“En poco tiempo me han pasado muchas cosas”, afirma Garbiñe Muguruza que, en apenas cuatro años ha conquistado Roland Garros ante la estadounidense Serena Williams y se proyecta como la joven con un futuro más prometedor del circuito.

Su trayectoria lleva la marca de los grandes campeones. A sus 22 años ha estrenado en París su palmarés de títulos sobre tierra batida, algo que nadie había hecho desde el brasileño Gustavo Kuerten, en 1997.

Toda una gesta para la jugadora nacida en Guatire el 8 de octubre de 1993, hija de un español emigrado a ese país y de una venezolana, que hace unos años optó por competir bajo la bandera española.

En 2012, Muguruza era una completa desconocida en el mundo del tenis, pero fue invitada por los organizadores del torneo de Miami. A los 18 años y como 208 del mundo, estaba llamada a ser una figurante en la pista dura de Florida.

Pero la joven tenista dio la campanada al eliminar a la rusa Vera Zvonareva, 9 del mundo, y a la italiana Flavia Pennetta, 26. Al año siguiente, en el mismo torneo, sus víctimas fueron Anastasia Pavlyuchenkova y la danesa Caroline Wozniaki.

Su esbelta figura, sus largos brazos, la fuerza de sus golpes llamaron la atención de los especialistas. La guatireña era una campeona en potencia.

En enero de 2014 ganó en Hobart, en Australia, el primer título de su joven carrera. Pero el gran salto lo dio sobre la tierra batida de París unos meses más tarde. En la segunda ronda, Muguruza se enfrentaba a la estadounidense Serena Williams, defensora del título, número 1 del mundo. Y su ídolo desde siempre.

El inicio En un 6-2, 6-2 sacudió el torneo. Terremoto en la tierra batida batido por una tenista que se movía con soltura entre las grandes. Maria Sharapova tuvo que sudar para eliminarla en cuartos de final. Lo mejor estaba por llegar.

Al año siguiente volvió a tropezar en los cuartos de Roland Garros, pero en el siguiente Grand Slam, sobre la hierba de Wimbledon, se metió en la final. En el camino quedaron, entre otras, la polaca Agnieszka Radwanska. Nerviosa, un poco apocopada por el peso de su gesta, perdió contra Williams, 6-4, 6-4, pero no era más que el primer test frente a una gran cita.

Ya nadie dudaba de que Garbiñe Muguruza estaba llamada a ser una de las mejores en el volátil circuito femenino, candidata a retomar, tarde o temprano, el relevo de Williams, de 34 años.

En ese momento tomó la decisión de separarse de su entrenador de toda la vida, el vasco Alejo Mancisidor. Sin él, logró en Pekín el segundo torneo de su carrera y, a finales de año, contrató al francés Sam Sumyk. El bretón contaba en su hoja de servicios haber mejorado a cuanta tenista había llevado. Meilen Tu, que es su pareja, Elena Likhovtseva, Vera Zvonareva y, sobre todo, la bielorrusa Victoria Azarenka, con quien, en 5 años, conquistó los Abiertos de Australia de 2012 y 2013, llegó a las finales del de Estados Unidos en esos mismos años y ocupó, durante 51 semanas, el número 1 del mundo.

De la mano de Sumyk, Muguruza ha solidificado su tenis, duro y potente, pero sobre todo ha asentado su personalidad, más fría y calculadora, más fuerte sobre la pista.

Tercera hija de José Antonio Muguruza, que abandonó Eibar con dirección a Venezuela, donde hizo fortuna en el sector del metal y se casó con Scarlett Blanco, Garbiñe tiene dos hermanos, Igor y Asier, 11 y 10 años mayores.

Con 6 años se trasladaron a Barcelona pero no olvida su país natal: “Leo lo que pasa en Venezuela. Es difícil lo que está pasando. Ninguna noticia es bonita de las que leo, nada de lo que pasa es agradable”, afirmaba en los inicios de este Roland Garros.