Mintxo Ibarrola: "Estoy encantado con mi jubilación, y no volvería a ser joven"
Mintxo Ibarrola, pivote de Anaitasuna en su época dorada en División de Honor, medalla de bronce al Mérito Deportivo de la Federación Española o campeón de tiro de precisión, dejó el deporte profesional hace más de 30 años. Pero sigueo practicando balonmano, aikido, pelota o pádel a pesar de sus 70 años
pamplona. Es difícil desparramar más vitalidad con 70 años. Y es que a Mintxo Ibarrola, un histórico del balonmano navarro en las filas del Anaitasuna y de la selección, la jubilación le pilló con el culo inquieto, como lo ha tenido siempre. Con una hiperactividad que para sí quisieran muchos jóvenes. Recorre las instalaciones de Anaitasuna como si se tratase de su propia casa. No en vano, es socio desde hace muchísimos años, "desde la Calle Mayor, mucho antes de que se inaugurara aquí". No pasa un minuto sin que pare a saludar a algún conocido, y tampoco pierde ocasión para bromear, por ejemplo, con un operario que cambia un fluorescente subido a una escalera: "A ese que está en las alturas, se le ven las colgaduras", tararea recordando una tonadilla popular. La réplica también la pone él: "Para verme los cojones, no hacen falta procesiones".
Además del balonmano, Mintxo le pega al aikido, a la pelota o al pádel. También tiene hueco para actividades más relajadas, como cuidar a sus nietas, la ineludible partida vespertina de mus, sus clases de euskera o las de informática. Lo que sea con tal de no parar quieto.
Supongo que el balonmano profesional habrá cambiado mucho con respecto a su época
Ha cambiado todo: el físico, los entrenamientos, los campos, los balones... Yo jugué hasta los 38 en División de Honor. Entonces era muy viejo, y con esa edad ahora parece hasta que eres joven. Entonces era impensable que una persona de dos metros pudiera moverse con la agilidad, velocidad y el salto de ahora. Y antes entrenábamos y jugábamos en la calle. En algunos sitios, cuando corrías por el extremo, te tiraban gravilla, o lanzaban una silla al campo... Jugabas lloviera o nevara, y habitualmente veías resultados de 5-4, e incluso algún 1-0. Además, teníamos dos balones viejos para todo el equipo. Por eso ahora, cuando veo una cesta con 25 balones para 18 jugadores, me da una envidia increíble.
Usted sigue jugando con su edad...
Hace dos años dejé el Anaitazarra porque pensaba que era demasiado mayor. Y ahora lo que hacemos son torneos de veteranos por toda España. Más que por el deporte en sí, por las amistades que conservas y las nuevas que haces. Tristemente, de los de mi edad ya no juega nadie. Lo han dejado, pero yo soy demasiado tozudo. Y como sigo entrenando y haciendo mucho deporte, me encuentro muy bien. Juegas 10 minutos, porque no aguantas más, pero estás muy a gusto.
¿Ha pensado en relajarse un poco?
Pensarlo sí, como mil veces, y también me han dicho que estoy loco... Pues sí, pero es una locura sana. Juego a balonmano, a pelota, hago aikido y también le pego al pádel. Eso ya te da para estar en forma. Al pádel juego a un nivel bajo porque es un deporte muy difícil y técnico. En el frontón ya sabes que si le pegas a la pared la pelota luego vuelve, pero aquí se la echas a un contrario que tiene tanta mala leche que nunca manda la bola donde tú piensas que va a ir.
¿No le agota tanto deporte?
