cuando yo era joven, y quizá ahora también, decía muchas tonterías. Una que me gustaba mucho decir es que cuando tuviera un hijo se iba a llamar Diego y que cuando tuviera el segundo le iba a llamar Armando. Imagínense por quién. Supongo que me haría mucha ilusión llamarles a los dos para que vinieran a merendar y que sonara el nombre de aquel astro argentino apellidado Maradona. ¡Diego Armandooo, a merendarr!

Yo tenía 13 años cuando aquel chaparro era capaz de ganar prácticamente él solo un Mundial y hacernos a todos muy felices por verle jugar y un poquito argentinos por verle ganar.

Desde aquellos días hasta hoy todos sabemos quién fue y quién es ese 10. Me aburren los debates de si fue mejor que Pelé, mejor que Messi o mejor que nadie. Diego Maradona solo hay uno, para lo bueno y para lo malo, te guste más o no te guste menos.

No vamos a entrar en su vida personal, pero sí a la fuerza que mantiene en aquello que hace y que dice. Son miles de perlas las que siempre va dejando y como en todo que hace... hay de todos los colores.

Esta semana ha puesto en pie la ciudad de La Plata. Un equipo de fútbol de la cuarta ciudad argentina tiene nuevo entrenador y a pesar de entrar al campo en un carrito de jugar al golf, todos ya disfrutan con el astro y su nuevo chándal.

Restaurantes, tiendas, taxistas, colegios y todo lo que se menea está revolucionado. El estadio se va a quedar pequeño y el club hace un porrón de nuevos socios en esta misma semana porque todos quieren verle.

Grandísima admiración tuve por el Diego jugador y ninguna de momento por el Diego entrenador. A veces pienso que me gustaría ser argentino para sentir lo que ellos sienten todavía. Frases como aquella de “yo no me arrodillé ante nadie”, creo que forman y forjan parte de la historia del Diego y los suyos. Quizá nosotros nunca lo enteremos como ellos.

Yo, de momento, a mi primer hijo le puse Diego, y a su vez doy gracias al Dios Maradoniano que la segunda me salió niña.

El autor es técnico deportivo superior