En el fútbol femenino el balón gira al revés
Las mujeres de EEUU, escandinavas, de China o el nuevo campeón Mundial, Japón, reinan en un universo donde sus hombres solo alcanzan resultados mediocres
Pamplona. Si exceptuamos el caso alemán, el fútbol femenino parece que transcurre por el mundo paralelo al masculino. Donde los hombres son parias, tuerce botas o perdedores compulsivos, las mujeres son hábiles, competitivas, ganadoras; imperiales. Ahí está Japón, que ganó el pasado domingo el Mundial femenino. Ha participado en las seis ediciones disputadas y avanzando con perseverancia hasta lograr alcanzar la máxima gloria. El finalista, Estados Unidos, el del país del béisbol, la NBA o el fútbol americano, es una potencia hegemónica: se ha adjudicado dos de los seis títulos mundiales disputados hasta ahora y es el actual campeón olímpico; dispone de una liga profesional en donde compiten las cracks de este deporte y sus estrellas, como Mia Hamm o Kristine Lilly, son y han sido buscadas por las agencias de publicidad del gigante americano porque su imagen vende tanto como sus homónimos masculinos de los deportes más populares.
La final del pasado Mundial femenino, retransmitida por la cadena de televisión ESPN, tuvo un promedio récord de 13,5 millones de televidentes y un índice de audiencia de 7,4 puntos en todo el territorio estadounidense, superando en 3,5 puntos el récord que tenía la selección masculina desde el pasado año, durante un encuentro ante Argelia en el Mundial de Sudáfrica 2010.
Además, esta final, batió plusmarcas en Twitter a una velocidad de 7.196 y 7.166 tuiteos por segundo.
El 10 de julio de 1999 se contabilizó el récord mundial de asistencia a una prueba deportiva femenina. 90,185 espectadores, entre los que se encontraba el entonces presidente estadounidense Bill Clinton, abarrotaron el Rose Bowl de Pasadena (California) para asistir a la gran final del tercer Mundial femenino, que enfrentó a EE. UU. y China y se saldó con la victoria de la selección anfitriona (5-4 en la tanda de penaltis). Son tres ejemplos contundentes sobre la importancia del fútbol femenino en EE.UU., en vivo contraste con el masculino, el soccer, que a duras penas ha logrado asentar una liga profesional con jugadores de segunda fila o en declive, como David Beckham. O qué decir de la selección estadounidense masculina, cuyo nivel no pasa de discreto.
las 'Nadeshiko' japonesas En el caso japonés ocurre otro tanto, donde la selección masculina palidece, y nunca mejor dicho, ante las Nadeshiko, nombre de una flor rosada que sirve para plasmar el ideal de mujer japonesa.
Al día siguiente de derrotar a las norteamericanas en la final, los diarios se agotaron en Tokio tras un partido visto por millones de espectadores japoneses. Detrás hay un simbolismo que realza la importancia del triunfo: el equipo nipón ha personificado a la perfección los valores de perseverancia y coraje del país tras el terremoto y el tsunami del pasado 11 de marzo. Son heroínas.
Con los países nórdicos, en igualdad de condiciones, ellas lucen mucho; ellos, se defienden. ¿Razones? Sobre todo son estructurales: en sus programas educativos no hay discriminación en la base y existen, porque se fomenta, tantos equipos masculinos como femeninos.
el brutal contraste español El contraste más cercano y evidente lo tenemos en el Estado español, donde el fútbol masculino es el rey del deporte, en número de practicantes y, sociológicamente, porque se vive con pasión. Si la selección española masculina es la vigente campeona de Europa y del mundo, la femenina jamás ha logrado clasificarse para la fase final de un Mundial.
Si el Barça masculino deslumbra por su juego y éxitos, el Rayo Vallecano, representante de un club desvencijado y de un barrio obrero de Madrid, será el representante femenino en la Liga de Campeones, sabiendo que sus expectativas son mínimas, por no decir nulas.
Salvo en el caso del Athletic, los equipos punteros femeninos han encontrado cobijo en clubes modestos, como el Espanyol, el Levante o el propio Rayo Vallecano.
Aunque aun se arrastran atávicos prejuicios (la mujer jugando al fútbol vista como una marimacho), el principal problema es la falta de competiciones para niñas. En muchas comunidades en categoría benjamín y alevín no hay liga femenina, aunque las chicas puedan inscribirse en equipos mixtos. Pero al pasar a la escala infantil, entre los 12 y los 14 años, desaparecen los equipos mixtos y tampoco hay competiciones específicas para ellas, salvo en Euskadi, lo que provoca el abandono del deporte favorito.
El ejemplo paradigmático es Alemania, que acaba de organizar un Mundial impecable. Con más de un millón de niñas y jóvenes jugando al fútbol es un auténtico modelo, fomentado por las autoridades y los responsables del fútbol federal.
Consecuencia: dos títulos mundiales y seis de las diez Champions femeninas disputadas hasta ahora por los clubes de Europa.