Reservado en exclusiva el Monte Grappa para Tadej Pogacar, que desea fervientemente posarse sobre su cima –por eso de que la montaña acuesta su cabeza cerca de Eslovenia, la patria del líder del Giro– antes de la ceremonia de coronación del domingo en Roma, el esloveno abrió la mano con la que empuña la Corsa rosa para que el resto mitigara su sed de gloria.

Pogacar está cerca del empacho, aunque anhela otra postal en el Monte Grappa y la pose imperial en la ciudad eterna, donde el esloveno, un ciclista que corre para la historia, busca perpetuarse para siempre en la memoria y en los incunables del ciclismo. El Giro es su memorándum.

Entre tanto, recuerda el esloveno sus ganancias en la carrera. Alrededor del dorsal de su bici, impresas, se subrayan, icónicas, las victorias obtenidas en el Giro. De momento, cinco. El recuento de las muescas a modo de los ases de aire que contabilizaban sus triunfos en combate.

Con la lista de enemigos derrotados decoraban el fuselaje. La idea servía para glorificar al piloto e intimidar a los rivales. La bici del esloveno tiene el fuselaje repleto de logro. Su montura es de oro.

La de Andrea Vendrame no es lujosa. Responde al diseño del trabajo duro de los ciclistas que corren con el buzo de mahón. El italiano, ciclista de la vieja escuela, degustó una onza de gloria en Cima Sappada. El festín más sabroso. Vendrame se ganó cada pulgada de una victoria sensacional desde la inteligencia de quien sabe buscarse la vida, más si cabe en un territorio que conocía.

Natural de Conegliano, cerca de Sappada. Ese era su comodín. A Vendrame, al que le entusiasma Batman, se le conoce como el Joker. La suya fue la carta ganadora. Un as el italiano, sonriente en Sappada, dichoso.

Vendrame juega sus cartas

El italiano supo leer mejor que nadie lo que demandaba el final. Interpretó las corrientes internas de la carrera. “No nos poníamos de acuerdo, así que jugué mis bazas”, expuso después de un triunfo sin mácula. Vendrame aprovechó un descenso y las tiranteces de la fuga para tomar vuelo. El resto menospreció al italiano. Ese fue el error.

La condescendencia no es el mejor argumento. Una sonrisa maliciosa asomó en Vendrame. La misma que acompaña las travesuras de Pogacar, que deshojó otro día sin más esfuerzo que la presencia de su carisma. Eso paraliza a sus rivales, que gatean.

Vendrame, zahorí experimentado, encontró la fuente de la felicidad desde una fuga de ganadores. Pelayo Sánchez fue segundo, a casi un minuto del italiano. Georg Steinhauser, tercero. Alaphilippe, también estuvo en la cordada a la que Pogacar le dio sedal.

A todos les superó el experimentado Vendrame, que supo qué hacer en cada momento en una partida de fuerzas parejas. Eso le impulsó tras una fuga de 147 kilómetros. Un vida. La celebró a lo grande.

Su anterior logro en el Giro databa de 2021, cuando batió a Chris Hamilton, en Bagno di Romagna. Aquel día, 20 de mayo, no tuvo tiempo de festejos. En Sappada se explayó porque sus rivales no estaban a la vista cuando giró la cabeza. Tres años después lanzó un beso al cielo.

En la medio montaña donde se apilaba el Passo Duron, Sella Valcada y Cima Sappada, se invocaba a la rebelión. Se abría un hilo de esperanza, una grieta por la que la luz iluminaba la senda a modo de las baldosas amarillas que marcaban el camino en el Mago de Oz.

Forajidos en busca de la recompensa. Sospechosos habituales con balas de plata. Alaphilippe, Steinhauser, Narváez y Pelayo, vencedores todos ellos en otros días, compartían la búsqueda del oro con Vendrame, el Joker del Giro, y Plapp.

Pogacar y el grupo de favoritos, con calma. Giro de Italia

Pogacar, en carroza

El tesoro debían arrancárselo a las montañas, que no regalan nada. Son urañas. Cajas fuertes que demandan sacrificio, paciencia, arrojo y sufrimiento. Menos aún en días de lluvia y estuco gris en el cielo.

La bóveda del Giro, dibujada por el encanto, el capricho y la gracia de los Dolomitas, vigilaba una fuga al margen de Pogacar, en carroza, paseando su superioridad, más próxima a los dioses que a los humanos. Geraint Thomas se fue al suelo en una caída tonta al final. Pogacar mandó parar.

Vendrame tenía prisa y quiso alejarse de sus colegas de fuga, que conocían el mecanismo para elaborar una victoria. El italiano llenó las alforjas con ambición mientras el resto recelaba en el quién es quién. Nadie se fiaba de nadie en un Cluedo en el que trata de adivinarse la identidad de quien comete la fechoría.

En Cima Sappada, el último escollo, Vendrame gestionaba un minuto de renta. En el retrovisor, Steinhauser y Pelayo Sánchez se destacaron con las migas de la despensa. El Giro pesa demasiado en la tercera semana, acumulada la fatiga.

Encorvó a los fugados, que se peleaban con la chepa contra la montaña. No había espacio para el estilo, desterrado por los cuerpos encorvados hasta que se irguió Vendrame, la sonrisa del Joker.