiado esa pena de ocho meses de prisión, que no van a cumplir, por una multa bien gorda, que jode mucho más).

Es un gran primer paso para ir acabando con el racismo en las gradas de fútbol. Pero sorprende que se castigue así el racismo en los estadios mientras sigue impune el que vemos que cometen otros espectadores desde las redes sociales contra muchos deportistas. Lo que, por ejemplo, tiene que aguantar en X (Twitter) la atleta gallega Ana Peleteiro cada vez que va o vuelve de una gran competición es impresentable. Y el único castigo –y no siempre– es que X (Twitter) bloquee esas cuentas, cuando es obvio que alguien tendría que castigar tanta burrada como lo que es, un delito de odio.