pamplona. Recientemente jubilado, Moreno observa la actual realidad económica y considera que es necesario que todos aceptemos que es necesario cambiar "algunas cosas". "Hemos entendido la crisis, pero no sé si la aceptamos. Pensamos que las medidas deben tomarlas otros", dice. Es escéptico con la actual reforma laboral -"lo último que piensa el empresario es cuánto le va a costar despedir"- y ve inevitable asumir que el común de los trabajadores va a ganar menos en los próximos años trabajando más horas. "O ponemos mucha inteligencia o nos tenemos que igualar en costes". Y para conseguirlo, Moreno reclama empezar desde la cabeza, mejorando por ejemplo la cualificación de los consejos de administración de las pequeñas y medianas empresas. "En muchos casos se confunde con la junta de accionistas. Y el accionista tiende a pensar que no hace nada o muy poco, por lo que, en lugar de darle ese dinero a un consejero, se lo quedan ellos. Y la realidad es que muchos no aprobarían un examen de consejero".

Moreno no escapa en el libro de los temas difíciles y trata de llamar a las cosas por su nombre. "He conocido empresas familiares, privadas y públicas, la lealtad y la traición, el éxito y el fracaso. He sido premiado y he sido despedido. He trabajado con personas extraordinarias y con personas despreciables", relata en la introducción de un libro que desprende humanismo y también una confianza en las personas como ejes de la actividad de la empresas. "Cada persona tiene que ser un motor, porque un director general lo que tiene, sobre todo, es gente. ¿Qué diferenciaba a El Corte Inglés de Galerías Preciados? La gente que trabajaba", recuerda.

Los comités Por ello, Moreno defiende que uno de los cometidos de un director general es destinar algo de tiempo a relacionarse con el comité de empresa y, más allá de los éxitos profesionales, de su trayectoria se queda con las relaciones mantenidas a lo largo del tiempo. "Me he entendido con todos los comités, incluso mantengo la relación con alguno de ellos". Y por el contrario, no vacila al responder que los más duro de su trabajo es despedir a quien no puede seguir en la empresa. "Eso es de no dormir, lo más duro que hay en este trabajo".

De toda su trayectoria, los 23 años al frente de Azkoyen resumen buena parte de la vida de la empresa, que bajo su mando se transformó de modo completo. Pasó de ser una empresa mecánica a basarse en la electrónica, se diversificó, se estrenó en Bolsa, se convirtió en una multinacional y llegó a superar el millar de trabajadores. Y de aquello, aprendió que "una empresa, si se la deja sola siempre tiende hacia las pérdidas. Hay que hacer un esfuerzo tremendo para que esto no sea así". Y que la innovación, el mantra de los tiempos modernos, solo puede ser "un proceso que acaba en beneficio".

Moreno advierte a los directores generales del riesgo de creerse que la empresa es suya y recalca lo que en su opinión es lo más importante de cualquier trabajo, por encima del dinero que se pueda ganar: "La facultad de crear algo y contribuir a un fin superior".