Un premio para el ego de Trump
La cosa fue así: Infantino, presidente de la FIFA, caló fácil a Trump y supo que para hacerse con alguien con un ego tan descomunal basta con dorarle bien la píldora. Un narcisismo tal que no ve la ridiculez en ningún elogio desmedido, incluido el de que la FIFA se invente un Premio de la Paz –y el correspondiente trofeo tan brillante como hortera– solo para dárselo a él, mohíno con el tema desde que le negaron el Nobel de la Paz para dárselo a alguien que, a fin de cuentas, tiene su misma ilusión: un golpe de estado en Venezuela, pacífico o violento da igual. Para la FIFA, que lleva años aprendiendo a tratar con desalmados de todo pelo –viene de organizar Mundiales en la Rusia de Putin y en la absolutista Qatar–, meterse a Trump en el bolsillo es pan comido: jabón y pleitesía. Un político normal se preguntaría si se ríen de él con ese premio; con Trump no hay ese riesgo. Como Míchel tras su hat trick ante Corea, gritaría: “¡Me lo merezco!”.
