Ya hace días que Rafa Nadal no pudo hacerse con el primer Grand Slam 2019 y se ha escrito mucho de ello, debido seguramente a lo extraño de la situación: un despertar tan explosivo después de meses sin competir, un nivel tan alto como inesperado y una ilusión como de niño, como la del crío que llega a su primera final del social alevín. En ésas estaba el mallorquín cuando, de la noche a la mañana, todo dio la vuelta y se vio derrotado. ¿Derrotado?

Rafa Nadal no ha ganado su enésimo torneo. Y la verdad es que no es fácil explicar qué ha pasado. Él mismo declaró durante el torneo que no esperaba este rendimiento tan alto y en este tramo de la temporada. Y es que ha pasado de estar moribundo, doliéndose crónicamente de tobillos, rodillas, espalda, etc, etc, a reaparecer como en sus mejores tiempos. O mejor. Si algo tienen Nadal y su equipo es una visión muy clara del trabajo que tienen que realizar cuando no se compite, especialmente en pretemporada. La novedad de este curso, sin lugar a dudas, es la progresión en su saque. El movimiento inicial de su brazo, sensiblemente más amplio, y el control de la flexión de las rodillas han hecho que su saque ya no sea la eterna asignatura pendiente, ese lunar tan repetido y que tanta guerra da a quien lo sufre (algo parecido le pasaba a Juan Carlos Ferrero). Nadal ya no es un mal sacador. Además, en este Open de Australia se ha visto también la mejora de su derecha paralela, que es un misil y que gana puntos de fondo a fondo, algo muy difícil ante jugadores del nivel y la envergadura que compiten en el Circuito. Y es que en el tenis moderno, en el tenis de pegar palos, en el tenis con alto componente físico, o atacas o te atacan. No hay término medio. Actualmente Rafa pega a todo lo que vuela y, en la medida de lo posible, pega en ataque y también en situaciones en que aparentemente sólo se podría defender.

¿Derrotado? Nadal no ha sido derrotado, porque la derrota es ácida, dolorosa y humillante, y Rafa no puede tener esas sensaciones, porque lo ha hecho todo bien hasta el penúltimo día y al final ha jugado contra uno de los mejores sacadores y, quizá, el mejor restador del Circuito; y además en su mejor momento. Aunque parezca lo contrario, eso no es una derrota, es un triunfo espectacular del esfuerzo, de la calidad del trabajo realizado y de la ilusión por mejorar cada día. La ilusión de la que carecen muchos deportistas. Como la del crío que llega a su primera final del social alevín.

El autor es entrenador nacional de tenis