He hecho deporte desde muy crío, lo llevo muy interiorizado y no me supone ningún sacrificio. Evidentemente, supone un esfuerzo mayor con el paso del tiempo, porque notas que el físico va bajando. Es lógico, pero dentro de ese nivel me encuentro bien, aunque la cabeza a veces te mande otras cosas. La cosa es no parar. Estoy jubilado y tengo tiempo para muy pocas cosas. Ahora también estoy estudiando euskera, a las tardes voy a jugar al mus, también hago cursos en Anaitasuna con el ordenador... Siempre me entretengo y me lo paso muy bien. No me imagino una vida sin actividad. Sería incapaz, por ejemplo, de haber pasado una vida trabajando en un oficina, estar ahí sentado...
Así que disfruta de su jubilación.
Me lo paso muy bien. De hecho, no volvería a ser joven. ¿Para qué? Aquello ya lo he pasado, y me tocó trabajar mucho... No, no, ahora estoy encantado con mi jubilación. Lógicamente, añoro el estado físico de la juventud, porque se va mermando la vista, el oído... Todo eso te afecta, pero es ley de vida. Por lo demás, no tengo ningún problema. Al revés. Me faltan horas en el día, y haría 20 cosas más.
Muchos le ven más inconvenientes que ventajas a la tercera edad...
Cuando vas cumpliendo años, cada momento que pasa tienes más cosas para contar. Es igual que un coche. Al principio todo va muy bien, de pronto pinchas una rueda, después falla la correa de distribución, la bocina... El cuerpo humano es parecido. Unos aguantamos más -de momento-, y otros menos. La vida es así, la vas llevando con lo que te toca y ya está. También tienes la posibilidad de cabrearte y pasar un mal rato si las cosas vienen mal dadas, pero yo creo que no merece la pena.
¿Por qué tanta marcha?
No lo sé. Dejé muy pronto de estudiar, me tocó trabajar en la hostelería desde muy joven, en el Hotel y Restaurante familiar Maitena, y allí no parabas. Supongo que uno se acostumbra a ese tipo de actividad, y ahora no puedo estar sin hacer nada. Si estoy durmiendo muy bien, pero si no no puedo.
Por eso también hace la Javierada.
Llevo haciéndola muchísimos años. Y no soy normal, porque me lo tomo como algo deportivo y voy a trote cuto. Salimos, empiezas con ritmo, y si alguno se anima un poco tiras, y tiras... y luego te toca esperar media hora en Líédena, o llegas a la venta de Judas no sé cuánto antes.
Cambiando de teman, ¿cómo le dio por el aikido?
Empecé con 35 años. Hacía balonmano, y me apetecía probar alguna cosa más. Vino un profesor francés y daban opción a una clase. Fuimos a hacer la prueba... y ya seguimos. Me pareció un arte marcial que iba con mi carácter. Es de aprendizaje y no tiene competición, así que no tienes casi peligro de lesionarte. En el momento en el que hay un exceso de tensión, o te hacen una técnica un poco fuerte, das una palmada y el otro tiene que parar. Es muy bonito, aunque también muy difícil de aprender. Te ayuda a coordinar y a estar más estable en la vida.
¿Cuál es la premisa de este arte marcial?
El fundador, Morihei Ueshiba, era un hombre pequeñito, sin unas facultades físicas reseñables. Según dice la leyenda, porque no se puede hablar de eso como historia, él percibió que tenía algo más, una energía. Quiere decir que trabajaba con el centro de su cuerpo, no con la fuerza. Por eso, el aikido consiste en primer lugar en buscar la estabilidad y estar siempre bien posicionado, porque si no el que es más fuerte puede contigo. Se ataca a las articulaciones y se aprende a caer, a hacer inmovilizaciones, torsiones... Es un arte marcial de defensa. Sin embargo, hay otras de contacto, cuya base es noquear al otro.
¿Y dice que le ayuda a estar más equilibrado?
Por descontado. Claro que esto no es una panacea, pero efectivamente es un modo de vida. Cuando haces un cursillo de una semana, esos días estás más sensibilizado. Hay gente que ve que eso no es lo suyo, y cambian a un arte marcial más violento, de esos en los que nada más llegar calientas y luego te calientas. Cada uno defenderá el suyo, pero para mí el aikido es el arte marcial más bonito.
