Giró el paisaje de eucaliptos, la foresta gallega, hacia carreteras secundarias, estrechas, territorio comanche, rompepiernas. Puertos que muerden, que despedazan la fatiga, el hilo conductor de la Vuelta que expira. Galicia caníbal. Ninguno tan hambriento como Primoz Roglic, a un bocado de devorar su tercera Vuelta consecutiva. El esloveno siempre tiene apetito. Campeón de cuerpo entero, competitivo al extremo, Roglic hace sitio en el estante de los trofeos para dejar a buen recaudo otra corona. Será de oro tras ponerse la de espinas en el Tour, del que tuvo que retirarse quebrado. Una caída lacerante le arrancó de la carrera francesa a jirones de piel. Eso no le desvió de su misión: ganar la Vuelta. Roglic se sacó las espinas una a una. Encontró la redención en una carrera que le alivia el luto. Rey de reyes en el camino que le llevará a su coronación este domingo en Santiago. Solo una crono, de la que es el principal favorito, le separa del pórtico de la gloria eterna en la Vuelta.

Roglic, esplendoroso, con equipo o en solitario, dominó la emboscada final de la carrera, una etapa centelleante. Así brilla el esloveno, que aventaja a Mas en 2:38 y en 4:48 a Haig, que le sisó el podio a Miguel Ángel López. Superman se estrelló de mala manera. Desesperado. Del cielo del Gamoniteiru al sótano. El colombiano fue la víctima de una jornada eléctrica, con aroma de clásica, que remató Clément Champoussin, al que nadie esperaba. Se coló antes de que asomaran los títulos de crédito de un desenlace en el que se reivindicó Mikel Bizkarra, a un palmo del éxtasis. El francés fue el invitado sorpresa al fin de fiesta en Herville, el candado de la montaña de la Vuelta, el latifundio de Roglic.

Sacó el colmillo el Ineos y a la fuga, que se expandió al inicio gracias a la diplomacia del Roglic, donde se insertó el entusiasmo de Mikel Bizkarra, se le fue agotando el tiempo tras dos ascensiones. Pidcock y Sivakov eran los sherpas de Bernal, un ciclista valiente. El líder también lo es. Se agarró a la sombra del colombiano, un dinamitero. El resto de favoritos se colgaron sobre el mismo tendal. Haig esquivó el duelo después de un pinchazo. Se recompuso. Jadeaba el grupo, enfilado en el Alto de Mabia, una vez ovillado el de Vilachán. Ineos quería agitarse. Sacudir. En la fuga se corría a toque de corneta. Asomados a la mar, solo había salitre y sudor. Nada de acodarse en la barandilla de la contemplación. Un tiovivo de cuestas. Los ciclistas eran como los caballitos de feria clavados que suben y bajan pero no avanzan.

El Alto de Mougás abrió las fauces y en la fuga comenzó el baile de espamasmos. El Ineos chasqueaba el látigo en el grupo de los elegidos, a cada pellizco más pálido. Bernal y Yates estaban dispuestos a rebelarse en el asfalto viejo y en las rampas de lija. Yates, descamisado, eléctrico, aceleró. Kruijswijk, el alfil de Roglic, enlazó al inglés. La Percha contemporizó. El líder, Bernal, Yates, López, Mas y Haig se concentraron en los planos cortos. Miradas a quemarropa. Tiroteo. Haig, remolcado por Mäder, Roglic, Mas y Yates desenfundaron a tiempo. A Superman López le cazó el cepo. Aunque acompañado, se quedó solo. La peor sensación. López se desgañitó. Nadie le auxilió. Náufrago. En la corona del puerto, el podio se le escapaba entre chispas de furia. Acumulaba 40 segundos de retraso. Ni las vistas, espectaculares, mitigaban la desesperación del colombiano, a la intemperie por la carga del Bahrain.

Roglic, Mas, Yates, Haig y Mäder descendieron con más de un minuto de ventaja. Solo Haig contaba con un báculo. El resto no disponía de red de seguridad. El líder cruzaba los dedos en una etapa vitalista, con aire de clásica juguetona. "El podio está al alcance, pero no será posible sin tomar muchos riesgos", determinó Haig. El ciclismo premia a los valientes. En el carrusel de la emoción tacharon a López, un alma en pena. Roglic, Mas y Haig, el podio de la Vuelta, compartían la misma habitación. Yates también adelantó a Superman, hundido, derruido, contrariado. Kryptonita gallega en las Islas Cíes. El Bahrain jugó a ganar. Ajeno a las cuitas de los nobles, Gibbons perseguía su día de gloria en el Alto del Prado presionado por su excompañeros de escapada y rastreado por el grupo de Roglic, Mas, Haig, donde se engarzó Bizkarra, maravillosa su respuesta, y otros restos de los huidos. Un rampón, un muro de las lamentaciones, les saludó en medio de la subida. Otro puñetazo en un día repleto de bofetadas.

BIZKARRA PELEA HASTA EL FINAL

Aún restaba la tunda de Herville. Alto voltaje. Resistir es vencer. Gibbons luchaba contra la gravedad. López, contra sus demonios. El colombiano, con la mente vapuleada, se bajó de la bici. Brazos en jarra. Frustración. Rabia. Impotencia. Patxi Vila, su director, habló con él. Terapia de choque. Diván en la carretera. Psicología en marcha. Imanol Erviti, capitán de ruta del Movistar, el hombre tranquilo, frenó para convencer a Superman, cruzado consigo mismo. Abandonó. Se metió en el coche y cerró su Vuelta de un portazo. "¿Que por qué me bajé? Somos seres humanos, no motores. A veces somos de carne y hueso", dijo el colombiano, que pidió perdón, en la Ser.

Herville, el último puerto de la Vuelta, apolilló las piernas a Gibbons. Bizkarra prendió. Llama naranja. Subió la marea de emociones. Encendió a Yates. Haig reaccionó. Los muelles de Roglic aplacaron al británico. Mas se ató al líder. En el repecho, Haig se cosió. Gibbons cabeceó. Piernas de trapo. Bizkarra, irreductible y corajudo, no se rindió. Bravo. A soñar. Se unió a los mejores, que racaneaban, tamborileando calma en un final trepidante, espectacular, puro ciclismo. Bizkarra lanzó su apuesta. Se quedó corto el vizcaino, que se dejó el alma. Fue séptimo en meta. En ese impasse, en el cruce de miradas y hombros elevados de los favoritos, Champoussin, rostro desencajado, camuflado en el anonimato de la fuga, salió de la nada y se lo llevó todo en Castro Herville. Desde la cruz del mirador Roglic abrazó con fuerza su tercera Vuelta.