Teoría de los seis grados: esto es lo que une a Elena Fortún y Gracita Morales
La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios
El secreto de la eterna juventud es convertirse en un personaje de ficción. Pasan los años y Spiderman, Pippi Calzaslargas, Mortadelo y Filemón, no envejecen. No hay una Barbie milf o un Madelman de la tercera edad. La escritora Elena Fortún, por el contrario, creó un popular personaje de literatura infantil, Celia, que fue creciendo junto con ella. La serie de libros de El mundo de Celia abarca desde 1929, con títulos como Celia en el colegio, hasta 1952, con otros como Celia se casa o Celia madrecita. En el intervalo hay, sin embargo, un libro que solo vio la luz muchos años después de la muerte de la escritora: Celia en la revolución.
Al término de la Guerra Civil, Fortún, junto con su esposo, el militar republicano Eusebio de Gorbea y Lemmi, también escritor (la autora, de hecho, tomó su nombre artístico del título de una de las novelas de Gorbea: Los mil años de Elena Fortún) se exiliaron a Buenos Aires, donde la escritora escribiría esta novela, Celia en la revolución, que transcurre en un Madrid bombardeado por la aviación fascista y en la que su padre combate en el bando republicano o la propia Celia y sus hermanas tienen que exiliarse a Francia. Todo lo cual, por circunstancias obvias, impidió que esta entrega de la serie no se publicara en España hasta 1987.
Jesucristo, mala persona
No es la única obra de Elena Fortún que aparecería de manera póstuma. En 2016 vería la luz Oculto sendero y en 2022 El pensionado de Santa Casilda, en las que aborda el tema de la homosexualidad femenina, con referencias autobiográficas en el caso de la primera de las obras.
Las relaciones lésbicas apenas fueron reflejadas en la literatura española hasta bien avanzado el siglo XX. La primera referencia es en la novela Zezé, de la escritora Ángeles Vicente, y también se aborda el tema en Ellas y ellos y ellos y ellas, de Carmen de Burgos o en La Coquito, novela escrita en 1915 por Joaquín Belda e inspirada en la vida de la cupletista cubana Consuelo Portela La Chelito.
Belda, hoy olvidado, fue un autor de gran éxito en las primeras décadas del siglo pasado. Forjado en la literatura de quiosco, las novelitas o cuentos semanales publicados en colecciones como La Novela Semanal, La Novela Ideal, La Novela Roja, o incluso La biblioteca de los sin Dios (que publicó títulos como Jesucristo, mala persona), Belda se convirtió en uno de los autores más populares en una época en la que las tiradas de estos libritos de bolsillo alcanzaban los cincuenta mil ejemplares, si bien su talento fue menospreciado, por emplearlo en géneros menores como el humor o el erotismo. Esto escribió sobre él, por ejemplo, el poeta Eugenio de Nora: “Aprovechando con el mismo despreocupado cinismo la más total indiferencia por los valores éticos y artísticos como por los históricos (…) Belda urde fábulas completamente inverosímiles, cuya única finalidad parece ser el provocar la carcajada grosera, el regüeldo sexual” (la crítica, dicho sea de paso, en mi caso provoca el efecto contrario, el deseo irrefrenable de leer sus obras).
Una reina del destape sin trono
Pero quizás la obra más conocida de Belda no sea ninguna de sus novelas de quiosco, sino la antes mencionada biografía de La Coquito, artista cubana que triunfó en España en los años veinte con sus cuplés sicalípticos, y que sirvió de base muchos años después para la adaptación cinematográfica realizada por Pedro Masó, con la actriz puertorriqueña Iliana Ross en el papel de la cabaretera (papel, eso sí, que previamente rechazaron Isabel Pantoja y Lolita). La película fue todo un éxito pero Iliana, llamada a arrebatar el trono de la reina del destape a actrices como Nadiuska, Agata Lys o María José Cantudo, solo rodaría otro largometraje más, Puente aéreo, de nuevo a las órdenes de Masó (con quien se había casado tras el rodaje de La Coquito) en el que compartiría cartel con, entre otros, José Luis López-Vazquez.
Al pensar en este último resuena inevitablemente asociado el eco de la voz pituda de Gracita Morales, “¡Señori-to!”, partenaire del actor en tantas y tantas películas (en tantas españoladas, como eran conocidas popularmente), entre las que, no obstante, no se encuentra Maribel y la extraña familia −en la que sí interviene Gracita− una adaptación de la obra de teatro de Miguel Mihura, quien, por cierto, ilustró varias de las novelitas de Joaquín Belda, como Las ojeras, Una española en México o Monsieur Cornelle.
Los cuentos de Calleja y el Ceregumil
El polifacético Mihura, dibujante, dramaturgo, guionista, perteneció a la denominada “otra generación del 27”, compuesta por autores adscritos al surrealismo y el humor disparatado como Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela o Antonio Lara Tono, gran amigo de Mihura, junto con el que escribió obras de teatro como Ni pobre ni rico sino todo lo contrario o Un bigote para dos, o con el que fundó la revista de bélico e inquietante nombre, La ametralladora, sobre todo si tenemos en cuenta que fue una publicación dirigida a los soldados del bando sublevado durante la guerra civil.
Tono, que durante unos años trabajó como cotizado guionista en Hollywood (se dice que llegó a cobrar diez mil dólares por escribir un chiste), fue a su vez colaborador de otro artista multidisciplinar y de vida agitada, Salvador Bartolozzi: bohemio en París, donde frecuentó a personajes como Manuel de Falla o Manuel Machado; director artístico a su regreso a España de la Editorial Calleja (la de los famosos cuentos de Calleja); creador de la revista infantil Pinocho; exiliado a México al inicio de la dictadura franquista… Bartolozzi y Tono firmaron, juntos, por ejemplo, uno de los carteles publicitarios de Ceregumil, el famoso complemento alimenticio compuesto a base de cereales y legumbres.
Salvador Bartolozzi fue además padre de la ilustradora Francis Piti Bartolozzi, que viviría buena parte de su vida en Pamplona, junto a su marido el navarro Pedro Lozano de Sotés, con quien, entre otros trabajos, realizó decorados para los grupos de teatro de las Misiones Pedagógicas. Además −y hasta aquí queríamos llegar con esta ensalada de nombres− Piti Bartolozzi participó como ilustradora en el suplemento infantil del diario ABC, Gente Menuda, en el que fue colaboradora habitual María de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses y de Urquijo, más conocida como Elena Fortún y donde publicó las primeras historias de Celia, la niña que se hizo mujer en medio de una revolución.
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