Tuvimos ayer el menú degustación con Isabel San Sebastián ("Feministas, las ucranianas"), y en el día después nos llega el atracón de piezas que unen la invasión con la conmemoración. Casi siempre, con su aderezo de caspa rancia. Tengan cuidado, no les vaya a entrar a los ojos mientras leen esta sobrada de Alfonso Ussía en El Debate: "Mientras miles de mujeres que lo tienen todo sin pegar con un palo al agua, se manifiestan enloquecidas por un feminismo falso y vacío de conceptos en las ciudades de España con las gobernantes de Podemos y el PSOE en la cabeza de la manifestación, las mujeres ucranianas libres de proteger a sus hijos, combaten contra los invasores rusos en todos los frentes de Ucrania. Unas gritan en España y otras, en torno a las 40.000, luchan contra el poderoso invasor y mueren por la libertad en los embarrados campos ucranianos y en las esquinas de los escombros de sus ciudades".

Quizá con menos decibelios pero con parecido tufo a naftalina, Bieito Rubido, director del digital catolicón arriba mentado, anota: "Ayer, además de homenajear a mi madre, creo que era el día de esas mujeres ucranianas que se han quedado al cuidado de sus hijos mientras sus maridos dan la batalla por la dignidad de su patria. Cuidar a los niños y a los ancianos es otra forma de luchar por tu país".

Más conciso, Carmelo Jordá garrapatea en Libertad Digital: "Mientras tanto, qué lástima que no se haya aprovechado el 8-M para celebrar el día de la mujer ucraniana en lugar del día de la mujer que trinca del Presupuesto. Ay, hermana, para eso sí que te creo".

"Un 8-M por la igualdad entre invasores e invadidos", barrita en El Español de Pedro Jota un tal Carlos García Mateo. Aquí les pongo cuarto y mitad del desbarre: "El último 8-M ha sido feminista y pacifista. Además de impúdico, si tenemos en cuenta ese desdén hacia la vida de los muchachos sólo por el hecho de serlo. Esta gente organiza sus cuatro ideitas entre las sombras de la sospecha (hombres, malos por definición) y un recalcitrante y cansino sentido de la existencia (¡a empoderarse, hembras!). Son como generales que mandan a su infantería a la melancolía y a la tristeza". Confieso que me he perdido.

Federico Jiménez Losantos no se perdería jamás la oportunidad de retozar en un charco así. Lo hace, además, regresando en el tiempo a las movilizaciones de 2020. Ya imagina para qué: "El aquelarre pacifista de ayer, en realidad putinejo, fue una ofensa a las mujeres ucranianas, y a las españolas en el Ejército, la Guardia Civil y la Policía. Pero fue aún peor el desprecio a las decenas de miles de mujeres que, hace dos años, enviaron a la muerte por la Covid-19 los sindicatos de género, el rojo y el morado, del Gobierno Sánchez. Seiscientas mil mujeres sacaron a la calle, ocultando el peligro del virus. Miles de ellas pasaron de la calle a la tumba". Así, a ojo de buen cubero.

Pasando por alto la fecha, el opinatero de ABC Manuel Marín hinca la pluma sobre las ministras de Derechos Sociales e Igualdad, respectivamente: "¿Dónde van a ir Belarra o Montero salvo a reponer a un supermercado -algo muy digno, ojo- si tanta pelusa le tienen a Yolanda Díaz y a su humilde proyecto de consulta global por las necesidades de los españoles?".

Ya que estamos en el vetusto diario, nos pasamos por la columna de Salvador Sostres, que hoy juega a las comparaciones. Después de proclamar que Putin ya ha perdido la guerra, se marca el paralelismo que les echo a los ojos: "En su mismo nacionalismo, bastante más imprudente aunque por suerte no tan belicista, Puigdemont creyó que España no iba a defenderse, despreció sus alianzas internacionales, su Constitución, su fuerza. La despreció como Estado. Y a España le bastó ser ella misma, versión timorata, para que los independentistas se rindieran como los cobardes que siempre han sido. El desprecio de Puigdemont devolvió a Cataluña al grito preautonómico de «Llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia» y a una larga y penosa decadencia".