isto lo visto, nada puede darse por asegurado. Ni siquiera que el próximo año no vuelva a depararnos otro disgusto. Pero, como quiera que los humanos vivimos también de las expectativas, conviene pensar que será mejor y podremos cumplir los objetivos a los que se enfrenta Navarra desde el punto de vista económico. Son muchos, es verdad, así que elegiremos cuatro, en un orden que no puede resultar casual. Porque se trata de remontar y de sentar las bases para tomar impulso. Navarra puede hacerlo.

El primero, crear empleo. Olvidémonos de 2020, mucho peor que un mal sueño, y remontémonos a 2019. Navarra, la comunidad con mejores datos, ya mostraba entonces las primeras dificultades para reducir su tasa de paro, que no bajaba del 9%. Si una cifra similar deviene estructural, las consecuencias se pagan durante décadas, mientras la demografía cumple con su cometido y jubila a los nacidos entre 1960 y 1976. No es inevitable, no es admisible -supone asumir que miles de personas afrontan años de inactividad- y basta echar un vistazo a otros países, donde el paro ronda el 4% o el 5%, para probar que la resignación no supone una alternativa. ¿Cómo lograrlo? Pues como toda la vida, pero aprovechando las características del momento, en forma de nuevas oportunidades de negocio y, sobre todo, de fondos millonarios procedentes de Europa. Un ejemplo: destinar una buena parte a programas ambiciosos de rehabilitación urbana y de vivienda, con subvenciones efectivas que catalicen la inversión privada, servirá para generar miles de puestos de trabajo y para elevar la base de ocupados estables en un sector demasiado dependiente de los ciclos económicos. La construcción, sí, pero una nueva construcción, más eficiente y sostenible, más industrializada y alejada de pasadas burbujas, debe ayudarnos, una vez más, a salir de esta.

El segundo, conservar lo que tenemos. Puede que no suene demasiado ambicioso, pero quizá resulte lo más útil y lo más realista cuando la economía cierra un año con la caída del PIB más estrepitosa del último siglo. Porque, después de cada recesión, llegan las rebajas y los saldos. Larga, endógena y mutante, la anterior crisis le costó a Navarra la pérdida o el alejamiento de importantes centros de decisión financieros e industriales. Iniciativas surgidas del esfuerzo privado, público y colectivo cambiaron de manos en la ley del más fuerte y capitalizado que rige en una economía de mercado. Hoy el riesgo se mantiene -brillantes empresas locales afronta un relevo o requiriendo nuevo capital para crecer- y los instrumentos de respuesta son insuficientes o ni siquiera existen. "Las empresas que generan valor son las que tienen sus centros de decisión aquí. Hay que quitarse de la cabeza viejas ideas, como pensar que el mercado lo arregla todo, hacer desde los Gobiernos mucho más en defensa de las empresas y hacerlo si se puede con el dinero de otros ", defendía este mismo verano Alejandro Legarda, que ha sido consejero de CAF, Viscofan y Pescanova y que hoy asesora a la Confederación de Empresarios de Navarra. El Gobierno Foral trabaja para crear un fondo público-privado precisamente con este objetivo. Cuanto antes se ponga en marcha y con mayor dotación económica, mejor.

El tercero, consolidación fiscal. Sin ordenar ingresos y gastos no se puede caminar muy lejos. Los segundos no van a descender, así que toca actuar sobre los primeros de modo integral. Hay que hacerlo ya, porque la ayuda ni es segura ni es eterna.

Y cuarto, recortar ya la brecha tecnológica. Ninguna inversión europea cambiará el modelo productivo. Ni el español, ni el navarro, mucho más equilibrado pero con algunas carencias. La última ha sido además una década perdida a efectos de crecimiento en investigación, innovación y desarrollo, un indicador del futuro a medio y largo plazo. Mientras otros avanzan -China invierte ya el 2% y países como Grecia, Portugal y Polonia han superado a España-, nosotros nos hemos estancado. Es el momento de dar el salto y de hacerlo con ambición, perserverancia y convencimiento.