Ha trabajado toda su vida en la hostelería. ¿Qué le parece la cocina moderna?
La respeto y entiendo que tiene un mérito enorme, pero no comulgo mucho con ella. El otro día hicieron una exhibición en Anaitasuna, y para hacer cuatro platos estuvieron dos personas una hora. No hacen cocina, hacen laboratorio. Con el hielo, el oxígeno, las pinzas... y luego a alguno se le ocurre rizar el rizo con sprays de oro y cosas por el estilo. En una cocina lo que tiene que haber son ajos, zanahorias, puerros, tomate, harina o mantequilla. Y cuando alguien tiene que venir para explicarte cómo tienes que comerte un plato es mala señal. He comido en algún sitio de estos caros y he salido desilusionado. Yo tengo la concepción de la cocina que hacía mi madre, que era una grandísima cocinera. Su chilindrón o su ajoarriero... ¡eso sí! Tampoco me gusta esperar tanto rato entre plato y plato. Me resulta incómodo.
Además de la hostelería, también llevó una tienda de electrodomésticos
Si, la tienda Radiofrías, de mis suegros. A la vez llevaba el hotel, la tienda y el gimnasio. Me levantaba a las 7, abría el gimnasio, a las doce iba a la tienda, después bajaba al hotel y hacía la compras o echaba una mano en la cocina. A las cuatro y media volvía a la tienda, estaba hasta las ocho y vuelta al gimnasio hasta las diez. No descansaba ni un solo día a la semana. Me he llegado a quedar dormido en Sanfermines de pie pegado al frigorífico. Y cuando era chaval, terminabas a las dos y media de la madrugada, cogías el tranquillo y hasta Larraina, a echar cuatro bailes y a casa, a dormir hora y media para volver a trabajar. Y cuando era el encierro a las siete todavía tenías menos tiempo para dormir.
¿Corría el encierro?
Solamente corrí una vez. En el año 79, cuando no salió la Policía, a los mozos de peñas nos pidieron a ver si salíamos a limpiar la calle. El segundo o tercer día alguien dijo que se había caído un toro en la Estafeta. Y yo bajé. Había mucho borracho, y en una de estas se abrió la gente y vi al toro, que se levantó y me miró. Era un toro colorado, y estaría fácil a 30 metros. Di media vuelta, pegué un salto y me subí al vallado. Y a las 12 del mediodía todavía no podía tragar. ¡Qué sensación! He corrido los novillos en Tafalla o las vacas en Estella, pero esa sensación no se me olvidará nunca.
Con 70 años, habrá conocido épocas peores que la de ahora
Esta es la crisis más dura que he visto. Lo que sucede es que lo de antes no eran crisis. Era una realidad, porque no se habían conocido los años de bonanza. Cuando mi hijo me pregunta: ¿Y no había televisión? No. ¿Y no había ordenadores? No. ¿Y no había móviles? No. Y no había vacaciones? No. Y no había, y no había, y no había... NO. La gente iba con alpargatas, y el que tenía zapatos era un privilegiado. El otro día leí un artículo de un hombre que no paraba de de llorar porque no tenía zapatos, vio pasar en una silla a otro que no tenía piernas y dejó de llorar automáticamente porque se supo un privilegiado. Y eso vuelve. Es muy duro, porque los años de alegría se han pasado, y además yo creo que la crisis es muy gorda, más aún de lo que dicen.
Subida de impuestos, reforma laboral... desde luego no pinta bien
El recorte empezó con Zapatero y ahora sigue con Rajoy, que todavía no sé cómo se ha metido en este jaleo. Supongo que el afán de poder y el ego es muy fuerte, porque lo lógico es abandonar el barco si está hundido... Otra cosa es si realmente quiere sacar a flote el barco o solo rescatar todo lo que pueda para él y los suyos.